La fuerza del capital radica en su capacidad para vampirizar los procesos de vida y cooperación social, alimentando con ello su propia valorización y convirtiéndose en el verdadero sujeto constituyente de la sociedad.GLOBALIZACIÓN.La globalización capitalista es un régimen político cuya base social integra, en los países desarrollados, tanto a las minorías poderosas como a las […]
La fuerza del capital radica en su capacidad para vampirizar los procesos de vida y cooperación social, alimentando con ello su propia valorización y convirtiéndose en el verdadero sujeto constituyente de la sociedad.
GLOBALIZACIÓN.
La globalización capitalista es un régimen político cuya base social integra, en los países desarrollados, tanto a las minorías poderosas como a las amplias clases medias. En todo el planeta, mil millones de personas, beneficiarias de este modelo de modernización, constituyen una élite cuya movilidad y capacidad de consumo se basan en la exclusión de la mayoría de la humanidad. A pesar de ello, sus intereses particulares aparecen como universales. El sistema político parlamentario que, en muy diferentes países y tradiciones, asegura las condiciones económicas, culturales y represivas para la perpetuación de este modelo, ha secuestrado el nombre de «democracia»
La imposición de los valores de esta minoría interclasista sobre los derechos humanos y las culturas tradicionales de pueblos y naciones, es una forma de violencia simbólica específica del capitalismo global. Cualquier resistencia verdadera al colonialismo de este grupo privilegiado, justifica el uso «democrático» de la violencia estatal y de las guerras preventivas contra el enemigo exterior ó interior.
Un nuevo nacionalismo consumista, ahora global, expresa los intereses de dicha minoría cosmopolita cuya estabilidad se basa en la satisfacción del deseo individual a través del mercado, en la inexistencia política de las mayorías excluidas y en el control, o eventual destrucción, de cualquier identidad o sujeto social emergente refractario a este orden.
PRECARIEDAD(ES)
En el capitalismo, la exclusión y la precariedad no son estados carenciales como la vejez, la enfermedad o la infancia, sino circunstancias artificialmente producidas a través de una generalizada violencia social. La fuerza del capital radica en su capacidad para vampirizar los procesos de vida y cooperación social, alimentando con ello su propia valorización y convirtiéndose en el verdadero sujeto constituyente de la sociedad.
Esta lógica crea una dislocación generalizada: la economía deja de ser un instrumento para la vida social, convirtiendo la sociedad en un instrumento para la economía; el trabajo humano, forzado a ser la fuente de valor y de plusvalor, debe expresarse como trabajo asalariado y con ello, deja de ser para la vida, pasando a ser la vida para el trabajo asalariado; la naturaleza no es tratada como nuestra casa sino expoliada, manipulada y contaminada; los sentimientos, la compasión y las emociones, solo cuentan como una moral interior sin consecuencias en nuestras formas de vida, trabajo y consumo; las necesidades humanas deben satisfacerse a través del mercado o del estado, pero no a través del apoyo mutuo, desde dentro de la comunidad y con nuestra propia participación; los cuidados de las personas, al realizarse por las mujeres en el interior del hogar, no están en el mercado de trabajo y por tanto, no existen oficialmente, la actividad de cuidados, en el lenguaje oficial de la Encuesta de Población Activa, se clasifica como «inactividad»,este pequeño detalle técnico, expresa la subordinación de las mujeres respecto a los hombres; las principales relaciones entre las personas no se producen directamente, sino a través del intercambio rentable, es decir, a través del dinero, las personas no son sociables, lo que es sociable es el dinero; en el capital, no en las personas, parece radicar el principio de cooperación y de producción de riqueza; las personas se relacionan entre sí como cosas y las cosas se relacionan entre sí como personas; el orden social no se funda por las relaciones entre las personas a través del diálogo (política), sino por las relaciones entre las cosas, mediadas por el dinero, a través de los precios (mercado).
Esta precariedad multilateral y generalizada, que supone una catástrofe humanitaria, social y ética, no se resuelve con un «buen empleo», porque la causa de la precariedad es, precisamente, el trabajo (asalariado), que es lo mismo que decir el dominio del capital sobre el trabajo y sobre el conjunto de las relaciones sociales.
EL INDIVIDUALISMO
La globalización tiene su fuente en la violencia con la que el capital se constituye en sujeto dominante. Esta violencia excluye todas las dimensiones de la vida que no son funcionales para el beneficio privado. El imaginario capitalista inocula a sus víctimas esta lógica en forma de deseos de consumismo y apropiación irracionales.
Pero la debilidad del capital radica en la posibilidad de que sus víctimas comprendan la naturaleza de este mecanismo y se vuelvan en la práctica contra él.
Sin dejar de pertenecer, en parte, a esta lógica que, como una metástasis, lo invade todo, es necesario identificarla y nombrarla para, tanto desde dentro como desde fuera de ella, combatirla. Lo excluido y lo aplastado reaparecen, frecuentemente, de forma desordenada y pervertida, generalizando la lucha entre los de abajo y dando armas a los de arriba para reducir las libertades.
Desde dentro de esta lógica excluyente no hay solución, porque ambos extremos incluido – excluido son sólo los dos polos, a lo sumo intercambiables, de una lógica antisocial e inhumana. Un buen empleo, un buen salario, un buen consumo, no bastan para eliminar la precariedad de sus beneficiarios porque, además de productores y consumidores somos seres sociales y en el capitalismo global, estos «privilegios» implican la explotación del trabajo, la degradación de la naturaleza, la exclusión de la mayoría y la subordinación de las mujeres.
Más allá de sus diferencias, todas las teorías modernas parten de la noción de un individuo aislado y previo al hecho social o político. El individualismo metodológico describe – y prescribe – a un individuo, a partir del cual, construir la sociedad. Sin embargo, no habría ser humano individual, persona, sin el hecho social, sin la sociedad. Tampoco habría sociedad sin personas, sin individuos sociales, que solo pueden individualizarse desde su dimensión social previa.
Por el contrario, la concepción de la naturaleza humana como una naturaleza social, que solo es humana con los otros, permite comprender racionalmente la naturaleza social de la precariedad y la exclusión y, por lo tanto, abrir la posibilidad de modificar dichos problemas desde nuestras propias acciones y omisiones. Desde la noción de una naturaleza humana que incluya la condición social de las personas, los fenómenos de precariedad y exclusión, es decir, la situación social de l@s precari@s y excluíd@s, ya no aparece como algo ajeno a la situación social (los hábitos de trabajo, participación política y consumo) de los incluidos.
Para modificar la condición social de los excluidos es necesario modificar la condición social de los incluidos. A partir de aquí, la libertad individual no consiste en eliminar los obstáculos para satisfacer los propios deseos, sino en la capacidad para elegir entre el bien (lo que tiene en cuenta, además de mis deseos, las necesidades de los otros, produciendo seguridad para tod@s) y el mal (tener en cuenta exclusivamente mis deseos, pero no los deseos de los demás, produce competencia, lucha e inseguridad).
Con estas nociones no se elimina el mercado, pero se le ponen límites normativos que favorecen la creación de redes de apoyo mutuo y protección, basadas en la cooperación de las personas y de los pueblos. No se elimina el Estado, pero se multiplican los poderes intermedios que lo condicionan y acotan en su dinámica de dominio. No se elimina el poder, pero se recupera para las personas, en el interior de los grupos sociales, su poder personal como cuota – parte del poder del grupo, en lugar de que el poder de las personas, dependa del poder otorgado por el Estado o por el Capital. No se disuelven el Mercado ni el Estado, pero se les regula desde la sociedad, limitando su poder desde el poder popular.
Casi toda la sociología del trabajo y casi toda la izquierda, consideran el conflicto como una anomalía, a pesar de que el conflicto de clase y de género están clavados, a menudo a sangre y fuego, en el núcleo de una vida cotidiana presidida por la producción y el consumo de mercancías. La capacidad de la fuerza de trabajo para crear valor se debe, precisamente, a esta violencia constitutiva de la relación salarial. La subordinación del tiempo de vida, del tiempo de trabajo, del tiempo de creación artística del tiempo de participación social y del tiempo de cuidados al tiempo del trabajo asalariado, vale decir al tiempo de producción de plusvalor para el capital, parece algo «natural».
Tal subordinación, lejos de mostrarse como la causa de la degradación del trabajo y de las relaciones humanas, aparece, como si dicho trabajo asalariado y su protagonista, el «pater familiae» obrero, se enriquecieran por su cualidad de crear valor para el capital. La derecha y casi toda la izquierda, comparten la noción de mercado, trabajo asalariado, individuo individualista, invisibilidad del trabajo de cuidados y globalización como algo natural. La naturalización del mercado, el individualismo y la invisibilidad del trabajo de cuidados se constitucionalizan en la «Constitución Europea»
EN DEFENSA DE LOS DERECHOS SOCIALES, LA DEMOCRACIA Y EL DERECHO DE AUTODETERMINACIÓN. NO A LA CONSTITUCIÓN EUROPEA. LO QUE MAS LES DUELE: NO VAYAS A VOTAR.
Nota. Este artículo forma parte de un libro colectivo que saldrá próximamente.