Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, Ulises le daba con el cetro y le increpaba de esta manera: «¡Desdichado! Estate quieto y escucha a quienes te aventajan en bravura; tú, débil e inepto para la guerra, no eres estimado ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos los aqueos podemos ser reyes; […]
Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando,
Ulises le daba con el cetro y le increpaba de esta manera:
«¡Desdichado! Estate quieto y escucha a quienes te aventajan
en bravura; tú, débil e inepto para la guerra, no eres estimado
ni en el combate ni en el consejo. Aquí no todos los aqueos
podemos ser reyes; ni es un bien la soberanía de muchos; uno
sólo sea príncipe; uno sólo rey: aquel a quien el hijo del artero
Cronos ha dado cetro y leyes para que reine sobre nosotros.
HOMERO, La Ilíada
En Las suplicantes de Esquilo, las danaides huyen desde Egipto a Argos, ciudad de sus antepasados, escapando de los hombres que quieren desposarlas. En Argos, el rey Pelasgo, ante el altar de Zeus donde se han refugiado las suplicantes, delibera qué hacer después de escuchar al coro de las mujeres amenazadas: denegar las demandas de asilo sustentadas por el mandato de Zeus (dar protección a los descendientes de la ciudad que suplican), o enfrentar la guerra con los egipcios, quienes lucharán para recuperar el botín que suponen las mujeres huidas.
El rey Pelasgo decide consultar al pueblo presentándole con ecuanimidad las obligaciones morales y también los graves peligros que traería ser honestos. No son gente amable los egipcios y tienen en su mano la posibilidad de infligir mucho dolor a la ciudad de Argos. El pueblo soberano, tras sopesar extremos, decide cumplir con el mandato superior (la legitimidad del orden social, expresada en las reglas del altar de Zeus), aun poniendo en riesgo el mandato inferior (la gobernabilidad de la ciudad, amenazada por la guerra).
Cuando llega el heraldo de los egipcios ante el rey Pelasgo, argumentando con fiereza sobre el aumento de la prima de riesgo de la ciudad que supone dar protección a las huidas, el vocero real de la ciudad le contesta: si con tu palabra eres capaz de convencer a las danaides de que partan contigo, así será. Pero depende de tu capacidad de convencerlas, no de tu probada capacidad de amenazarlas.
Finalmente, la unión del rey (el representante), el pueblo (el poder soberano) y las danaides (el coro que recuerda la importancia de las convicciones profundas sobe las que se asienta la ciudad) puede más que la bravuconería de los asaltantes de negro. El heraldo es expulsado de Argos y la ciudad se reinventa gracias a la nueva situación creada por las mujeres que decidieron no someterse a los que querían ser sus dueños.
El legado que la Grecia clásica brindó al mundo -algo que no ocurrió en ningún otro lugar del planeta en ese momento- es la posibilidad de escuchar y obedecer al pueblo libre -aunque pobre-, más allá de las pretensiones de los ricos y los reyes. Ricos, reyes, héroes que, por lo común, suelen pensar de entrada, y casi de salida, en sus propios intereses y no en los del conjunto de la ciudadanía (ahí está el astuto, arrogante y autoritario Ulises reprendiendo, antes de que la democracia llegara a Grecia, a uno de esos aporoi, esto es, uno de esos pobres que algunos siglos después, tras las reformas de Solón y Clístenes, reclamarían el poder del pueblo, que es lo que significa en definitiva la palabra demokratia).
En el siglo XX, cada vez que la crisis del capitalismo ha generado una alternativa superadora de los cuellos de botella del sistema, la respuesta del establishment ha pasado por negar la democracia y colocar un gobierno autoritario. Ocurrió tras el crack de 1929, en la España de la II República, con la apuesta europea por Franco en la Guerra Civil (preliminar de la opción bélica de la derecha continental tras su conversión al fascismo, al nazismo y al franquismo). Ocurrió en 1973 el Chile de Allende, coincidente con el desenlace de la crisis del keynesianismo (ese mismo año fue el de la ruptura del acuerdo de Bretton Woods) que señaló como un peligro al socialismo democrático del Frente Popular . Pasó de nuevo en la Venezuela de 2002, cuando la crisis energética empezó a presagiar la crisis integral del sistema que vendría seis años después con la caída de Lehman Brothers. Y ahora le toca a Grecia -con un excesivamente simbólico cierre de ciclo en la patria de la igualdad ante la ley y la igualdad en el ágora-, cuando el statu quo sabe que ya no tiene otra oportunidad que dar miedo.
Grecia no tiene derecho a elegir a Syriza porque así lo mandan los que están robando la democracia en Europa (cuando ya no han podido seguir robándola en otras partes del mundo). ¿No pusieron acaso a un tecnócrata en Italia y otro en la misma Grecia que había pedido un referéndum como el de Islandia? Al igual que en la España republicana, en el Chile del Frente Popular, en la Venezuela bolivariana o en la Syriza de la izquierda consecuente, los sostenedores de la gran mentira no pueden dejar que se levante ninguna alfombra. ¿Cómo es posible que Grecia, un país de apenas 11 millones de habitantes, pueda tener en jaque a una organización como la Unión Europea de 500 millones de personas? Algo no se está explicando.
Grecia podría ser el Stalingrado del neoliberalismo europeo. El amenazante fantasma de Syriza es posible solamente porque toda la estructura financiera de la Unión es una tremenda mentira. El problema no puede ser el dinero que debe Grecia a los bancos alemanes -aun siendo una cifra respetable-, sino los vientos que desata: el trauma de plantear, como reza su programa electoral -que, a diferencia de Rajoy, van a cumplir-, que no van a pagar ninguna deuda que sea ilegítima; que van a poner en marcha una auditoría sobre la deuda que afecte a todo el continente. Por último, que no van a ser los paganos de los delirios de otros ni de las amenazas de los nuevos bárbaros.
Los de Syriza cruzaron la línea. Ahora sí: intolerable. La amenaza de la izquierda consecuente es de órdago: ¿enterarnos de que el dinero prestado a los bancos al 1%, tienen que devolverlo los griegos y griegas multiplicado por cien? ¿Enterarnos que, al igual que pasó con la disolución de la República Democrática Alemana o con la disolución de Yugoslavia, los capitales alemanes están haciéndose con la parte del león del país? ¿Enterarnos de que los alemanes trabajan 1.390 horas al año de media mientras que en Grecia lo hacen 2.119 horas? ¿Ver cómo se rompe la estructura bipartidista de la falsa democracia europea y, al tiempo, entender que el 15M o Occupy London pueden recibir, de regreso, el balón de oxígeno que le prestaron a Syriza en este año? ¿Entender que los enemigos de Europa no son los que critican el actual estado de cosas sino, precisamente, las autoridades europeas, el Banco Central Europeo, el corrompido sistema de partidos que no tiene problemas en restringir cada vez más el ámbito de decisión popular, o el sistema financiero que se está llevando el dinero de todos a paraísos fiscales? ¿Entender que después de Grecia, los tiburones irían a por España y luego a por Italia y luego a por Francia para terminar con Alemania, demostrando que, en verdad, el capital no tiene patria y que los pueblos que creen los cantos de sirena nacionales están marchando al matadero confundiendo los enemigos?
Ahí es cuando ocupan el escenario los heraldos negros de los matones, los que quieren llevarse a las danaides para forzarlas y someterlas. Es el momento de amenazar con las siete plagas si el país -ahora Grecia-, no se pliega a sus deseos. Pero una parte sustancial del coro está levantado -cosas de la consciencia-. Además, y como corresponde, está organizado por un corifeo firme, el izquierdista Alexis Tsipras que, para mayor argumento, tiene una manera novedosa de decir, de hacer y de mirar. Vino nuevo en odres nuevos. Los personajes principales del drama, asustados, se rasgan las vestiduras. Vetustos personajes aparecen por la puerta trasera. El teatro se estremece. ¡Que los dioses nos asistan! Como en la España de 1936, como en la Nicaragua de 1990, como en la Irlanda de 2008, se le grita a la ciudadanía: «o nosotros o el caos». ¿Responderán los griegos: «¡El caos, el caos!?
Si algo no resiste el modelo neoliberal y la falsa democracia que tenemos es que alguien quiera barrer la alfombra a contrapelo. Saltarían demasiadas cosas escondidas en la trama del pelo. ¿O es que acaso nuestra hedionda judicatura no dudó en hundirse en el excremento para sacar de la carrera judicial al juez que quería levantar las alfombras del franquismo y de la red Gürtel, paraísos fiscales incluidos? El pequeño país que es Grecia no es un problema por su deuda ni por su tamaño. Es un problema, como la Cuba de 1959, de mal ejemplo. Y eso es lo que no resisten los falsos héroes de la tragedia europea, lo que no están dispuestos a soportar los dioses de barro que hemos adorado, pese a saber de su mortalidad, al menos desde el Tratado de Maastricht de 1992. (¿Dónde están todos los profesores, tertulianos y columnistas que han venido alabando cada paso de esta cadena de despropósitos que ha sido la neoliberalización de la Unión Europea?).
Dice Josep Fontana que «los objetivos reales de la guerra fría están aún hoy vigentes». Desde que la derecha perdió la Segunda Guerra Mundial anda empeñada en recuperar su espacio. El shock de la crisis les está brindando alfombra roja para hacer lo que quieran. La puerta giratoria entre la política y la gran empresa (energética, inmobiliaria, financiera o mediática) ha construido un único cuerpo de políticos-empresarios que intercambian puestos y mantienen objetivos. El desmantelamiento social que no pudo poner en marcha Hitler ni siquiera asesinando a los líderes comunistas y socialistas, ejecutando a las SA en la noche de los cuchillos largos o sometiendo su país a los dictados del Reich, lo está consiguiendo hoy la Troika, ese triunvirato financiero plegado al mito popular germano de que fuera de Mitteleuropa solo hay indolencia y pueblos inferiores a los que someter. Sería bien triste que los albañiles o fontaneros alemanes, contentos de venir a España o Grecia a que les limpien el culo, les hagan la comida o les calienten el lecho, vuelvan a creerse que son importantes.
No es fácil que Syriza gane las elecciones el domingo 17 de junio. Y si lo logra, no es fácil que pueda formar gobierno. Pero los pasos que se han dado son, en cualquier caso, enormes. Ejemplo de democracia. En el momento en el que el programa oficial es desmantelarla. En un lado, el pueblo, las danaides, la legitimidad, lo que nos debemos como poder constituyente, los 300 espartanos de las Termópilas. En el otro lado… ¿pero quién quiere de verdad estar al otro lado?
(*) Juan Carlos Monedero es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid y director del Departamento de Gobierno, Políticas Públicas y Ciudadanía en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/tribuna/cuando-el-coro-desafia-a-ulises-y-a-los-dioses/2866