¿Debemos los europeos acoger a prisioneros de Guantánamo en nuestros países para facilitar el cierre de esa prisión de la vergüenza? La cuestión apareció el pasado día 26 sobre la mesa de trabajo de la Unión Europea. Esa mañana, los ministros de Asuntos Exteriores de sus 27 miembros se enfrentaron al primer problema político […]
¿Debemos los europeos acoger a prisioneros de Guantánamo en nuestros países para facilitar el cierre de esa prisión de la vergüenza? La cuestión apareció el pasado día 26 sobre la mesa de trabajo de la Unión Europea. Esa mañana, los ministros de Asuntos Exteriores de sus 27 miembros se enfrentaron al primer problema político planteado por Obama a sus aliados de ese lado del charco: «A ver, ¿quién echa una mano para sacar a los presos sin cargos de Guantánamo?».
Washington todavía no ha presentado a Bruselas una petición formal de colaboración. Pero han realizado consultas bilaterales con distintos gobiernos europeos y el asunto se ha convertido en un secreto a voces: se trata de que varias naciones acojan a unos 60 prisioneros que no pueden ser enviados a sus países de origen porque sus vidas correrían peligro. Detenidos que en su mayoría fueron comprados a señores de la guerra o grupos paramilitares a cinco mil dólares por cabeza, contra quienes no se ha logrado concretar acusación alguna, y que hasta ahora no han sido liberados simplemente porque la administración Bush no sabía qué hacer con ellos.
Europa no ha puesto buena cara, pero acabará ayudando a Obama. Javier Solana -ese «responsable de la política exterior de la UE» carente de responsabilidades concretas- por una vez puso el dedo en la llaga al declarar que se trata de «un problema de los Estados Unidos, y son ellos quienes tienen que resolverlo». El gobierno checo, presidido por un euroescéptico duro, prefiere que cada país perfile su propia posición. Holanda y Austria se niegan de plano. Alemania duda. Gran Bretaña, Francia, Finlandia y otros quieren complacer al nuevo emperador. España, más allá de las buenas palabras, se muestra reticente e insiste en aguardar los movimientos de la administración y la Justicia norteamericanas.
Cierto es que la inmensa mayoría de los presos de Guantánamo que han recuperado la libertad no han causado problema alguno. (A través de la ONG angloamericana Reprieve, tuve ocasión de conocer a algunos y de entrevistar a Tarek Derghoul, ciudadano británico que fue secuestrado en Pakistán.) Pero acogerlos plantea numerosos problemas: ¿se puede limitar su libertad de movimientos? ¿Se puede impedir que denuncien ante los Tribunales de Justicia los atropellos que han sufrido?
¿Deben las naciones europeas asumir responsabilidades ajenas? Si los prisioneros de Guantánamo pueden quedar en libertad en algunos rincones de Finlandia, de Italia o de España… ¿por qué no pueden hacerlo en tierras de Oregón, de Ohio o de Nevada? Europa debería exigir a la administración Obama que empezara por efectuar un cambio radical e inmediato en las inhumanas condiciones de encarcelamiento en Guantánamo -lo que aún no se ha producido, ni siquiera insinuado- y que acabase indemnizando a quienes ha secuestrado y torturado durante años sin disponer de pruebas para acusarlos de delito alguno. Pero Europa no puede hacerlo, porque muchos miembros de la Unión están pringados de complicidad en detenciones ilegales y en vuelos secretos de la CIA que trasladaron a secuestrados; de algunos incluso se sospecha que albergaron centros secretos de detención ilegal.