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CELAC, la inalcanzable unidad e integración de la América nuestra

Fuentes: Cambio de Michoacán

Como es normal y de esperarse, habrá que aguardar un tiempo para ver los resultados efectivos de la reciente VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, Celac, realizada en la Ciudad de México el 18 de septiembre.

Por diversas razones, no es suficiente con conocer los acuerdos tomados en este tipo de foros multilaterales para dar por hecho que serán cumplidos por todos los entes participantes y se avanzará por una ruta bien trazada hacia la coordinación multilateral o, en el mejor de los casos, una mayor integración de los Estados participantes. Los acuerdos no tienen, desde luego, la fuerza legal de los tratados internacionales, y deben ser procesados en cada país conforme a su propio marco legal y constitucional antes de ser puestos en marcha.

Sólo es de desearse que los pronunciamientos de este cónclave de mandatarios no tenga el destino que han tenido concilios similares, siempre cargados de buenas intenciones, pero en la práctica obstaculizados por los propios Estados participantes, como las Cumbres Iberoamericanas realizadas anualmente desde hace tres décadas, cuando las inició Carlos Salinas de Gortari en Guadalajara; o como la Conferencia Internacional Para el Financiamiento para el Desarrollo en 2002, con participación por separado del presidente estadounidense George W. Bush y del gobernante cubano Fidel Castro, más famosa por la descortesía del mexicano Vicente Fox con su “comes y te vas” que por sus resultados.

Lo cierto es que resulta cada vez más necesario que los países de nuestra América tengan mayor acercamiento, identidad, coordinación y, de ser posible, integración entre sí, y mucha mayor presencia al exterior como bloque frente a los grandes actores del escenario mundial, especialmente ante los Estados Unidos, en un momento de transición que parece abrir una nueva fase, de feroz competencia en el mercado internacional entre el gigante norteamericano y China, que no pocos prevén como una nueva guerra fría. Y también ante otras entidades con peso importante en el contexto planetario actual como la Unión Europea y Rusia.

Igualmente es cierto que la Organización de Estados Americanos, siempre un instrumento diplomático de intervención de los gobiernos estadounidenses, ha caído en un descrédito total en la era de su actual secretario general Luis Almagro, y ya no es útil a casi ninguna de las demás naciones que la integran, y probablemente ni siquiera a los Estados Unidos. En los últimos años, lejos de buscar el afianzamiento de la democracia con respeto a la soberanía de cada uno de los Estados de la Región, Almagro convirtió a la OEA en una instancia de activismo contra los gobiernos progresistas y no alineados con el imperio norteamericano, e incluso promovió el golpe militar-policiaco contra el presidente Evo Morales en Bolivia en noviembre de 2019, mientras que calló de manera cómplice ante las graves violaciones y represión desatadas por los gobiernos derechistas de Chile y Colombia contra manifestantes pacíficos.

En lo inmediato, debe considerarse como un éxito del presidente López Obrador y de la diplomacia mexicana la realización de esta breve Cumbre, con asistencia de casi todos los miembros activos de la agrupación, es decir 33 países, 16 de ellos directamente representados por sus jefes de Estado o de Gobierno. Hubiese sido muy difícil que en el momento político actual otro país o gobierno tuviera una capacidad de convocatoria semejante entre sus pares de Iberoamérica y el Caribe.

Colocada en relevancia desde dos días antes, al conmemorarse nuestra Independencia, por el propio gobierno mexicano, la presencia de Miguel Díaz-Canel, presidente del Consejo de Ministros y del Gobierno de Cuba, fue uno de los datos sobresalientes del encuentro, pero también de los más impugnados por algunos de los gobernantes más derechistas de la región. Y lo mismo ocurrió con la imprevista llegada del presidente de Venezuela Nicolás Maduro, quien arribó anunciándose de última hora la noche anterior, cuando ya ocurrían las actividades de recepción a los huéspedes venidos de los demás países.

Alicia Barcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, Cepal, presentó ante los mandatarios reunidos un muy detallado informe centrado en la situación generada por la pandemia, el muy desigual acceso a la vacunación y el manejo interesado de las vacunas y medicamentos por las empresas farmacéuticas, aportando además algunas directivas para un plan general para enfrentar las consecuencias sociales de la catástrofe sanitaria. Pero es de lamentarse que el esfuerzo de reunir a la Celac haya no se haya centrado, por la búsqueda de grandes objetivos de carácter estratégico, en los temas más prácticos y de urgente atención, como el de la pandemia misma, la crisis migratoria o el desmoronamiento del Estado fallido haitiano, con una crisis económica y social de grandes dimensiones, entre otros.

Resultaba por lo demás virtualmente imposible reunir sin fricciones políticas agua y aceite, como a los gobiernos de Colombia y la misma Venezuela, lo que desde luego generó inevitables incidentes políticos como la inicialmente anunciada asistencia del gobierno colombiano con una representación de bajo nivel y su final retiro, o las manifiestas impugnaciones de los presidentes de Paraguay y del Uruguay, Mario Abdo y Luis Lacalle Pou, respectivamente, a la presencia del presidente cubano y el venezolano, así como al gobierno de Nicaragua.

En realidad, todas esas diferencias políticas habían aflorado mucho antes de la Cumbre de la Ciudad de México, e incluso habían llevado a que el ultraderechista gobierno de Brasil, encabezado por el mesiánico Jair Bolsonaro, suspendiera su participación en la Celac desde 2020. Y la inasistencia del también muy reaccionario gobierno de Chile estaba anunciada, por su aversión a los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Así, en la Cumbre la propuesta, anunciada previamente por el gobierno mexicano y respaldada por el de Bolivia y algunos otros, de sustituir a la OEA con otro organismo, no tuvo consenso y no puede decirse que haya avanzado. Realmente, aunque López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard hablaron de ese propósito en días previos, nunca perfilaron con claridad qué tipo de agrupamiento sería, ni sus alcances.

De manera igualmente vaga, se habló de un nuevo organismo semejante a la Unión Europea, sin explicar en dónde podrían radicar las similitudes. La UE es producto de una prolongada evolución, que arrancó desde 1957 con la formación de la Comunidad Económica Europea que tenía en primer término fines de mercado común, y que fue incorporando valores políticos de libertad, democracia, estado de derecho y otros, hasta desembocar en 1993 en un complejo tejido de relaciones que incorpora una moneda común, libre tránsito entre sus 27 países integrantes, e intentó, fallidamente, darles también una misma constitución política. No parece haberse percatado el gobierno mexicano de que conformar algo semejante implicaría, entre otras cosas, una cesión de soberanía por cada uno de los 33 miembros de la Celac.

La propuesta no precisaba tampoco cuál sería la participación de los Estados Unidos y Canadá en la hipotética nueva organización, sin que, al mismo tiempo se convirtieran en dominantes sobre los Estados más débiles. Los acuerdos promovidos desde 2014 por la Celac con China, y la participación del presidente de esta nación, Xi Jiping, en la Cumbre de México a través de un mensaje videograbado, acentuarían de manera casi automática la desconfianza del gobierno estadounidense hacia cualquier resolución trascendente que emanara de ella. La historia de las grandes organizaciones internacionales que han resultado perdurables (la ONU, la UE, OTAN, la misma OEA) nos muestra que, en todos los casos, han nacido de la iniciativa de los países más poderosos, no de los de menor presencia y perfil frente a aquéllos.

La Unión de Naciones Sudamericanas, Unasur, fundada en 2011, es un buen ejemplo, de las dificultades para la unificación de nuestros países. Constituida inicialmente por once Estados con propósitos de integración económica, social, educativa, de seguridad e investigación, entre otros, se ha ido vaciando en razón de diferencias las políticas. Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú y Paraguay decidieron, al poco tiempo, suspender su participación o retirarse definitivamente, en lo que fue un naufragio más del ideal bolivariano. Después lo hicieron Ecuador y el Uruguay, aduciendo la falta de concreción de sus objetivos. El ascenso de las derechas en la mayoría de los países en años recientes, que ahora parece comenzar a revertirse en América del sur, le dio el tiro de gracia hasta convertir a Unasur en poco más que un membrete. Algo similar podría decirse del Caricom en las Antillas.

El intento diplomático mexicano, sin duda válido, parece destinado también a dar muy pocos resultados. La alternativa de un organismo no controlado desde Washington estaría tan sólo en el acercamiento y acuerdos de integración con los países que tienen una independencia real, no sólo declarativa, con respecto de los Estados Unidos: Cuba, Venezuela, Bolivia, difícilmente una Argentina en crisis política, posiblemente Perú, y la semidictadura de Nicaragua como invitado incómodo. Pero ése es un paso que López Obrador no está dispuesto a dar por razones de índole interna y sobre todo exterior.

Así pues, ni organismo alterno a la decrépita y putrefacta OEA, ni una unificación similar a la europea se avizoran en el horizonte próximo de nuestros países. Aunque se hayan logrado algunos acuerdos de orden muy particular el 18 de septiembre en el Palacio Nacional, el aspecto político e ideológico, y la ineludible sombra del imperio del norte, siguen gobernando la dinámica de nuestros países, sin que sepamos hasta cuándo ni dilucidemos la fórmula para modificar esa realidad.

Eduardo Nava Hernández. Politólogo -UMSNH.

Fuente: https://cambiodemichoacan.com.mx/2021/09/24/celac-la-inalcanzable-unidad-e-integracion-de-la-america-nuestra/