El 4 y 5 de diciembre Basilea acogerá a los 1200 delegados de la Conferencia de Ministros de Exteriores de los 57 Estados miembros de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europea (OSCE), que este año está presidida por Suiza. Para protestar contra la celebración de esta cumbre a sueldo de los principales […]
El 4 y 5 de diciembre Basilea acogerá a los 1200 delegados de la Conferencia de Ministros de Exteriores de los 57 Estados miembros de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europea (OSCE), que este año está presidida por Suiza. Para protestar contra la celebración de esta cumbre a sueldo de los principales bloques o potencias imperialistas -Estados Unidos, los jefes de fila de la Unión europea (UE) y Rusia- se ha constituido en Basilea un colectivo contra la OSCE que ha convocado a una manifestación para el viernes 5 de diciembre a las 18h. Esta cita es importante y, sobre todo, debe ser la ocasión para discutir en el seno de la izquierda antiimperialista sobre las tareas en relación a la crisis actual en Ucrania.
Los orígenes de la OSCE
Al principio, la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europea fue un fórum cuyo objetivo, durante las dos ultimas décadas de la guerra fría, fue favorecer la «distensión». Entre sus objetivos centrales estaban el respeto de las fronteras establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y la puesta en marcha de mecanismos de consenso para el «impulso de los derechos humanos». En la práctica, este organismo ha sido el vector del proyecto impulsado por la Ostpolitik alemana desde finales de los años 1960: favorecer la reintegración de Europa del Este y Rusia en la economía capitalista mundial a través de un acercamiento más que a través de la confrontación.
Tras la implosión del bloque soviético y los acuerdos de Dayton en diciembre de 1995, que sancionaron el fin de la guerra en Bosnia-Herzegovina y su puesta bajo la tutela de la OTAN, la CSCE [Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa] dio paso a la OSCE. Su objetivo era promover la democracia representativa y la economía de mercado en el ex bloque soviético, al mismo tiempo que evitar la guerra. Para ello, debía esforzarse en controlar las tensiones sociales y políticas provocadas por la puesta en práctica de políticas brutales de liberalización y privatización. Fueron los tiempos gloriosos de la OSCE, que llegó a multiplicar su presupuesto anual por cinco, pasando de 32,4 millones de euros en 1995-1997, a 155,8 millones en 1998-2000, en un contexto de postración de Rusia, cuyo PIB se redujo en más del 50%(!) entre 1990 y 1999.
En 1999, la República checa, Hungría y Polonia se integraron en la OTAN; en 2001, fueron los Estados bálticos, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia quienes lo hicieron. Entre 2003 y 2005, esos mismos países se integraron en la UE. Para Rusia, la perspectiva de basar la seguridad Europea en el papel central a desempeñar por la OSCE perdió toda credibilidad en un período en el que su economía recuperaba progresivamente el nivel de 1990, que fue superado en el año 2005. Así pues, sus aspiraciones como potencia parecían cada vez menos compatibles con los de los países occidentales, razón por la cual en diciembre de 2004, durante la conferencia de la OSCE en Sofía, Rusia criticó la «parcialidad y el doble rasero» de esta organización/1. Al año siguiente, el ministro ruso de Asuntos extranjeros, Sergei Lavrov, definió con precisión el punto de vista de su país: «La OTAN se ocupa de las cuestiones de seguridad, la UE de los asuntos económicos, mientras que la OSCE se dedica a supervisar que los países que quedaron fuera de la OTAN adopten valores de esas organizaciones»/2. El año 2007, en Múnich, Putin denunció una vez más a la OSCE como «un instrumento al servicio de un grupo de países en detrimento de otros».
El test ucraniano
La anexión de Crimea por parte de la Rusia de Putin y el posterior envío de material militar y de fuerzas rusas al Este de Ucrania para apoyar a los sectores separatistas, constituyen el último avatar de una política de reconquista de un imperio con, por lo menos, cuatro siglos y medio de antigüedad, que debió renunciar al control directo de 5,3 millones de km2 tras la implosión de la URSS en 1991. Dominado por el elemento gran-ruso desde el tiempo de los zares, en el siglo 19 se le definió justamente como una «cárcel de pueblos». Los capitalistas rusos, con fuertes apoyos del aparato de Estado de la Federación Rusa, sueñan actualmente con su redespliegue. Dada su debilidad económica relativa se basan, en el interior del país, en el nacionalismo y el racismo que le acompaña, con el apoyo de sectores próximos a la extrema derecha, y, en el exterior, en su posición geopolítica y su poder militar. Lo más sorprendente es ver a amplios sectores de la izquierda occidental prestar oídos a este tipo de propaganda.
Sin embargo, el apoyo de los anticapitalistas a la resistencia de los pueblos que sufren ya la tutela del imperialismo ruso o se encuentran amenazados por sus intrigas expansionistas, no debe conducirles a subestimar la agresiva expansión de los intereses económicos occidentales en Europa del Este. En efecto, esas inversiones precisan cada vez más de las garantías políticas y militares que les ofrecen en el seno de la OTAN la alianza de las principales potencias de la UE con los Estados Unidos. En Ucrania, teniendo en cuenta la inestabilidad del país, las inversiones directas extranjeras (IDE) son aún limitadas, pero atestiguan ya el predominio de los países occidentales: de 2006 a 2010, las IDE rusas no representaron más que el 10% del total, frente al 12% para Alemania, el 12% para EE UU, el 8% para Francia, el 6% para Suiza, el 6% para Polonia, el 4% para Suecia, el 4% para Inglaterra y el 4% para Austria/3.
En realidad, la crisis ucraniana revela actualmente los límites del funcionamiento de la OSCE, que se basa en decisiones de consenso y no vinculantes. Mientras que las demostraciones de fuerza del ejército ruso, los escarceos de la OTAN y las sanciones económicas de EE UU y de la UE tienen como objetivo valorar la relación de fuerzas «sobre el terreno», la soft security [seguridad «blanda»] de la OSCE se propone encontrar nuevos compromisos entre los intereses imperialistas en presencia/4. La relativa debilidad militar de la UE y su dependencia energética de Rusia le llevan a seguir apoyando esta organización, que financia al 70%, mientras que EE UU apuesta sobre todo por la recuperación de un clima de guerra fría para defender el fortalecimiento de la OTAN, la firma del tratado de libre comercio transatlántico (TAFTA) y la reducción de la dependencia de la UE de los hidrocarburos rusos/5.
En el campo de los trabajadores y trabajadoras y de los pueblos
La conferencia ministerial de diciembre de 2014, presidida por el ministro federal suizo Didier Burkhalter (derecha liberal) debe constituir una nueva ocasión para que denunciemos esta institución que regula los intereses imperialistas en Europa, cuya primera misión histórica fue la de dirigir la absorción del bloque soviético por el capitalismo mundial. En su seno, los países occidentales desearían no poner en cuestión las relaciones de fuerza que se establecieron en los años 1990-2005, a costa de una potencia rusa en retirada. A la inversa, el gobierno ruso desearía recuperar terreno, alzando el tono de cumbre a cumbre, y contando sobre todo con su poderío militar para reforzar sus posiciones.
En cualquier caso, los objetivos fundamentales de la OSCE son los objetivos de las clases dominantes, sean estadounidenses, europeos occidentales o rusos; sus querellas internas no nos interesan mas que en la medida que pueden debilitarles y permitir recuperar la iniciativa a los de abajo. Estas potencias rivales no tienen otro objetivo que defender los intereses de sus camarillas capitalistas contra las de los otros Estados. Para el resto, se ponen de acuerdo para reprimir los movimientos populares con el pretexto de la «lucha contra el terrorismo»: controlan y agreden a la gente migrante cuando no les envían directamente a la muerte; son, también, los principales exportadores de armas en el mercado internacional y no hablan de soluciones pacíficas de los conflictos mas que cuando pretenden defender las posiciones conquistadas.
Es por ello que condenamos con la misma firmeza las políticas neoliberales impuestas por las potencias occidentales y por Rusia que, ambas, provocan la explosión de las desigualdades sociales. Por otra parte, si las campañas militares del imperialismo ruso parecen más brutales y sus tendencias autoritarias más amenazantes, al menos en sus «áreas reservadas» euroasiáticas, las de los imperialistas occidentales lo son otro tanto en América Latina, África o en Asia. Frente a este nuevo foco de tensión interimperialista en Europa oriental, que nos recuerda a otros del siglo pasado, los anticapitalistas tenemos que optar con firmeza por el campo de los trabajadores y trabajadoras y el de los pueblos, comenzando por el del pueblo ucraniano a quien corresponde autodeterminarse soberanamente, en lo económico y en lo político, rechazando cualquier intervención extranjera.
Notas
1/ Pál Dunay, » The OSCE in Crisis «, Chaillot Paper, n° 88, UE – Institut d’études de sécurité, Paris, avril 2006, p. 76.
2/ «Democracy, International Governance, and the Future of World Order», Global Affairs, vol. 3, n° 1, 2005, pp. 151-2.
3/ Ernst & Young, Ukraine FDI Report 2011.
4/ Roberto Domiguez,bajo la dir. de, The OSCE : Soft Security for a Hard World, Bruxelles, 2014
5/ La entrevista realizada por Euronews el 19 de noviembre último, con el senador estadounidense John McCain ofrece una serie de indicaciones en ese sentido.
Traducción: VIENTO SUR
Fuente original: http://www.vientosur.info/spip.php?article9623