«Si ustedes bombardean nuestras ciudades», dijo Osama Bin Laden en una de sus recientes cintas, «nosotros bombardearemos las suyas.» Era claro como el cristal que Gran Bretaña se volvería un blanco desde que Tony Blair decidió unirse a la «guerra contra el terror» de George W. Bush y a la invasión de Irak. Como quien […]
«Si ustedes bombardean nuestras ciudades», dijo Osama Bin Laden en una de sus recientes cintas, «nosotros bombardearemos las suyas.» Era claro como el cristal que Gran Bretaña se volvería un blanco desde que Tony Blair decidió unirse a la «guerra contra el terror» de George W. Bush y a la invasión de Irak. Como quien dice, estábamos sobre aviso. Obviamente, la fecha en que se reunía la cumbre del Grupo de los Ocho (G-8) fue elegida con anticipación como el día del ataque.
De nada sirvió que Blair nos haya dicho el jueves que «nunca triunfarán en su intento de destruir todo aquello que nos es entrañable». «Ellos» no intentan destruir «lo que nos es entrañable». Lo que intentan es conseguir que la opinión pública obligue a Blair a salir de Irak, y a abandonar tanto su alianza con Estados Unidos como su apoyo a las políticas de Bush en Medio Oriente.
Los españoles pagaron el precio de su respaldo a Bush, y el subsecuente retiro de tropas españolas de Irak demostró que los atentados de Madrid lograron su objetivo. Asimismo, los australianos tuvieron que sufrir en Bali.
Es fácil para Blair tachar de «bárbaros» los atentados del jueves. Claro que lo son, pero ¿no lo fueron también las muertes de civiles durante la invasión angloestadunidense de Irak en 2003, los niños destrozados por las bombas de racimo, los innumerables iraquíes inocentes muertos a tiros en los puestos de control del ejército estadunidense? Cuando ellos mueren, se trata trata sólo de «daño colateral». Cuando los muertos somos «nosotros», se trata de «terrorismo bárbaro».
Si estamos combatiendo a la insurgencia en Irak ¿qué nos hace creer que la insurgencia no vendrá hasta nosotros? Una cosa es segura: si Tony Blair en verdad está convencido de que «combatir al terrorismo» en Irak protegerá con más eficiencia a Gran Bretaña -combatirlos en lugar de dejarlos venir, como dice Bush constantemente-, entonces ese argumento ya no tiene validez alguna.
Sincronizar esas bombas con la cumbre del G-8, cuando los ojos del mundo se concentraban en Gran Bretaña, no fue precisamente un golpe genial. No se necesita un doctorado para elegir otro apretón de manos entre Bush y Blair como la oportunidad de llenar la capital de explosivos y masacrar a más de 40 de sus ciudadanos.
La cumbre del G-8 fue anunciada con tanta anticipación que se dio a los atacantes todo el tiempo que necesitaban para prepararse. Un sistema coordinado de ataques como el que vimos el jueves requiere semanas de planeación.
Y más vale olvidarnos de esas idioteces fantasiosas de quienes afirman que los atentados se hicieron coincidir con la decisión sobre los Juegos Olímpicos. Osama Bin Laden y sus simpatizantes no prepararon una operación como ésta sobre la posibilidad de que Francia perdiera la sede de los juegos. Al Qaeda no juega futbol.
No. Esto llevó meses: elegir guaridas seguras, preparar explosivos, identificar objetivos, garantizar la seguridad; elegir a los atacantes, la hora y el minuto, resolver el tema de las comunicaciones (los teléfonos celulares son muy indiscretos). Una coordinación impecable y una planeación sofisticada, así como la total indiferencia hacia las vidas de inocentes, son características de Al Qaeda.
Ahora, reflexionemos sobre el hecho de que el jueves, el día en que comenzaba formalmente la cumbre del G-8, fue un día tan crítico como sangriento, y a la vez representó un total fracaso de nuestros servicios de seguridad.
Los mismos «expertos» de inteligencia que aseguraron que había armas de destrucción masiva en Irak, sin que hubiera ninguna, fueron los que no lograron descubrir un plan para matar londinenses que tardó meses urdir.
Trenes, aviones, autobuses, automóviles, vagones del metro. Los medios de transporte parecen ser la ciencia dentro de las artes oscuras de Al Qaeda. Nadie puede vigilar a 3 millones de usuarios del transporte público ni detener a cada turista.
Algunos pensaron que el tren Eurostar era susceptible de convertirse en blanco de Al Qaeda -tengan por seguro que la organización estudió esa posibilidad-, pero, ¿para qué molestarse con un vehículo caro y prestigioso cuando el metro y autobuses comunes y corrientes están ahí, al alcance de cualquiera?
Y claro, están los musulmanes en Gran Bretaña, quienes durante mucho tiempo habían estado esperando esta pesadilla. Ahora, cada uno de nuestros musulmanes será «el sospechoso»; el hombre o la mujer de ojos oscuros, el hombre barbado, la mujer con velo, el joven que lleva su rosario islámico, la muchacha que fue objeto de insultos racistas.
Recuerdo haber cruzado el Atlántico el 11 de septiembre de 2001. Mi avión tuvo que dar la vuelta al salir de Irlanda cuando Estados Unidos cerró su espacio aéreo. A la tripulación se le ordenó recorrer las cabinas del aparato para identificar pasajeros sospechosos, y me pidieron ayuda para hacerlo. Encontré cerca de una docena de hombres, totalmente inocentes, de ojos cafés y larga barba que me miraban con «hostilidad». De esta forma, en unos cuantos segundos, Osama Bin Laden convirtió al amable, liberal y amistoso Robert en un racista antiárabe.
En parte, ése es el objetivo de los atentados del jueves: dividir a los británicos musulmanes de los no musulmanes (mejor no hablemos de cristianos), y alimentar el mismo tipo de racismo que Tony Blair dice detestar. Pero he aquí el problema. Seguir fingiendo que los enemigos de Gran Bretaña quieren destruir «lo que nos es entrañable» alienta el racismo. Lo que enfrentamos aquí es un ataque específico, directo y centralizado contra Londres como resultado de la «guerra contra el terror» en la que lord Blair de Kut al Amara nos ha atrapado.
Justo antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos preguntó: «¿Por qué habríamos de atacar a Suecia?» Qué suerte la de Suecia, ahí no está Osama Bin Laden. Y Tony Blair tampoco.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca