Un ajuste de cuentas en el triángulo dorado Neuilly-Auteuil-Passy de la aristocracia financiera parisina amenaza a Sarkozy, que debe su ascenso a los multimillonarios
Se escucha una voz masculina bastante firme, pero casi susurrando: «No sale caro, y ellos lo aprecian». Una anciana parece que asiente, porque murmura: «Hum-hum». Alguna taza de porcelana, probablemente con té, se posa sobre un platito. Luego la voz masculina insiste: «¿Sabe? En estos momentos es bueno tener amigos». Después, el hombre evoca cómo evadir impuestos y cómo seguir escondiendo una isla al fisco. Y, seguro de sí mismo, como si nada, la voz dice a la anciana que firme cheques, cheques para el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y el ministro Éric Woerth, entre otros.
La conversación que ha incendiado literalmente toda la escena política francesa era privada. De esas que se multiplican en el triángulo dorado Neuilly-Auteuil-Passy de la alta burguesía, al oeste de la capital francesa, al caer la tarde. En los salones privados. Antes de que la multimillonaria o multimillonario de turno en este caso Liliane Bettencourt, la mujer más rica de Francia coja su avión privado para irse a su casa de Arcouest (Bretaña) o se suba al Rolls Royce rumbo a la ópera, igual que otros cogen el metro. O antes de que la heredera de L’Oréal dé orden a la contable o a la secretaria de ir a sacar 400.000 euros de unas de sus cuentas bancarias.
Pero esta vez, esa conversación, ese diálogo secreto entre Bettencourt y el gestor de su fortuna Patrice de Maistre, estaba siendo espiado. Grabado por el mayordomo Pascal Bonnefoy, genial técnico de sonido y sin duda dentro de poco guía espiritual de este país en plena crisis moral. Un mayordomo que grabó concienzuda y secretamente durante un año, con dos dictáfonos, lo que hoy son la friolera de 28 CD de conversaciones privadas de esa calaña. De confesiones nocturnas sobre complicidad de pago con la alta política. Conversaciones que ahora están en manos de la Justicia y la opinión pública francesa, gracias a la web Mediapart.
El origen de la venganza del mayordomo es personal. El hombre, fiel al marido de la Bettencourt, André, hasta su muerte en 2007, no aguantaba más ver al gigoló François-Marie Banier, un supuesto artista del que Bettencourt sería mecenas, aprovechándose de la viuda y arañándole millones de euros. Tanto más cuanto que Banier lo odiaba, a él, el siempre silencioso mayordomo. Por eso, el hombre puso las grabaciones en bandeja, primero al abogado de una ex contable de la familia, Claire Thibout, y luego las entregó al letrado de la hija de la Bettencourt, Françoise Bettencourt-Meyers, que también guerrea en tribunales contra el gigoló.
Pero, por personal que fuera la venganza, los susurros grabados llegaron a manos de gente que vio de inmediato el calado político, que no escapó al Tribunal de Gran Instancia de París, cuando el 1 de julio calificó de «informaciones legítimas de interés general» el contenido de las cintas. Se trata de Edwy Plenel, director de Mediapart, y del abogado de Françoise Bettencourt-Meyers, Olivier Metzner, el hombre que defendió al ex primer ministro Dominique de Villepin contra Sarkozy en el caso Cleartream. Y ahora el fuego ya está prendido en todas las mentes de Francia, es decir del pueblo con la cultura más igualitaria que pueda existir hoy en este planeta. Trampas con el fisco, sobres y cheques para políticos, austeridad para el pueblo: un cóctel explosivo.
Mayordomos, contables y secretarias en rebeldía porque un gigoló se aprovecha de una viuda anciana cuyas facultades mentales y físicas están cuando menos mermadas. Mayordomos, contables y secretarias que revelan, sin quererlo, cómo el hoy presidente de la República se apoyó, para ascender, en los miles de millones de que goza una anciana gracias a la herencia de la empresa L’Oréal, marcada para siempre por el origen filonazi de sus fundadores. Si Sarkozy «encuentra cada vez menos voluntarios para atravesar el puente de Arcole en llamas» como dice un líder conservador, es porque el caso Bettencourt lleva a un rebobinado general de la película del presidente, cuyo secreto inconfesable se encuentra en un rincón muy concreto de Francia.
Cuando los policías fueron a registrar el 28 de julio pasado el domicilio de Françoise Bettencourt-Meyers, también heredera de L’Oréal como su madre, tuvieron que ir al barrio Saint-James de Neuilly-sur-Seine. Cuando dos días antes, habían ido a interrogar a su madre, también tuvieron que ir a Saint-James.
Si se hubieran desplazado unos metros, podrían haberse cruzado con Martin Bouygues, multimillonario del cemento y propietario de la gran televisión aliada de Sarkozy, TF1, y también miembro del llamado Primer Círculo de financiadores del partido del presidente, la Unión para un Movimiento Popular (UMP). Es más: hubiera bastado que se desplazaran unas decenas más de metros, y hubieran podido hablar con una señora heredera de un imperio industrial de 3.960 millones de euros que, con la misma edad que Sarkozy, explica so reserva de anonimato: «Me acuerdo bien. A mi familia le impresionó mucho ese joven alcalde, aunque es cierto que de adolescente no estaba en nuestros rallies, ni nada, ni tenía nuestro estilo».
Fiestas entre herederos
Lo de rallies necesita aclaración: son las fiestas privadas reservadas que las 300 familias de Neuilly-Auteuil-Passy se ofrecen mutuamente, cuando sus respectivas proles van llegando a la adolescencia. Sarkozy no podía ir porque no era multimillonario. «Sí, es normal que haya rallies«, explica la señora, «porque así se facilita que los jóvenes del mismo medio se enamoren; si no, imagínese que yo me hubiera quedado enamorada de alguien que no fuera de nuestro medio social», añade.
Son los tiempos remotos de principios de los años ochenta, cuando Neuilly acuñó a un joven alcalde impetuoso, bajito, sin fortuna pero con ambición y muy de derechas sin complejos, en la Francia de François Mitterrand con ministros comunistas. Un joven alcalde Nicolas Sarkozy, que necesitaba fondos para lanzarse.
Casi 25 años después, ya presidente, la noche de su elección el 6 de mayo de 2007, Sarkozy se encerró con los más ricos millonarios de su llamado Primer Círculo, además de algún supuesto artista o intelectual, en un restaurante aparatoso y caro de los Campos Elíseos, el Fouquet’s. Llegado un momento, dijo a sus financiadores: «Algún día yo también seré multimillonario como vosotros». Satisfechos, los donantes comprobaron que el chico seguía y aún sigue teniendo ambición.
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