Hay tiempos que reúnen a todos los tiempos. Tiempos gestantes de nuevos tiempos, tiempos paridores de todos los tiempos.
TOMA 1. TIEMPO Y CAPITAL
Si existe un elemento que el capitalismo ha expropiado a las almas plebeyas del planeta tierra, más allá de lo físico –territorio, cuerpo, fuerza de trabajo o producto del trabajo-, es eso que llamamos Tiempo. De qué está hecho el trabajo sino de tiempo. De qué está hecha la mercancía sino de tiempo de trabajo, del tiempo de las trabajadoras y trabajadores. Marx se valió del tiempo para calcular eso que denominó plusvalía, categoría clave para comprender la explotación y el funcionamiento del capital. El capitalismo convirtió el tiempo en campana que marcaba el inicio de la jornada asalariada industrial; el descanso, el tiempo de la comida, de la siesta y hasta de las relaciones amorosas quedó regulado por el tiempo de producción del capital. Con la ayuda de grandes cerebros como Newton, redujo naturaleza y humanidad a tiempo mecánico. Cuando el hombre creyó dominar el tiempo, éste le dominó a él. El avance de la técnica y la llegada de la era digital constituyen un paso más para la expropiación del tiempo del ser humano mediante el asalto a todos los ámbitos de su vida. El tiempo del capital penetra nuestra intimidad. Se mete en nuestra cama mientras teletrabajamos en pijama. La vida capital coloniza nuestros descansos, camina con nosotros al supermercado, reposa en nuestras manos en forma de tecnología 5G, se masturba con nosotros frente a la pantalla plana.
La modernidad capitalista convirtió el tiempo en valor abstracto, en reloj de pulsera, en puntualidad suiza, en línea recta repetitiva, siempre hacia adelante, inexorable avance hacia el progreso. El tiempo del capital parte de cero cada día, se redescubre con cada nuevo producto digital. Con cada avance tecnológico olvida todo lo anterior. El tiempo del capital expropia el tiempo para la vida, para el ocio, la poesía, el pensamiento crítico, y por supuesto, la rebeldía. El tiempo del capital expropia el recuerdo, la historia, la memoria colectiva. Por eso, se atrevieron a proclamar el fin de la historia. Por eso, jugaron con las apariencias mediante otro tipo de expropiación etérea: la del saber popular, la del conocimiento. Las apariencias jugaron a favor del tiempo del capital. Si bien no todo lo aparente encuentra su tiempo, todo matrimonio apariencia-tiempo encuentra siempre su final.
TOMA 2. TIEMPO Y APARIENCIA
Hay tiempos en que todo parece estar inmóvil, inalterable, como una especie de pantano impasible, atemporal, ahistórico. Pura y efímera apariencia. No hablamos de esos tiempos. Hay días que pasan por el calendario sin llanto ni risa, sin pena ni gloria. Tampoco hablamos de esos días.
Lo parezca o no, todos los días y todos los tiempos están en permanente movimiento. Aunque se camine de espaldas, en círculo vicioso o con los ojos tapados. A veces los cambios se muestran en la superficie; otras en el subsuelo de la historia. Hablamos sin embargo de esos otros tiempos donde no solo todo se mueve, sino que el movimiento nos sacude y nos golpea, para bien y para mal. Hablamos de esos días en que de repente todo cambia. Días que parecen convocar a todos los días anteriores, con sus victorias y sus derrotas, con sus canallas y mártires.
El pasado domingo 18 de octubre de 2020 fue uno de esos días. Colombia en el norte del Sur, Bolivia en el corazón del Sur y Chile en el sur del Sur, dejaron de ser ellos mismos mientras lo fueron más que nunca, siendo a la vez Latinoamérica toda; eso que José Martí llamó Nuestra América.
TOMA 3. EL NORTE DEL SUR
Con casi 50 millones de habitantes y 102 pueblos originarios, al menos un 30% de la población se autoidentifica como campesina y un 4% como indígena en Colombia. Se calcula en 7,7 millones la cifra del desplazamiento interno por la violencia y el control estratégico de territorios desde 1985, población que engrosa la marginalidad periférica de urbes extremas y desiguales como Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla. El “portaviones” de Estados Unidos en Suramérica, cuenta con 7 bases militares yanquis formando un anillo militar que en los últimos años apunta a Venezuela. Alineado militarmente a la agenda contrainsurgente e imperialista de EEUU, en 2018 se convierte en la primera nación latinoamericana en ingresar a la OTAN. Por “la Israel de Latinoamérica”, se conoce a un Estado en guerra permanente contra su pueblo. En conflicto armado desde los años 60 del pasado siglo, en Colombia siguen abiertas todas las formas de lucha. En el país líder del paramilitarismo y el narcotráfico, se asesina cada año a cientos de líderes sociales. En lo que va de 2020, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, INDEPAZ, han sido asesinadas 282 personas en 71 masacres. Durante la pandemia Covid-19, crecen las cifras de la muerte sistemática. Mientras cumplen la cuarentena, líderes sociales son asesinados en sus propias casas.
Hastiadas del clima de violencia, alrededor de 8000 personas se movilizaron en la Minga Indígena, Negra y Campesina. Con enorme participación del pueblo Nasa, recorrieron durante una semana 600 km desde el Cauca, Suroccidente colombiano, arropados por la solidaridad a su paso por pueblos, veredas y caminos hasta llegar a la capital, donde fueron recibidas el domingo 18 de octubre por aplausos de miles de personas que les esperaban. Al grito genuino de carteles en los que se lee “Nos están matando”, una larga caravana de coloridas chivas –camiones propios de la Colombia campesina- avanzó al son de pitos y tambores por las bocas de asfalto que dan acceso a la gran urbe de 7,5 millones de habitantes censados. La Minga acampó por varios días en Bogotá para proponer un diálogo político a gobierno y sociedad basado en cuatro aspectos: la defensa a la vida, el derecho al territorio, la democracia y la paz. El tiempo comunitario invade el tiempo del capital, de la capital. Entre rascacielos y pavimento caminan los pies comunitarios con sus chocatos, acostumbrados a pisar la tierra ancestral. Esa por la cual luchan. Esa por la cual los asesinan.
A esa otra forma de entender el tiempo, ligado a tierra y territorio, pertenece la Minga, palabra que procede del quechua: mink’a y alude precisamente al trabajo comunitario, lejos del trabajo explotado del capital. Además de una realidad social y económica en la vida comunitaria rural, la Minga se asume como expresión de lucha política por parte de los pueblos originarios y el movimiento popular. Como nos relata la militante de Congreso de los Pueblos Erika Prieto, “la minga es una expresión de confluencia popular, un trabajar todos juntos, un ser con otros de manera vívida en la movilización, en la lucha, en el avanzar hacia un objetivo común, en el construir juntos un sueño. La minga es un ejercicio en el que se encuentra el pueblo negro, el pueblo indígena, el pueblo campesino, donde se aprende de las diversas culturas y cosmogonías, que son diversas entre los pueblos pero que se encuentran en que van en contra del modelo capitalista, que protegen a la madre tierra, la vida, el territorio, la economía y los mandatos de las comunidades por encima de cualquier poder económico. Es un ejercicio que se viene realizando en el país desde varios años atrás; incluso el proceso del que yo hago parte, Congreso de los Pueblos, surge después de las Mingas de 2006”.
Para países ubicados en el Norte económico, cultural y político, para quienes tienen la mesa asegurada cada día, es incomprensible este ejercicio de protesta en medio de una crisis sanitaria que ha confinado a medio planeta. Una realidad del Sur como la colombiana, donde alrededor del 50% vive al día con trabajos informales como la venta ambulante, con una crisis social endémica agravada por la pandemia y un asesinato sistemático al movimiento social, nos sitúa en otro contexto. Preguntamos a Erika sobre la necesidad de una Minga en estos tiempos de Covid-19: “Lo que hace necesaria la minga en tiempos de pandemia es la realidad que se está viviendo en el país en cuanto a la reorganización y reconsolidación de los grupos paramilitares, de ver cómo nos enfrentamos a un gobierno de corte fascista, cómo los pueblos que se oponen enfrentan un genocidio. Nosotros lo que entendemos es que, si no nos movilizamos, si no hacemos algo, este gobierno va a terminar por acabar cualquier expresión de rebeldía, cualquier expresión de poder popular, de construcción alternativa, a cualquier opinión divergente. En el Cauca hay una permanente agresión contra el movimiento social y popular, es uno de los lugares donde más líderes sociales se han asesinado. Frente a la pandemia está el temor a que te puedas contagiar, y de que tal vez puedas tener la fase aguda, pero frente a esto está la realidad, y es que o nos movemos o nos exterminan, nos matan”.
Ante semejante realidad, la Minga Comunitaria, en la capital de la neocolonia yanqui, se dio la mano con las resistencias populares urbanas sumándose al paro nacional de maestros y a la gran jornada de Paro Nacional convocada el día 21 de octubre para demandar mejoras económicas ante la actual crisis y exigir al gobierno el cese de la violencia. El presidente Duque respondió a la llamada de la Minga al diálogo de manera contundente: “a este gobierno nadie le tiene que hacer ultimátums”. Los medios de comunicación despliegan su arquitectura del odio. Sectores medios de barbilla alta, escupen insultos en las redes sociales acreditando su mirada elitista, racializada, blanca, señorial.
Racismo y clasismo hacia lo originario y campesino que se manifiesta de manera radical en las históricas clases oligárquicas, terratenientes y burguesas en el Corazón del Sur.
TOMA 4. EL CORAZÓN DEL SUR
11 millones y medio de habitantes, 36 nacionalidades y alrededor del 62% de población originaria. Bolivia es el país más indígena de América Latina. Antes del proceso de cambio iniciado en 2006, el segundo más pobre después de Haití. Con la victoria del MAS-IPSP y la llegada del presidente indígena Evo Morales Ayma, Bolivia nacionaliza los hidrocarburos y aplica una política redistributiva que la convierte en una de las economías más estables de la región, sacando de la pobreza a millones de bolivianas y bolivianos. En noviembre de 2019, Bolivia sufre un golpe de Estado sui géneris donde colaboran desde sectores fascistas del oriente oligárquico de Santa Cruz y sus grupos paramilitares arropados en supuestos comités cívicos o la movilización en la calle de sectores medios formados durante el proceso de cambio, hasta el ejército y la policía, que tuercen la balanza forzando la renuncia del presidente legítimo. La biblia entra en el palacio presidencial y se retira la bandera Wiphala, símbolo de la cosmovisión de los pueblos originarios.
Los símbolos son a menudo antesala o reflejo de un nuevo tiempo político. Persecución a la oposición, masacres como las de Senkata y Sacaba, donde las fuerzas de seguridad asesinaron a más de 30 personas, caos y crisis durante la pandemia, regreso del neoliberalismo, entrega de bienes y recursos a empresas extranjeras y acercamiento a EEUU. La derecha pretendía legitimar el golpe sustituyendo al autoproclamado “gobierno de transición” de Jeanine Áñez por la presidencia de Carlos Mesa mediante la vía electoral. La cita, el 18 de octubre de 2020. El pueblo boliviano expresa su rabia con ejemplo de democracia y dignidad. En un ambiente militarizado y con fuertes medidas de seguridad sanitarias, acude a votar en masa. La victoria es aplastante. 55,11% para el candidato del MAS, Luis Arce, a más de 25 puntos del segundo, Carlos Mesa, con el 28,83%. La posibilidad de un nuevo paso anticonstitucional por parte de la derecha flota en el aire. Tras momentos de duda, reconoce la contundente derrota. El pueblo de Bolivia acaba por las urnas con el gobierno golpista, de esencia profundamente oligárquica, supremacista y señorial, que comenzaba a entregar el país a intereses ajenos a las bolivianas y bolivianos.
En estos días, ha circulado por las redes un vídeo de unos jóvenes impresentables que se hacen llamar periodistas que afirman barbaridades del tipo “el votante medio del MAS es un votante de un nivel intelectual nulo, prácticamente inexistente, ya no te digo cultural, no, no, no tienen prácticamente nivel. La mayoría de gente que ha votado a Evo Morales es gente que vive en el campo, gente que no sabe lo que es un teléfono móvil, no sabe lo que es internet y mentalmente no tiene absolutamente idea de prácticamente nada, son analfabetos literales. Hay mucha gente que no sabe hablar español”. Por sus palabras los conoceréis. Nuestras amistades bolivianas y latinoamericanas nos envían el vídeo y solo podemos sentir vergüenza. Esos sujetos son cachorros bonitos de la derecha más radical; vinculados a tinglados de desinformación como OK Diario, del ínclito Eduardo Inda, practican la mentira como arma de guerra al servicio de los herederos ideológicos del franquismo.
Caminamos durante casi 6 meses Bolivia de la misma forma que caminamos América Latina, jamás desde los hoteles y salones donde se alojarían esos `niños bien´ si osaran abandonar Españistán, sino desde los caminos y la tierra que pisa el pueblo boliviano. A lo largo de 7 departamentos caminando territorios, visitando sectores obreros, indígenas, campesinos, comunicacionales, reuniéndonos con cientos de voces, cubriendo eventos e incluso filmando en la Asamblea Nacional, tomada literalmente por polleras y sombreros campesinos, lo que vimos en Bolivia fue un pueblo digno, absolutamente politizado, que discute de política en calles y plazas. Vimos a pueblos indígenas que caminan kilómetros y kilómetros para marchar disciplinadamente por el centro de La Paz para reclamar al gobierno del MAS una carretera, mientras le seguían votando y acompañando porque es “el mejor gobierno que hemos tenido nunca”. Pueden tener sus críticas, pero ese es su proceso. Y no lo dicen porque se lo hayan contado, sino porque vivieron en sus carnes el antes y el después, y recientemente el después del después.
Para encontrar ese racismo españolista más propio del pasado imperial, que exhiben sin pudor los innombrables sujetos autoproclamados periodistas, no es necesario salir de Bolivia. El oriente boliviano es cuna de la oligarquía terrateniente heredera de las élites criollas que mamaron de las élites del imperio español. Fundamentados ideológicamente en el racismo y el anticomunismo, su mentalidad es literalmente hitleriana. La Unión Juvenil Crucerista (UJC), grupo de choque ligado al Comité Cívico de Santa Cruz, es admiradora de las SS alemanas. En varios actos se les ve emulando el saludo nazi. Esa poderosa oligarquía agraria, aliada con la burguesía señorial Paceña, fue la que se tomó las instituciones el pasado noviembre en Bolivia, con apoyo de Fuerzas Armadas, Policía y la inestimable ayuda de la OEA. La UJC, en estos momentos, a unos días de la toma de posesión de Arce y Choquehuanca, está junto a la glorieta del Cristo Redentor de Santa Cruz llamando de nuevo a desconocer las elecciones y al alzamiento a FFAA y Policía.
En el último año, el pueblo boliviano ha visto de tal manera empeoradas sus condiciones de existencia, ha sido tal el retroceso en su calidad de vida, tal el desamparo, la inestabilidad, incrementada debido a la pandemia y a un manejo desastroso de la misma, desmantelada la sanidad y expulsadas las brigadas médicas cubanas que atendían gratuitamente a poblaciones vulnerables en hospitales como los de El Alto, que el MAS, encabezado por el binomio Arce-Choquehuanca, ha logrado la mayor victoria de su historia, superando la de Evo en 2005. Incluso los sectores desencantados, acudieron a votar el pasado 18 de octubre por el restablecimiento del gobierno legítimo. Unos, ante la comprobación de que la oposición al MAS no tiene ni rumbo ni mucho menos proyecto político. Otros, quienes vivieron en sus carnes el despojo y la violencia del gobierno golpista, con la conciencia plena de restablecer la dignidad que les había sido usurpada.
Como nos relata la militante guevarista y exministra de Sanidad con Evo Morales, Nila Heredia, lo quizás más destacable y esperanzador de este lamentable año para el pueblo boliviano, ha sido la reactivación del tejido popular, de los movimientos de base articulados en la sombra para luchar contra un gobierno dictatorial. El pasado julio, en medio de la pandemia, Bolivia vivió un proceso de movilización y organización en las calles que paralizó el país, recordando a las épicas luchas anteriores al Proceso de Cambio. Desafiando las medidas restrictivas por la pandemia, en varias ciudades se trancaron calles y rutas protestando contra el gobierno de facto y exigiendo, entre otras cosas, la no postergación, con la excusa del Coronavirus, de las elecciones programadas en un inicio para el 6 de septiembre. La jornada del 18 de octubre no fue más que la expresión de esa organización tejida en la sombra durante un año que en medio de la infamia, nos regala estampas vivas de dignidad.
Si hay que rescatar un hecho clave y fundante de un nuevo tiempo de posibilidades para las transformaciones profundas en Bolivia, es el proceso constituyente iniciado en 2006 que concibió la nueva Constitución de 2009, la cual abría el camino a transformar las instituciones republicanas por una nueva forma de estado: el Estado Plurinacional. Tocará discutir si se avanzó lo suficiente o no en esa dirección desde la entrada en vigor de la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia. Pero lo cierto es que esa fue la base de los cambios que se dieron en Bolivia hasta el golpe de 2019 y de las posibilidades abiertas que todavía están por darse. Hacia el reencuentro con esos caminos caminaron las mejores voluntades que acudieron a depositar su voto.
Justo esa gama de posibilidades de horizonte plebeyo que se abrió en Bolivia con la Asamblea Constituyente, es la que pretende abrir el pueblo del que hablaremos en la siguiente toma.
TOMA 5. EL SUR DEL SUR
Con el debido permiso de Colombia y Bolivia, el 18 de octubre será hasta los restos el día de la Rebelión chilena. Hace un año se producía en el país largo y estrecho, regado de mártires, héroes anónimos y luchas originarias y populares, un levantamiento prodigioso, premonizando que las tan recordadas palabras de Allende que muchos pretendieron convertir en quimera museológica, siguen brotando en los corazones del Sur.
De los casi 19 millones de habitantes, el 12,8 % se autorreconoce como indígena, siendo el pueblo mapuche el mayoritario, ejemplo histórico, vivo, de lucha y resistencia. En los años 70, tras la extraordinaria experiencia del gobierno de los trabajadores liderado por Allende, el de la Unidad Popular, frustrado a sangre y fuego, Chile se convirtió en pionero ejemplo neoliberal para los eficaces gerentes del tiempo capital. Refundación de tiempo y orden económico, político y social durante un régimen que expulsó por la puerta del terror las libertades y garantías democráticas mientras se abrió de par en par a las “libertades” mercantiles del progreso neoliberal. Aprobada en plena dictadura de Augusto Pinochet, la actual Constitución es producto de esos tiempos de oscuridad. Echado el cierre a la dictadura, con apenas un par de reformas cosméticas, esa constitución sigue haciendo de candado en una “democracia restringida, tutelada y de baja intensidad”, al servicio de grandes élites nacionales y transnacionales. El “milagro económico chileno” es hoy uno de los países más desiguales de América Latina. La privatización de la vida siega la dignidad de pueblo y naturaleza. Un selecto grupo de familias con apellidos muy poco latinoamericanos – Luksic, Angelini, Matte, Walker, Edwards, Paulmann o Chadwick- concentran poder, riqueza y tierra en Chile. El presidente Piñera, empresario de la derecha pinochetista, figura entre los hombres más ricos de Chile, con una fortuna valorada en 2.700 millones de dólares por la revista Forbes, que según él mismo confiesa, subestima su patrimonio real.
El 18 de octubre de 2019, Chile comienza una Rebelión Popular que no se detiene ni con la pandemia. El pueblo hambreado ha mantenido, con intermitencia y al ralentí en periodo de cuarentena, la llama de la protesta. Los motores de la rebeldía vuelven a calentarse en vísperas del primer aniversario. El 18 de octubre de 2020 la rebautizada Plaza de la Dignidad vuelve a cantar las canciones que pusieron banda sonora al tiempo de la Unidad Popular. El “Venceremos” resonando en cada latido, confirma que durante tantos años de oscuridades y neoliberalismo, el sueño de Allende, Violeta, Víctor, Beatriz, Miguel Enríquez y las clases oprimidas de Chile seguía latente, palpitando en los corazones plebeyos. En el octubre chileno se agolpan todas las luchas anteriores. La del pueblo mapuche, la de la Unidad Popular, los comandos comunales, el MIR, el FPMR y todos los movimientos que lucharon en clandestinidad; la cueca sola, la olla común, las madres y mujeres que enfrentaron a la dictadura, los pobladores, portuarios o mineros; los pingüinos de 2006, la lucha estudiantil de 2011…
El 18 fue un preámbulo del siguiente domingo, 25 de octubre de 2020, donde en palabras de Manuel Cabieses, “el pueblo ha debido aceptar esta forma humillante de acercarse al objetivo de una Constitución democrática”. Objetivo necesario, dado que “desde 1973, cuando la traición de las fuerzas armadas dio comienzo al largo período de terrorismo de estado, la lucha por una Asamblea Constituyente se levantó como una salida pacífica al espanto”. Los chilenos luchan hoy por jalar esa constituyente hacia lo popular, destituyendo la conducción del proceso por parte del actual poder político de casino. Por eso, continúa Cabieses, “todas nuestras energías deben volcarse a un solo objetivo: obtener una victoria aplastante en el plebiscito”[1]. Y así fue. El 25 el pueblo chileno acudió masivamente a votar en un plebiscito que deja un resultado del 78.27 por ciento de apruebo para elaborar una nueva Constitución y 79.22 para que sea mediante elección popular. El tiempo de la Constitución de Pinochet comienza a hacer aguas. Se inaugura no un nuevo tiempo, pero sí una nueva etapa política donde el movimiento popular chileno tiene por delante una de las tareas más importantes de las últimas décadas para el futuro de su pueblo. El sociólogo Marcos Roitman lo resume así: “hay que seguir movilizados, articular programa y definir estrategias, presionar, impedir que sean los mismos que se han negado a reconocer sus vergüenzas, quienes administren el triunfo y elaboren la nueva Constitución. Se ganó una gran batalla, pero no se puede bajar la guardia”[2].
La jornada del 18 de octubre de 2020 en Chile ha sido tan importante como la de 2019. No solo para Chile, sino para Latinoamérica. Lo más difícil de los tiempos de rebeldías no es iniciarlos, sino prolongarlos en el tiempo y que lleguen a dilatar las grietas para convertirse en ancha alameda. Lo primero se está consiguiendo a fuerza de lucha organizada y a costa de nuevos héroes de la clase trabajadora. Más de 30 fallecidos, decenas de miles de heridos, violaciones, abusos policiales, pérdidas de ojos, alrededor de 2500 detenciones, presos y presas políticas de la revuelta, son un fugaz repaso del saldo de una lucha para caminar hacia otros rumbos, para inaugurar otros tiempos.
Los domingos 18 y 25 de octubre de 2020 corroboran que, aún en medio de la mayor crisis global de la historia de la humanidad, los pueblos no se resignan al despojo y la opresión, y tras la eterna noche de dictaduras, neoliberalismo y nueva dictadura de los mercados, la historia en América Latina sigue más viva que nunca, reclamando nuevos tiempos que sumando todos los anteriores explosionen en memoria libertadora.
TOMA 6. TIEMPO Y MÍSTICA NUESTROAMERICANA
Lo bueno de los tiempos de grandes transformaciones, son las grietas que se abren en forma de desafíos plebeyos. Lo malo es el riesgo de que la infamia desbordada inunde hasta esas grietas que se nos abren para cambiarlo todo sin que nada cambie.
Quizás lo más interesante del 18 de octubre de 2020 sea lo que deja en el tapete en cuanto a reflejo y fotografía simbólica del estado de algo así como la mística popular latinoamericana, insumo indispensable para eso a lo que el Che llamó la Revolución Latinoamericana.
Los bolivianos acudiendo a las urnas para ajustar cuentas con la verdad y la justicia, los indígenas, afros y campesinos colombianos entrando a Bogotá al grito de “nos están masacrando”, y los chilenos multiplicándose en canto de alameda en la Plaza de la Dignidad, cada uno de esos pueblos no caminaba solo el 18. Bolivia, Colombia y Chile iban de la mano; no solo entre ellos, sino con los otros pueblos de América Latina con quienes comparten un pasado común de despojo y resistencias, un presente común de opresión y rebeldías. Pasado y presente de pueblos hartos de ser el vagón de cola de un sistema explotador. Si hay algo que une más fraternalmente a los pueblos que la opresión compartida, es la lucha compartida, la rebelión compartida, el horizonte compartido.
En Europa se prostituyó la palabra mística, pero en ese germen de insurrección compartida hay una mística popular convocante, en el sentido originario y revolucionario de la palabra mística, no la piltrafa desmovilizadora de consumo y autoayuda en que la convirtió Occidente. De ahí se nutren los mitos libertadores, impulsos motores que en forma de identidad colectiva refuerzan y acompañan al pensamiento y la praxis emancipadora, para un mañana que nos convoque a todas y todos en un nuevo-viejo tiempo.
Parecerá que ha sido de golpe. Algunos dirán que ha ocurrido un milagro, que empezamos de cero olvidando lo viejo. Otra vez los tiempos del capital invadiendo hasta las luchas plebeyas. Pero los duendes de la memoria saben muy bien que el devenir histórico es siempre acumulado, suma que refuerza o transforma, nunca generación espontánea.
América Latina vive un proceso de despertar, dicen algunas voces acreditadas. Sin embargo, los pueblos nuestroamericanos nunca se durmieron. Algunos perdieron batallas, abandonaron trincheras, descuidaron posiciones, pero el tejido en la sombra continúa dando sus puntadas de grueso hilo allí donde se lograron fortalecer espacios y conciencias de poder popular. Algunos procesos sí se durmieron en los laureles de la institucionalidad, en un tiempo que abría posibilidades y cambios; por eso se debilitaron. Por eso avanzó el monstruo. Otros, resisten ante la arremetida del tiempo imperialista. La revitalización de espacios y conciencias, el fortalecimiento popular de las resistencias, es la grieta abierta en la historia por la que deslizar la voluntad colectiva hacia las anchas alamedas del tiempo. De nosotras, las almas plebeyas, depende que seamos capaces de gestar ese hueco de tiempo preñado de memoria, de encuentro, de “creación heroica”; ese tiempo que aglutine a todos los tiempos anteriores y los que vendrán.
TOMA 7. TIEMPO ORIGINARIO
La postmodernidad nos emplaza a vivir el presente, que es lo único que existe, dice. Pero si de algo está hecho el tiempo presente es de pasado. Si hay algo realmente existente es puro pasado. El hoy no es hoy sino ayer como expresión de todos los ayeres. La mesa sobre la que escribo está hecha de madera de árboles que crecieron en los bosques que bombean el oxígeno que respiramos. El teclado sobre el que golpeo mis dedos armando palabras está hecho de petróleo, hidrocarburo de materia orgánica descompuesta a lo largo de millones de años por cuya extracción se hacen guerras como la de ayer en Irak o la de hoy contra Venezuela. La batería del jodido móvil que interrumpe la escritura está hecha de litio, metal tan codiciado que puede motivar golpes de Estado como el de 2019 en Bolivia. Y todos, la mesa, el teclado y el móvil, están hechos de trabajo y tiempo. Y exceptuando la centenaria mesa, están hechos de salario, plusvalía, despojo y explotación. Quizás por eso nos emplacen a vivir el presente. Quizás por eso quieran condenarnos al olvido, despojarnos de conocimiento. Pero el presente, lo veamos o no, lo queramos o no, se manifiesta a gritos como suma de todos los ayeres. Con sus grandezas y sus miserias nos convoca a enmendarlas o alimentarlas para proyectar desde ellas esa cosa maleable a lo que llamamos futuro.
Hay tiempos que reúnen a todos los tiempos. Tiempos gestantes de nuevos tiempos, tiempos paridores de todos los tiempos. A esos tiempos nos referimos. Días en los cuales la historia se aglomera de golpe, sin avisar, amontonando años y siglos. De esos días hablamos.
Existe un tiempo originario que tiene que más ver con el día y la noche, el sol y la luna, que con horas y relojes. El tiempo de la naturaleza frente al tiempo abstracto y mecánico. El tiempo orgánico frente al tiempo capitalista. El filósofo boliviano Rafael Bautista lo llama el tiempo del pachakutik. Para los pueblos originarios, aimaras, mayas, mapuche, el tiempo es circular. En su cosmovisión el tiempo no es repetición lineal sino renovación natural. Para ellos, el tiempo del presente es un tiempo que contiene a todos los tiempos anteriores. Por eso la memoria. Por eso en América Latina se sigue luchando en medio del terror, la persecución, el asesinato sistemático. A pesar de la muerte, siguen saliendo a fundar nuevos tiempos. Se sobreponen al miedo porque caminan acompañados por todos sus ancestros, por todos los compañeros de lucha que muriendo por la vida, vivieron para siempre. Eso es la mística revolucionaria de la que América Latina nos provee como insumo para el aprendizaje, como motor para la revolución. No para el calco y copia, no para la imitación desubicada, no como utopía imposible, sino como espacio-tiempo prefigurativo, como lugar alcanzable, como sueño y esperanza real, posible y necesaria.
Mística que palpamos en espacios como la Minga en Colombia, donde el tiempo se retroalimenta de espacio de encuentro. Mística revolucionaria que crece a mirada internacionalista, que brota en las palabras de Erika Prieto, aún en medio de un escenario como el colombiano: “en el marco de un momento tan conflictivo y complejo, vivimos ese alzamiento del pueblo latinoamericano en un ejercicio de lucha, de resistencia, de estar convencidos de que seguimos adelante, de que nos seguimos uniendo, entendiendo esa unidad que confluye en la Minga como una parte de la victoria del pueblo frente a los opresores; un asunto en que ni el Covid ni el miedo ni el terror de las armas, del Estado, esas armas de fuego pero también esas armas del derecho penal, de la represión, de la amenaza, van a poder parar. El pueblo va hacia adelante y eso lo demuestra la Minga en Colombia y los ejercicios que se vienen de movilización en todo el país y en América Latina”.
TOMA 8. FIN – PRINCIPIO
Es por todo eso y mucho más, que el pasado 18 de octubre de 2020, como tantos días y como tantos octubres, caminará al lado de quienes consideramos necesario y posible un quiebre en la historia, un tiempo gestante de tipo originario, nuestroamericano y socialista.
Notas:
[1] Manuel Cabieses, Nueva Constitución: llave maestra del cambio,
[2] Marcos Roitman, Celebrar con cautela: Chile, no todo lo que reluce es oro, La Jornada, 27 de octubre de 2020
Vocesenlucha. Comunicación popular. Pueblos América Latina, el Caribe y Estado español