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Con los huelguistas de Vandea

Fuentes: Le Monde Diplomatique

“¡Nos movilizamos con lo que hay!”

Conciliar el apoyo popular masivo con la relativa debilidad de las fuerzas movilizadas sobre el terreno: este es el desafío al que se enfrentan los activistas sindicales en su lucha contra la reforma de las pensiones.  Lo asumen con más o menos éxito, apuntando al largo plazo.

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Traducción de Daniel Gatti.

–¿Dónde pusieron los palets? No veo nada…

En la madrugada del martes 21 de marzo, en esta rotonda de la zona industrial de Les Herbiers (Vandea, en el oeste de Francia), los activistas se buscan entre la oscuridad y el frío. Para luchar contra la reforma de las pensiones, a pesar de su aprobación el día anterior en el Parlamento, los leños comienzan a amontonarse sobre la calzada: “Llamamos nosotros solos a este corte porque nuestra intersindical de Vandea no estaba a favor. Probablemente sea un poco demasiado radical para muchos de ellos”, lamenta François (1), del sindicato local de la Confederación General del Trabajo (CGT) de La Roche-sur-Yon. Alguien enciende los palets y un primer camión toca bocina en señal de solidaridad.

–¿Ustedes son de los sindicatos? –pregunta una cincuentona frenando el auto profesional en el que se desplaza.

–Sí señora, somos de la CGT.

–¡Oh! No puedo hablarles demasiado tiempo porque estoy geolocalizada, pero me viene bien. Quiero sindicalizarme. Soy empleada doméstica, las cosas van muy mal en mi trabajo, y como ya estoy toda rota, no podré llegar hasta los 64 años.

Valérie, sindicalista en una mutualista, le garabatea su número telefónico a toda velocidad: “Si hubiéramos hecho esta acción sólo para encontrarnos con esta señora, podríamos haberla considerado un éxito”.

A lo largo de la mañana, el “bloqueo de la economía” planificado por los sindicatos se ha limitado a un corte parcial de ruta con reparto de volantes incluido: la treintena de activistas presentes son insuficientes para inmovilizar por completo el tráfico, como se pretendía, pero por lo menos logran exasperar a la gendarmería local, que los vigila de cerca. “¡Hacemos lo que podemos con lo que hay!”, dice Kamel, empleado de Enedis. “Lo que hay” es, a unos metros de distancia, una zona industrial en la que trabajan unas 5.000 personas, ninguna de las cuales está en huelga. “Lo que hay” son también esos mismos empleados que van a trabajar pero que antes de hacerlo recogen los volantes y en su mayoría alientan a los activistas y les agradecen por lo que hacen. Pero, hay que decirlo, los activistas están ya algo cansados. Cansados de las manifestaciones repletas de gente –nunca había habido en Vandea movilizaciones tan importantes como las de este invierno boreal-, cansados de los mensajes de apoyo, de las felicitaciones, de los bocinazos solidarios de los camioneros, que no se traducen en acciones concretas, en paros, en huelgas. Todos son capaces de citar las causas de este desfasaje, que enumeran en tono cansino: resignación, fatalismo, individualismo, dificultades económicas… Pero al mismo tiempo todos arriman un palet, un termo con café, sus risas, ramas de árboles, montones de volantes. Y siguen adelante.

Resignación, individualismo y dificultades financieras

Esa profunda contradicción también la experimentan los trabajadores ferroviarios de la CGT de La Roche-sur-Yon, que nos invitan a comer –copiosamente– en sus locales. Están en huelga renovable. “Los compañeros que están haciendo huelga aquí son un núcleo duro”, advierte Olivier. Todos lamentan no haber logrado involucrar a los demás en su movimiento: “Lo peor es que no hacen un carajo [sic]”, se lamenta. “A pesar de los pocos que somos en hacer huelga, logramos de todas maneras enlentecer la actividad. Pero entonces se ponen a jugar todo el día al Candy Crush en sus celulares…”.

Este sindicalista cuestiona el nivel de “conciencia”, “política o gremial”, de los asalariados, que sería muy débil. La “conciencia” de la injusticia de esta “reforma” sería muy mayoritaria, como lo demuestran todas las encuestas de opinión publicadas hasta ahora. “Es cierto”, admite Sébastien. “Pero es una oposición de escritorio. No es fácil lograr que la gente pase de rebelarse frente a su televisor a inmovilizar su herramienta de trabajo… ”. Sin embargo, aquí todos siguen adelante.

Éric también sigue adelante. Este sindicalista de la CGT de Airbus, en Nantes, parece haber resuelto la contradicción: “Debemos aceptar militar sin conseguir resultados”, dice. Interrogados acerca de si no consideran precisamente un resultado interesante que 150 personas hayan logrado bloquear por completo una rotonda durante varias horas, tanto él como su colega Jimmy responden por la negativa. “Es una muestra de debilidad”, afirma Jimmy. “Si consideramos sólo los votos que obtuvimos en las elecciones profesionales deberíamos haber sido cerca de mil…”.

Se trataría entonces de militar sin esperar un gran resultado. “Lleva mucho tiempo trabajar sobre la conciencia de las personas”, prosigue Éric. “Es posible que nunca cosechemos las recompensas de lo que hacemos en nuestra vida. Pero las ideas prenden, incluso de maneras que ignoramos. Mientras tanto, debemos continuar y, sobre todo, salir del culto a la inmediatez. Las jóvenes generaciones que desembarcan en la fábrica están muy metidas en eso. Y en materia de conquistas sociales, no funciona de esa manera…”.

Jimmy comparte la necesidad de replantearse la relación con el tiempo: “Trabajamos a determinada cadencia, con objetivos marcados hora tras hora, cada minuto cuenta para nosotros… Ese es el tiempo capitalista. Necesitamos recuperar el largo plazo, nuestro tiempo”. Y se trata también de resolver una contradicción adicional: de profesión operador de control numérico –“eso a lo que se le llama ‘aprietabotones’”–, Éric se enorgullece de ser un trabajador manual. “Es muy difícil pasar de trabajar en la fábrica a trabajar por convicción. En el taller, al final del día, sé lo que he hecho con mis manos, y es gratificante. En el trabajo militante con los asalariados, en el sindicalismo cotidiano, no obtengo resultados concretos de este tipo. Lo que hacemos es intangible…”.

Éric y Jimmy siguen adelante. El hecho de que la Intersindical permanezca unida es una gran cosa, dicen. Para estos integrantes de la CGT acostumbrados a que la central laboral históricamente dominante en Airbus sea Fuerza Obrera (FO), vista a menudo como “el sindicato de la casa”, la presencia de FO en la Intersindical, como se ha dado hasta ahora, ha contribuido a fortalecer en mucho las filas de manifestantes y huelguistas.

“Tomó tres días”. Por un momento se pensó que Jean-Marie, de la CGT de Fleury-Michon, una empresa que en Vandea cuenta con más de 2.000 asalariados, había cedido al culto a la “inmediatez”. Tres días de paro para conseguir aumentos. ¿Rápido, eficiente e inmediato, entonces? Jean-Marie protesta: “Tres días de huelga es mucho. ¡Hay que hacerlos! Sin hablar del trabajo de concientización previo, que duró meses, años…”.

Sentado a su lado, Mickaël recuerda sus primeros años de trabajo en esta joyita de la industria agroalimentaria francesa, una época en la que no encontraba nada para criticar, en la que “carecía de conciencia”. Fue la situación de un amigo obrero, que estaba a punto de ser injustamente despedido, lo que le “abrió los ojos”. Fue ahí que se sindicalizó, cuando la CGT estaba en sus niveles más bajos en la fábrica; 15 años después, la central está a muy pocos votos de ser mayoritaria en la empresa; el “tiempo largo” llevó a que en Fleury-Michon hubiera diez por ciento de huelguistas durante las jornadas de movilización en defensa de las jubilaciones. Mickaël lamenta este nivel, dado lo que está en juego. Luego se corrige: es en realidad muy alto, en función de las tasas de huelguistas verificadas entre el resto de los asalariados industriales locales. Jean-Marie y Mickaël siguen adelante.

“Descubrí la esclavitud”

Béatrice da la impresión de ser una mujer moderada. Y no parece que exagere esta asistente domiciliaria afiliada a la CGT cuando habla de sus comienzos laborales en esos términos al referirse a las condiciones de trabajo, a la carga de trabajo mental y sobre todo física. “Por suerte, rápidamente hice grandes amigas. Después del trabajo, tomábamos una copa y comíamos algo aquí, en mi sala de estar, con mis caniches”. Sospechaban entonces que se movía con oscuras intenciones militantes. Béatrice sonríe. Asegura que en esa época desconocía lo que era el compromiso y que no era “consciente” de que aquella convivencia de las noches algún día la conduciría a reuniones sindicales. Porque a fuerza de compartir su día a día, sus dificultades, un pastel y un café, este puñado de jóvenes acabarían decidiendo colectivamente que “ya basta”. En los albores de la década de 2000, Béatrice fue designada delegada sindical. “Recuerdo los comienzos: no entendía nada. Un día le dije, cara a cara, suavemente, a nuestro patrón lo que estaba sucediendo, con todo detalle. Era tan inhumano lo que padecíamos que estaba convencida de que nos íbamos a entender: los dos éramos humanos, después de todo, ¡él podría comprenderme! El problema es que en realidad él comprendía perfectamente lo que estábamos pasando. Y me respondió: ‘Sí, es difícil para ustedes. Pero así son las cosas. Y si no están satisfechas, da lo mismo’”.

“Me abrumó”, agrega Béatrice en voz baja, “no sabía que estaba descubriendo la lucha de clases. No sabía que existía, que la gente podía negarse a escucharme simplemente porque sus intereses eran diferentes de los míos”. Cualquier parecido con las críticas al actual gobierno por su autoritarismo, incluido el uso del artículo 49-3 (2), o por su “sordera” no es, según Béatrice, en absoluto fortuita… Pero sucede que tras haber estado en el origen de las primeras huelgas en un sector en que son especialmente raras, a Béatrice “se” la terminó escuchando. A 20 años de la creación del sindicato, en las recientes movilizaciones contra el proyecto de la primera ministra Élisabeth Borne hubo entre las asistentes domiciliarias diez por ciento de huelguistas.

Beatrice trabajó durante mucho tiempo sin obtener resultados, y aceptó la larga duración. Ese diez por ciento de huelguistas es una victoria muy clara, dice. Está convencida de que si el gobierno no retira la reforma de las pensiones es parte de la “lucha de clases”, en la que se puede “perder una batalla, pero no la guerra”, según afirma. Béatrice sigue adelante.

Cinco horas corridas de Macron

Denis, por su parte, está feliz. El bloqueo del liceo técnico donde este sindicalista enseña Matemáticas fue efímero, pero sin precedentes y exitoso. Uno de sus colegas trajo un impresionante stock de leña cortada por él en un bosque, muy útil para obstruir el acceso al establecimiento. “Cuando este colega llegó a nuestro liceo, en 2018, no me importaba nada lo que él pensara: ¡era tan fanático de Macron, lo adoraba tanto que era capaz de pasarse cinco horas seguidas viéndolo en la tele. No se perdió ni un solo debate de Macron. ¡Nadie fue capaz de hacer algo así en este país…!”.

Magnánimo, Denis nunca se lo reprochó y cuando terminaban las clases lo invitaba a jugar a la belote (3) con algunos colegas. “Todos los viernes nos reunimos en un bistró cerca del liceo. Jugamos a las cartas y nos tomamos dos o tres cervezas. Y discutimos sobre todo, sobre nada. Sobre política también. En cinco años, mi colega terminó pasando de seguir los debates de Macron a llevar madera para bloquear el liceo. Fueron necesarios cinco años de belote”. ¿Un tiempo largo? “¡No, cinco años es rápido!”. Denis se echa a reír. Denis seguirá adelante.

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Horror

El 17 de marzo, al día siguiente de las primeras manifestaciones espontáneas contra el recurso al artículo 49-3 para aprobar la reforma de las pensiones, LeFigaro.fr se constituyó en un serio candidato a ganar el próximo Premio Pulitzer con este reportaje: “Una calzada limpiada en el Distrito 2 de París, comerciantes en estado de shock. En la rue des Petits-Champs (distrito 2), cerca de las Tullerías, la calzada fue limpiada después de la violencia del día anterior, pero los comerciantes todavía están conmocionados. ‘Volcaron todos los contenedores de basura, fue impresionante’, le dijo una vendedora de cigarrillos a nuestro periodista Éloi Passot. A unas calles de distancia, la vitrina de un Monoprix fue destruida”.

Estupor

Dos días después, los manifestantes siguen en las calles y el canal CNews titula en grandes caracteres: “¿Debemos temer el regreso del comunismo?”.

Terror

Con su habitual sentido de la proporción, el editorialista del diario patronal L’Opinion denuncia en su edición del 15 de marzo “el sabotaje democrático permanente” operado, según él, por La Francia Insumisa: “No es folclore trotskista ni una obsoleta nostalgia jacobina. Es un verdadero socavamiento: metódico, sistemático, ideológico. Debemos tomarnos en serio la forma en que La Francia Insumisa, y con ella una parte cómplice de la Nueva Unión Popular, Ecológica y Social (Nupes), está saboteando nuestras instituciones. Para la izquierda radical, el cansancio de la democracia y la impopular reforma de las pensiones son una oportunidad para probar en tamaño real esta ‘insurrección ciudadana’ soñada por Jean-Luc Mélenchon. Su programa: el caos. Su política: el terror”.

Felicidad

A la espera del retorno del comunismo y de la instauración del terror mélenchoniano, los accionistas de las grandes empresas globales cosecharon cerca de 1,5 billones de euros en dividendos en 2022, es decir, más que la riqueza producida durante el mismo año por España. Según los economistas Isabella Weber y Evan Wasner, la tasa de beneficio de las empresas estadounidenses (16 por ciento del valor añadido bruto) ha batido un récord que se remonta a… 1945. En Francia, los propietarios recibieron más de 80.000 millones de euros en el ejercicio 2022, es decir, tres por ciento del producto interior bruto (PIB): esto es 30 veces el déficit de los fondos de pensiones esperado este año y 4,5 veces el monto del “ahorro” (es decir, del despojo salarial) generado por la reforma. Los accionistas de TotalEnergie, LVMH, Sanofi, BNP Paribas, Stellantis, Axa y Crédit Agricole se llevan ellos solos la mitad del premio gordo. En teoría, los dividendos remuneran el riesgo asumido por los proveedores de capital. En la práctica, estos últimos no tienen nada que temer, ya que el Estado neoliberal rescata con el dinero de los contribuyentes a estos grupos “demasiado grandes para hundirse” si llegan a zozobrar.

La magia de la política económica aparece entonces en su cristalina transparencia: la reforma previsional –impuesta, según confesó el propio presidente de la República, para mostrarles a los mercados su determinación de seguir quitando a los pobres para dárselo a los ricos– obligará a los asalariados a financiar con su trabajo dos años más de beneficios a los empresarios, parte de los cuales desaparecerán en recompras de acciones exentas de impuestos y la otra parte en paraísos fiscales. El peligro rojo está a nuestras puertas.

* Pierre Souchon, periodista.

Notas de Redacción Le Monde Diplomatique

1) Las personas interrogadas pidieron ser identificadas sólo por su nombre de pila.

2) El 49-3 es un artículo de la Constitución francesa que permite a un gobierno aprobar una ley sin pasar por el Parlamento. Es utilizado cuando el Ejecutivo de turno teme no contar con las mayorías parlamentarias necesarias.

3) Juego de cartas similar al tute.

Le Monde Diplomatique, edición Uruguay, abril 2023