Londres no es Bagdad, pero el 7 de julio estuvo cerca de serlo. Por un día el miedo, el dolor, el duelo que se viven cotidianamente en Irak se trasladaron a Inglaterra. El 21 de julio el pánico se hizo mayor. El hilo invisible que conecta a las naciones invadidas con sus invasores mostró ser […]
Londres no es Bagdad, pero el 7 de julio estuvo cerca de serlo. Por un día el miedo, el dolor, el duelo que se viven cotidianamente en Irak se trasladaron a Inglaterra. El 21 de julio el pánico se hizo mayor. El hilo invisible que conecta a las naciones invadidas con sus invasores mostró ser un camino de dos direcciones. El terror va y viene. Desde entonces la capital del imperio británico no es la misma. Se ha convertido, según The Independent, en la «ciudad del miedo».
Como sucedió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington y el 11 de marzo de 2004 en Madrid, los atentados terroristas del 7 de julio en Londres han provocado intensa discusión en la prensa. ¿Hay que limitarse a condenar los actos terroristas o es pertinente tratar de explicar sus causas? ¿Discutir las raíces de las matanzas justifica a quienes las cometen? Nuestro país no ha sido la excepción en este debate.
Expresión de este diferendo son los intelectuales mexicanos que se escandalizan e indignan con los análisis que explican la matanza de Londres como resultado de la participación inglesa en la invasión a Irak. Por ejemplo, en un artículo de opinión, publicado en El País (22 de julio de 2005), se acusa al periodista Robert Fisk de ser encomiado por Osama Bin Laden, actuar con insidia y distorsionar informativamente los hechos.
En esa crítica se esconde que lo único que Bin Laden dijo de su entrevistador era que lo «consideraba neutral». Eso mismo dijeron de él quienes le otorgaron en siete ocasiones el premio al corresponsal extranjero británico del año y lo declararon triunfador de la primera edición del Premio a la Excelencia en Periodismo Internacional de la Universidad Johns Hopkins. La agresión del historiador mexicano al corresponsal irlandés proviene de un vicio profundamente arraigado en el medio intelectual mexicano: la compulsión por juzgar antes de comprender.
«Blair nos dijo el jueves», escribió Fisk, «que ‘nunca triunfarán en su intento de destruir todo aquello que nos es entrañable’. Ellos no intentan destruir ‘lo que nos es entrañable’. Lo que intentan es conseguir que la opinión pública obligue a Blair a salir de Irak, y a abandonar tanto su alianza con Estados Unidos como su apoyo a la política de Bush en Medio Oriente. Los españoles pagaron el precio de su respaldo a Bush, y el subsecuente retiro de tropas españolas de Irak demostró que los atentados de Madrid lograron su objetivo.»
Curiosamente, la explicación que ofrece Robert Fisk sobre los atentados -que tanto indigna a Krauze y a otros escritores mexicanos- tiene muchos elementos en común con la que difundió The Economist, la revista inglesa del mundo empresarial. Según el semanario: «Tan pronto como se produjeron las atrocidades de Nueva York, Washington DC y Pensilvania, el 11 de septiembre de 2001, Londres asumió el riesgo de un ataque. Era producto tanto de su situación de centro financiero internacional, un epítome de Occidente y sus maneras capitalistas, como de que Gran Bretaña era desde hacía tiempo estrecho aliado de Estados Unidos, enemigo número uno de Al Qaeda y sus socios terroristas. Esa probabilidad aumentó aún más a partir de la participación de Gran Bretaña en la invasión de Irak en 2003 y después del terrible atentado en Madrid el 11 de marzo de 2004. En los últimos años cada uno de los experimentados policías británicos, cada jefe de inteligencia o secretario de interior al que se preguntó por la probabilidad de un atentado terrorista ofreció una respuesta similar: ciento por ciento».
Calumniar a quienes buscan explicar las raíces del terrorismo, descalificar el debate sobre sus causas es el recurso de quienes se sienten amenazados por las conclusiones que arroja un análisis objetivo del fenómeno. Obsesionados por responsabilizar de los atentados al fundamentalismo islámico, niegan el papel que en la formación y desarrollo de éste han seguido el fundamentalismo neoliberal y las invasiones a Afganistán e Irak. Hacerlo, según ellos, convierte a las víctimas en verdugos.
Pero no es así. Por el contrario, la discusión sobre el terrorismo se oscurece cuando se renuncia a comprender las raíces de las que se nutre. Para enfrentar el terrorismo es necesario comprenderlo.
Es falso que cualquier discusión sobre las causas del terrorismo lo legitime. De la misma manera que estudiar los orígenes de la delincuencia no la justifica, así el examen y la explicación de las causas de los atentados no los avalan. Explicar por qué una persona asesina a otra no la convierte en inocente. Explicación y responsabilidad son asuntos diferentes.
Ken Livingston, alcalde de Londres, así lo entendió. Y, a pesar del riesgo de la impopularidad, afirmó a la estación de radio BBC que la política exterior de Occidente alimentó el radicalismo islámico que está detrás de los atentados con bombas. «Tenemos -aseguró- 80 años de intervención occidental en tierras predominantemente árabes por la necesidad de Occidente de petróleo. Hemos apuntalado gobiernos repulsivos, hemos derrocado a los que no consideramos simpáticos. El problema particular que tenemos en este momento es que en la década de los ochentas los estadunidenses reclutaron y entrenaron a Osama Bin Laden, lo enseñaron a asesinar, a hacer bombas y lo pusieron a matar rusos para sacarlos de Afganistán. No pensaron en que, una vez hecho esto, podía volverse contra sus creadores.»
Opositor a la guerra de Irak, el alcalde había advertido a Blair sobre lo que se venía encima de seguir adelante con la aventura militarista. «Un ataque contra Irak -dijo Livingston previamente a la intervención- exaltará a la opinión mundial y pondrá en peligro la seguridad y la paz en todas partes. Londres, como una de las grandes ciudades del mundo, tiene mucho que perder con la guerra y mucho que ganar con la paz, la cooperación internacional y la estabilidad global.»
Los intelectuales que calumnian a quienes buscan explicar los atentados harían bien en leer a Baruch Spinoza. «En lo que concierne a las cosas humanas», escribió el filósofo, «ni reír ni llorar ni indignarse, sino comprender.»