A pesar de que la Fiscal Gabriela Fossati quiso ponerle una tapa al Caso Astesiano, dando una sentencia de apenas cuatro años y 6 meses por juicio abreviado y además de haber justificando en programas televisivos de haber optado por no hacer el juicio oral y público para no “cosificar” al exjefe de la custodia presidencial, el tema indefectiblemente sigue dando que hablar y da cuenta de que las cloacas del Estado uruguayo siguen activas.
El gobierno respira con alivio ante la evidente liquidación judicial del caso Astesiano, un caso de corrupción sin precedentes en la historia uruguaya reciente, que concluye, en la práctica, con un acuerdo abreviado con el exjefe de la seguridad del presidente, y sin ningún político de este gobierno indagado, pese a la abundante evidencia que habría permitido investigar a la plana mayor del Poder Ejecutivo.
Eppur si muove
El viernes 3 de marzo el conductor del periodístico Legítima Defensa, Leandro Grille, en su cuenta de Twitter publicó que la fiscal Gabriela Fossati había denunciado a Carlos Peláez por “difamación e injurias”. Leandro Grille, quien señaló que “lo que estamos presenciando es el funcionamiento aceitado de un dispositivo de poder dirigido a rescatar el proyecto gubernamental de la derecha en el seno de la opinión pública”, es hijo del director de Caras y Caretas, Alberto Grille, también denunciado por la fiscal.
Ésta se suma a una andanada de denuncias que la fiscal hizo al presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, a tres usuarios de Twitter y a la abogada Mayra Álvarez que había sido acusada de ofrecerle un mejor trato a Alejandro Astesiano, invocando una presunta amistad con la fiscal Gabriela Fossati. Esto último fue desestimado por la fiscal Cecilia Bonsignore, que archivó la denuncia.
Carlos Pelaez divulgó esta semana, audios de la Fiscal Fossati donde deja frases para enmarcar. «Es una bomba de tiempo» y que «la justicia no le importa a nadie». «Quieren tapar todo», destaca. “Me quiere clavar a mí con los malos resultados de una investigación que no va a poder llegar a su fin porque las piedras son permanentes, las filtraciones de información son de todos los ministerios, de Presidencia, de Fiscalía”, indica Fossati. «No estoy para inmolarme a esta altura de mi vida», concluye.
Someramente se puede extraer de los dichos de la fiscal, que no estaba comprometida a ir hasta el fondo y llegar hasta las últimas consecuencias del caso de corrupción más importante de las últimas décadas. Lo llamativo es que la fiscal sí puede denunciar a líderes de la oposición y periodistas, pero decide no embarrarse con el poder de turno y con el sottogoverno.
Escuchar de la boca de la propia fiscal que “no se quiere inmolar” solo deja lugar a la desconfianza y el descreimiento en la justicia, una especie de lawfare por abandono o la inversa, sin dudas que por presiones ejercidas sobre su persona.
A su vez en la prensa siguen apareciendo audios y chats filtrados. donde Astesiano -una especie de corrupto omnipresente-, aparece en distintos lugares haciendo negocios a diestra y siniestra; con empresarios, con funcionarios públicos, con la cúpula policial y más.
Saltar la trampa
El Caso Astesiano es mediáticamente atractivo. Periodísticamente muy jugoso y a nivel sociedad, preocupante. Parece que se llegó a un callejón sin salida, las responsabilidades ético-políticas siguen sin saldarse. ¿Es que el Caso Astesiano terminará siendo un Watergate criollo o simplemente el de un funcionario corrupto que aprovechó su lugar de poder e influencias?
Más allá del desenlace, lo que está claro en esta trama es que la conjunción público-privado: las cloacas del Estado siguen supurando y emanando su olor fétido y simplemente hemos tomado una bocanada de ese hedor.
Es cierto que el plan de ajuste de este gobierno es primo-hermano de la forma que Astesiano desarrollaba sus negocios y vínculos. No es una persona, una conducta o un hecho aislado. Basta con repasar los casos de corrupción del anterior gobierno herrerista a principios de los 90, en manos del padre del actual mandatario, para encontrar puntos en común. Una murga en carnaval cantaba: “el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con un gobierno de la misma familia.”
En la mira
Uruguay es ponderado en los rankings globales como una de las democracias más robustas de la región, de los países más transparentes y por ende menos corruptos. Más allá de entrar en debate con los propios rankings y mediciones, no es menor destacar que en los últimos tiempos se han destapado varios casos que contrastan un poco con esa concepción de la “Suiza de América” y ese pueblo tranquilo, donde no pasa nada en el paisito de la esquina sur del continente americano.
Podemos repasar el caso del narcotraficante Sebastián Marset por el que cayó una vicecanciller y funcionarios de tercera y cuarta línea, nada más. Mientras tanto en Paraguay se sigue investigando la trama de narcotráfico más grande de su historia donde Marset está señalado como uno de sus cabecillas.
También tuvimos la megacausa “Operación Océano”, donde el aparato burocrático-judicial desató todo su andamiaje para trancar, dilatar y por vericuetos técnico-legales, la investigación de una red de explotación sexual donde hombres poderosos ejercían todo tipo de abusos.
No olvidemos del espionaje en democracia: se encontró un voluminoso archivo (65 cajas de papel, 500 disquetes y más de 100 CDs) que reúne documentos oficiales, registros de seguimientos y notas que llegan hasta 2015. Es decir que los aparatos de inteligencia militar continuaron operando más de 30 años luego del retorno democrático.
Pero acá no pasa nada, parece decir la sociedad uruguaya. Nadie acusa recibo y la impunidad con todos sus rostros, sigue campeando a sus anchas. Por eso hay que saltar el laberinto Astesiano. Es llamador, es hipnótico pero por sobre todas las cosas es super necesario que se aclare y se investigue a fondo. Y si la justicia abdica, allí seguirá el periodismo.
Pero también el narcotráfico, los servicios secretos, el Estado paralelo, las redes de tratas, los poderes enquistados en el Estado que trascienden gobiernos, el lavado de dinero, el fútbol y su corrupción, el clientelismo y más. En la aldea uruguaya –del no pasa nada-, sí que pasan cosas.
Nicolás Centurión. Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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