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Cultura y dictadura en Honduras

Fuentes: Rebelión

Los organismos de la institucionalidad cultural hondureña: el Instituto de Antropología e Historia (I.H.A.H) y la Secretaria de Cultura (S.C.A.D.) fueron criaturas de dictadura. El Instituto original se gestó en la dictadura de T. Carías, con un Acuerdo del Ministerio de Educación del 1947 y se instituyó en el gobierno de Gálvez, 1952, dos años […]


Los organismos de la institucionalidad cultural hondureña: el Instituto de Antropología e Historia (I.H.A.H) y la Secretaria de Cultura (S.C.A.D.) fueron criaturas de dictadura. El Instituto original se gestó en la dictadura de T. Carías, con un Acuerdo del Ministerio de Educación del 1947 y se instituyó en el gobierno de Gálvez, 1952, dos años antes de la nueva dictadura de Julio Lozano. Y estableció la Secretaria de Cultura la dictadura militar del J.A. Melgar en 1975. En el poco más de medio siglo que ambas llevan de vida, 23 años han sido de dictadura.

El Instituto se fundó con la idea de glorificar a la antigua Copán como ombligo histórico de la nación, paradójicamente por inspiración extranjera, mientras que La Secretaria fue establecida con el fin primordial de cooptar a intelectuales y creadores. Y terminó depositada en manos de militares, cuya visión amalgamaba un concepto folk de la cultura del pueblo y una visión elitista de la Alta Cultura burguesa. Esos fueron sus pecados de origen. Aun así, ambas instituciones jugaron un rol en el rescate y la valoración de manifestaciones y agentes culturales.

Con el retorno al poder civil, ilusamente llamado «democracia», en 1982 y con la guía de UNESCO, esas instituciones lanzaron programas de Casas de Cultura y fortalecieron proyectos internacionales de arqueología aun si sólo en Copan. Cuando el Presidente Carlos R. Reina me pidió, en 1993, que presidiera esa cartera para «rescatar la identidad nacional», accedí advirtiendo que ese propósito tendría que ser una meta fundamental del sistema educativo.

El financiamiento público adecuado para la educación y la cultura bien entendidos como fundamentos des desarrollo del pueblo tendrá que esperar. Pero la cosa «se movió,» como decía Galileo, gracias a la confianza que nos tuvo el Presidente Reina, a un grupo de intelectuales y artistas que asumió la responsabilidad e inspiró la visión intelectual y la determinación de desarrollar la institución, contra el burocratismo y el clientelismo partidarista. Después de vencer la propuesta del Banco Mundial de desaparecer el Ministerio, obtuvimos ayuda de la comunidad internacional. Y comenzamos la profesionalización y la articulación de líneas de política: descentralización, democratización, rescate étnico y apoyo a los creadores, para exigir servicios culturales de calidad.

En Antropología, arrancamos los proyectos de Parques Arqueológicos en Talgua y en Los Naranjos. Establecimos La Escuela de Restauración y el proyecto de Comayagua Colonial con apoyo de España. Restauramos templos valiosos. La Biblioteca Nacional se mudó a un esplendido edificio colonial restaurado y La Hemeroteca adquirió casa propia. Apoyamos a Fundarte para establecer La Galería Nacional de Arte en «La Merced». La Editorial, con un Consejo de los mejores hombres de letras publicó clásicos hondureños. Se fortalecieron las escuelas de artes y los programas de extensión, de bandas juveniles. La Dirección de las Artes estableció compañías de danza moderna y de teatro que montaron clásicos con dignidad y la Dirección de Cultura Popular triplicó las Casas de La Cultura y realizó rescates de la tradición campesina. Esa ruta tuvo seguidores.

En la Administración Maduro (2002-2006) abundaron cuatro ministros y otros tantos gerentes del IHAH, el cual permaneció acéfalo meses. Esa inestabilidad provocó la desconfianza de nuestros socios externos y de los mismos agentes culturales, que derivó en desestima de la capacidad de la SCAD y dispersión de los programas culturales. Cuando regresamos al Ministerio en 2006 había quince proyectos culturales financiados por distintas entidades pero en otros ministerios, sin coordinación con la SCAD.

Después de varios cambios de gobierno, y de partidos en el gobierno, sin embargo, algunos de los cuadros técnicos ya experimentados sobrevivían marginados y no fue difícil reagruparlos. Reclutamos algunos veteranos y nuevos profesionales brillantes. El Presidente Zelaya no nos incrementó el presupuesto, prefirió impulsar proyectos culturales desde Casa Presidencial. Otros varios compañeros ministros hicieron lo propio. Pero la dispersión del Estado hondureño no era solo en materia cultural y el Presidente nos dejó trabajar.

Con las destrezas manifiestas y el profesionalismo del equipo, ubicamos el tema de la Cultura dentro de la política social prioritaria y conseguimos prontamente importantes apoyos de gobiernos y de organismos extranjeros, para impulsar nuestros programas de difusión, rescate patrimonial, diversidad, apoyo directo a los creadores y descentralización de funciones y recursos. Empezamos a trabajar en varios (Yarumela, Río Amarillo) y abrimos el nuevo Parque Arqueológico de Curruste, iniciamos la capacitación en etnografía y el trabajo con las organizaciones indígenas en IHAH. Establecimos en el viejo Palacio Presidencial un Centro Documental de Investigación Histórica (CDIHH), juntando archivos y bibliotecas. Y comenzamos procesos de modernización tecnológica y organizativa: fusión de unidades, digitalización de archivos e incunables, conexión electrónica.

De nuevo, casi triplicamos el número de Casas de la Cultura en cabeceras y poblaciones importantes con identidad propia y en comunidades étnicas remotas garífunas, en Cusuna, o tawakas, con todo y bibliotecas bilingües. Multiplicamos la productividad de las editoriales. Conseguimos duplicar en tres años el número de libros en las bibliotecas públicas del país y elevamos el nivel profesional de los bibliotecarios. Establecimos un Fondo Nacional para financiar proyectos artísticos y académicos técnicamente evaluados. De tal forma que -aun trunca- hicimos una gestión memorable, me atrevo a decir que heroica.

El Golpe ha sido una tragedia para la institucionalidad cultural al tiempo que un sacudimiento y estimulo para el espíritu crítico y creativo del que vive y prospera la Cultura. El golpismo nombró como ministra a una diputada que desconoce el campo y tiene un concepto clasista y banal, alérgico a nuestra idea central de trabajar con el pueblo y para darle instrumentos y servicios culturales. En las primeras horas de su administración denunció que estábamos proyectando convertir las Casas de Cultura en «casas del ALBA», algo totalmente peregrino y condenó que proveyéramos a las bibliotecas públicas de libros que tildó de «progresistas». Casi de inmediato, aunque le tomó varios meses terminar la tarea, procedió a desmantelar los cuadros técnicos que le daban credibilidad a la institución y a coludir sindicatos. Después quiso desmantelar el CDIHH para entregarles el viejo Palacio Presidencial en el Centro Histórico de Tegucigalpa a los reservistas como cuartel; ha dedicado los recursos de la SCAD y el IHAH a la contratación de activistas y la promoción de «la moda». Si, «fashion».

No soy tan pesimista como la mayoría de mis compañeros. Ciertamente se han quedado en el aire muchos proyectos valiosos, y en el campo patrimonial se corren riesgos bajo los mandos que podemos vislumbrar. Pero en muchos ámbitos hay ya un compromiso local y nacional con el patrimonio, que protegerá aquello de lo que la gente se ha apropiado. Eso subraya como moraleja que nuestra función principal -en la institucionalidad- es conseguir que la gente se apropie de su patrimonio.

Me entristece pero ya no me preocupa la desviación de mucho apoyo a la cultura viva. Los programas y proyectos que dependían de la coordinación directa del Ministerio no tienen salvación. Otros que diseñamos (con alguna previsión) para ser administrados directamente por la comunidad artística local y regional prosperaran contra la oposición de la dictadura. Bajo conducción profesional rescatada a través de los organismos internacionales, muchos de los programas de apoyo descentralizado pronto fructificarán de nuevo. Anticipo que, después de la dictadura (y los historiadores sabemos que hay antecedentes y -también- un después), nuestra gente se reagrupará para un proyecto publico de apoyo a la cultura más sólido y democrático incluso que antes. Y a la vez con más respeto para el profesionalismo en la administración técnica. Si las instituciones fueron productos de la dictadura, sobrevivirán a otro episodio de estulticia autoritaria. Por lo pronto, los problemas, las oportunidades y los retos, son otras.

Como el surgimiento de La Resistencia, el valiente involucramiento de la gran mayoría de los mejores pensadores y artistas del país en la vida cívica es uno de los frutos inesperados, es sorprendente y esperanzador. En todos sus niveles, en parte por ignorancia, pero también como reacción a la incompetencia secular (cuya imagen no cambia en una o un par de administraciones) del Estado, en su materia, y finalmente por la conciencia crítica acerca de la corrupción e inoperancia de lo público en general, nuestros artistas e intelectuales han suscrito -por décadas- el escepticismo, no sólo frente a la institucionalidad cultural publica, si no frente al Estado y frente a la política. Ese escepticismo ha sido un problema de la cultura y un dolor de cabeza de las instituciones públicas culturales. Pero peor, ha sido una parte del problema cívico. Porque, en la medida que se ausentan del foro los espíritus críticos y creativos, la política se queda huérfana de inteligencia y de imaginación. El florecimiento de la cultura en La Resistencia ha engendrado una nueva conciencia, un nuevo tipo de compromiso, crucial para la oposición y para la futura reconstrucción de una democracia, más auténtica y honda.

Me se siento orgulloso de la manera en que han reaccionado mis colegas en el mundo académico con su análisis y los creadores del país en todos los campos. (Siempre hay quien opta por el fascismo, algunos pusilánimes y muchos oportunistas). Animándose ellos mismos y a los demás, frente a la represión y la persecución, varios artistas han sido perseguidos, detenidos, alguno incluso abusado. Otros han resistido prudentemente la intimidación. Y se sabe que la fe prospera perseguida.

De inmediato, la tarea es animar. Hay que ganar la guerra. Porque, si no, se puede cumplir el viejo adagio (originario de la Guerra Civil Española) de «nosotros teníamos todas las canciones, ellos ganaron la guerra». Pero las guerras se ganan primero en el campo de la moral. Necesitamos para ganar más que canciones y pantomimas, poemas y proclamas pero las canciones han sido alma de La Resistencia y una Resistencia desalmada hubiera sido ineficaz. Y la historia será distinta con el involucramiento comprometido de los artistas y académicos en la vida cívica.

No recuerdo ya donde leí que la persistencia de nuestras dictaduras –varias se han prologado décadas- deriva de que la oposición no es capaz de imaginarse alternativas, salidas. Los intelectuales -profesionales del pensamiento y trabajadores de la imaginación- son entonces los llamados a mantener viva y a despertar esa capacidad de soñar con el cambio y de imaginarse otro mundo más justo, libre, pleno y digno. En cuanto, allende del panfleto y la retórica, la creatividad y la lucidez fundamenten una plataforma aglutinante, La Resistencia podrá convertir un apoyo de sectores particulares en una idea que se contagie y posesione de la gente, más allá -incluso- de las líneas de clase, con una imagen de la nación para todos, que anhelamos. Sólo así se podría articular una insurrección capaz de derrocar a la dictadura. ¡Viva la Cultura!

* Rodolfo Pastor Fasquelle es Doctor en Historia. Ministro de Cultura y Artes de Honduras; colaboración en exclusiva para el seminario uruguayo Brecha; Mario Casasús -coordinador del suplemento dedicado a «TeguciGOLPE»-, editó algunos fragmentos por cuestiones de espacio.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.