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Corea del Norte ¿es realmente una amenaza para el mundo?

Fuentes: Rebelión

Tengo la impresión de que todos estamos enterados del conflicto entre EE.UU. y Corea del Norte y temerosos por la creciente tensión entre ambas naciones, tensión que a cada hora nos acerca más a una guerra nuclear que, como dije en mi artículo anterior, barrería de la faz de la tierra todo rastro de vida […]

Tengo la impresión de que todos estamos enterados del conflicto entre EE.UU. y Corea del Norte y temerosos por la creciente tensión entre ambas naciones, tensión que a cada hora nos acerca más a una guerra nuclear que, como dije en mi artículo anterior, barrería de la faz de la tierra todo rastro de vida orgánica y de civilización. Lo que ya no es seguro es que todos estemos bien informados sobre la verdadera causa del conflicto ni, por tanto, de quiénes son los culpables de estar alimentando tan incalificable crimen contra el género humano. Los medios de difusión occidentales, entre los que se cuentan los mexicanos, difunden con una unanimidad sospechosa (que solo puede explicarse si suponemos una misma fuente mundial de distribución de tales «noticias») que el problema radica en la irracionalidad de los líderes de Corea del Norte, empecinados en continuar su propia carrera nuclear a pesar de la prohibición expresa de la ONU, lo que los convierte en delincuentes internacionales a los que hay que parar y castigar a como dé lugar.

Ahora bien, ¿es realmente así? Repasemos brevemente algunos hechos recientes sobre el tema. Grosso modo, puede decirse que la división de la península de Corea en dos repúblicas separadas y, en esencia, antagónicas, es fruto de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Durante ese conflicto, la península coreana fue invadida por los japoneses, entonces pertenecientes al llamado Eje Roma-Berlín-Tokio y, por tanto, aliado de Hitler, y su liberación, detalles aparte, corrió a cargo del ejército soviético que comenzó su obra por el norte y avanzó rápidamente hacia el sur. Como en otros varios frentes, Estados Unidos no estuvo dispuesto a permitir una Corea libre y unida bajo la tutela soviética y se apresuró a poner por obra su propia «liberación» del sur. Como ambas potencias eran entonces «aliadas», no quisieron chocar entre sí y acudieron al recurso salomónico de dividir la península en dos: el norte, con una organización socialista de su economía y de su sociedad, y el sur, totalmente dominado por el gran capital. El acuerdo se firmó en el último año de la guerra, en 1945.

Sin embargo, como han documentado los historiadores del periodo, Estados Unidos, en el fondo, nunca estuvo de acuerdo con la solución; su intención siempre ha sido conquistar toda la península coreana para ampliar las operaciones de sus grandes monopolios y, ante todo, llevar su amenaza nuclear a la frontera que Corea del Norte comparte con China y Rusia. Como consecuencia (y prueba al mismo tiempo) de esta verdad, recordemos que la «guerra de Corea», que comenzó en 1950 y terminó con un armisticio firmado el 27 de julio de 1953, fue, de hecho y de derecho, una agresión norteamericana contra Corea del Norte que buscaba consumar por la fuerza los propósitos antes señalados. Estados Unidos alegó que se trataba de una «guerra de liberación» contra la dictadura comunista, la misma vieja cantinela que seguimos oyendo hoy, con ligeras variantes, en los casos de Libia, Egipto, Irak, Afganistán y Siria. Pero hay algo más. Técnicamente, un armisticio no es la paz definitiva sino un cese temporal de los combates por consentimiento mutuo que puede ser roto en cualquier momento; es decir, que técnicamente también, la guerra sigue. Esta es, precisamente, la situación actual entre Estados Unidos y Corea del Norte, lo que equivale a decir que ambos países están técnicamente en guerra desde julio de 1953. Ante los acontecimientos actuales, hay que saber por qué no se ha firmado la paz definitiva; quién y por qué se opone a ello. Un experto occidental, Jack A. Smith, asegura que, desde el fin de la guerra de Corea en 1953, el gobierno norcoreano ha hecho repetidos intentos de firmar la paz definitiva con EE.UU. sobre la base de los siguientes cuatro puntos: 1) un tratado de paz definitivo; 2) la reunificación de las dos Coreas; 3) suspensión de las maniobras militares conjuntas de Corea del Sur y EE.UU.; 4) negociaciones bilaterales directas entre Washington y Pyongyang para acordar medidas equitativas que supriman las tensiones en la península. La oferta esencial de los coreanos es, desde luego, que de alcanzarse tales acuerdos, ellos pondrían fin de inmediato a su programa nuclear y aceptarían una rigurosa supervisión de la Agencia Internacional de Energía Nuclear (AIEN). El experto afirma que es Estados Unidos quien se niega a firmar el tratado de paz, y asegura que Corea del Norte no quiere una guerra con el Estado con más poder militar de la historia. Quiere un tratado de paz (el subrayado es mío, ACM).

Así las cosas, es claro que el programa nuclear de Corea del Norte no es solo puramente defensivo sino, además, algo impuesto por la negativa norteamericana a firmar un tratado de paz que le garantice su soberanía e independencia como nación. Dicho programa no amenaza la seguridad ni los legítimos intereses de nadie, como lo prueba también la breve historia de esta pequeña nación que nunca ha invadido a nadie ni amenazado a nadie ni disparado jamás siquiera un cañonazo más allá de sus fronteras, nada de lo cual, por cierto, puede decirse de Estados Unidos.

Pero entonces, ¿cuál es el verdadero fondo de la tensión actual? La respuesta, desgraciadamente, no es nada tranquilizadora. Al término de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo norteamericano inició, en forma más abierta y decidida, el proceso de expansión y de dominio que le es consustancial, como a todo imperialismo antiguo o moderno, asumiéndose, con cierta razón, como el único y verdadero ganador de la guerra. Y aunque el «mundo libre» como totalidad le ofreció gran espacio para su desarrollo y enriquecimiento, nunca renunció a su deseo de conquista del mundo entero. Esta fue la verdadera razón de la «guerra fría»; no la «defensa del mundo libre» contra la «amenaza comunista y atea», como se dijo y repitió hasta el hartazgo en su momento. Como ha escrito el historiador catalán Josep Fontana, no debió llamarse «guerra fría» sino guerra sucia. Con el colapso del bloque socialista, el imperialismo pensó que había caído el último obstáculo real que se oponía a su dominio universal y se dispuso a tomar posesión de los restos del «imperio soviético». Pero se equivocó. Hoy se da cuenta que Rusia, China, India, Cuba, Corea del Norte, Venezuela entre los principales, no están dispuestos a dejarse engullir pasivamente por la voracidad pantagruélica del imperialismo norteamericano y le han plantado cara justo cuando, como resultado natural de su acelerado desarrollo unilateral, abusador e inequitativo, su elasticidad económica ha llegado a su fin, es decir, que ya no tiene cómo ni dónde seguir desarrollándose como hasta aquí. Conquistar la parte del mundo que aún se halla sustraída a su dominio es, por tanto, una cuestión de vida o muerte. El problema, pues, no es Corea del Norte, sino todo el Oriente del mundo, cercano y lejano, por lo menos.

Para documentar esto último, copio algunas frases de un interesante artículo publicado por el portal voltairenet.org con fecha 18 de abril y firmado por «tres personalidades europeas», según las llama el propio portal. El artículo se titula «La OTAN amenaza nuestra seguridad» y entre otras cosas dice:

«La OTAN está concentrando grandes cantidades de efectivos y armamento a las puertas de Rusia. Queremos expresar nuestra inquietud ante la propaganda que deforma la realidad sobre las amenazas que se ciernen sobre la paz. Esa propaganda insidiosa inventa enemigos imaginarios para justificar el excesivo aumento de los gastos militares, la conquista de territorios o de «mercados», así como las acciones tendientes a apoderarse del control del aprovisionamiento en recursos energéticos y a imponer constantemente nuevas limitaciones a la democracia». Luego de un punto y aparte recalca: «¡No! ¡Rusia no es el agresor, ni tampoco amenaza a los países bálticos, Polonia o Suecia!». Y poco más abajo viene algo decisivo: «Olvidando que en el momento de la reunificación alemana Estados Unidos había prometido a los rusos que no extendería la OTAN hacia el Este, los occidentales empujaron constantemente hacia atrás, cercaron y humillaron a los sucesivos dirigentes rusos. Independientemente de lo que podamos pensar del régimen ruso, el principal defecto de Vladimir Putin -y el de muchos países del mundo- a los ojos de los occidentales, es que no se pliegan a los deseos hegemónicos de occidente». (Los subrayados son míos, ACM) ¿No está acaso suficientemente claro?

¡Basta ya de patrañas y de mentiras mediáticas! ¡Desconfiemos de la prensa atada al carro del imperialismo! ¡Es hora de que los pueblos del mundo abramos los ojos y nos dispongamos a todo para defender nuestro derecho, nuestros países, nuestra vida y la del planeta entero! Solo los pueblos organizados y conscientes pueden parar en seco el apocalipsis nuclear que pretenden desatar sobre nuestras cabezas los grandes monopolios, trusts y cárteles que se han adueñado de la riqueza y del poder político en todo el mundo. ¡Hoy! Mañana puede ser tarde

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.