El acuerdo reciente en Estados Unidos que permitió elevar el techo del endeudamiento público en ese país, tendrá perniciosas consecuencias de mediano y largo plazo. El brutal recorte fiscal de 2,5 billones de dólares -que sobre todo afectará la seguridad social- debilitará adicionalmente una economía que, de por sí, arrastra el fardo pesadísimo de una crisis financiera de dimensiones escatológicas. Es posible que Estados Unidos esté apenas empezando a subir la cuesta de una década perdida (o quizá dos). Por un largo período su economía estará estancada y con altos niveles de desempleo.
Por su parte, Europa sigue atrapada en la telaraña de la especulación que el neoliberalismo impuso a nivel mundial durante los últimos treinta años. Así, la crisis de la deuda pública europea es, en realidad, el producto siniestro de una institucionalidad de los mercados dominada por un curso autodestructivo muy peligroso. También a la economía europea le espera un largo período de estancamiento y elevado desempleo, sino algo peor. Ello seguramente implicará una agudización de los conflictos sociales y políticos, aunque no necesariamente un ascenso de los movimientos progresistas y democráticos. La involución de tintes fascistas no puede ser descartada.
Los grupos dirigentes de Costa Rica han diseñado, a lo largo de los últimos 27 años, un modelo sustentado en ciertos pilares básicos. Las exportaciones y el turismo son uno de ellos. El ligamen en profundidad con Europa y, en especial, con Estados Unidos, es otra columna igualmente importante. En el contexto actual, de profunda crisis económica en esos dos centros, este modelo comporta graves riesgos para Costa Rica.
Claro que hay poderosos intereses tejidos alrededor de ese modelo, en función de los cuales este adquirió las mencionadas características. Ante la magnitud de la crisis que nos amenaza, esos intereses enfrentan una situación de bancarrota: su modelo se ha vuelto inviable. Aquellos dos pilares que mencioné se están desmoronando: ni Europa ni Estados Unidos están proporcionando -ni lo harán durante un largo período aún- un sostén confiable, ni, por lo tanto, el actual modelo de exportaciones y turismo podrán inyectarle a la economía costarricense el dinamismo que requiere para resolver los problemas del empleo y la pobreza.
Es urgente que el gobierno de Chinchilla se desembarace de visiones electoreras y partidistas estrechas, y se suelte de las amarras de esos intereses vinculados a este modelo en bancarrota. Ello no es fácil, justo porque su carrera hacia la presidencia fue apoyada y financiada por esos grupos. Y, sin embargo, a Laura Chinchilla la historia la pone ante un predicamento de inmensa trascendencia, que podría marcar la diferencia entre una presidencia que permite que el país se hunda en la crisis y una que, con visión de auténtica estadista, convoca a las fuerzas democráticas de nuestro nacionalidad para lograr el urgente cambio de rumbo que la situación demanda.
Las medidas por adoptar son de diversa naturaleza, pero esencialmente deben estar encaminadas a lograr establecer un valladar que frene los efectos de la crisis sobre nuestro país. El objetivo central debe ser preservar el empleo y la calidad de vida de nuestra población. A su vez, esto se desagrega en dos componentes principales:
a) Impedir que la actividad económica se derrumbe y, por el contrario, preservar el crecimiento y la generación de empleos
b) Gestar los mecanismos de respaldo necesarios que impidan la fuga de capitales y preserven la estabilidad financiera.
Si Estados Unidos y Europa son mercados en contracción, habrá que encontrar nuevas posibilidades. Imaginar que China resolverá el problema es ilusorio: el mercado chino presenta enormes complejidades institucionales y culturales, y en sí mismo constituye una competencia ruinosa. La solución debe buscarse urgentemente en Centroamérica y en Suramérica.
Además, y siendo que en este contexto la estrategia de exportación y turismo basada en transnacionales de zona franca y cadenas hoteleras europeas y gringas, inevitablemente se tambalea, obligatoriamente habrá que redefinir prioridades a favor de las empresas nacionales, medianas y pequeñas. De ellas dependerá el crecimiento y la creación de empleos. Hacia ahí debe orientarse el énfasis de las políticas públicas: crédito, transferencia de tecnología, capacitación, mercadeo y comercialización, etc. Esto debería constituir un esfuerzo nacional concertado, en el que concurran todas las instituciones públicas, así como las fuerzas de la ciudadanía.
Si el ambiente de pánico introduce amenazas de desestabilización financiera, el respaldo no debería buscarse en el Fondo Monetario Internacional, cuyo palmarés de fracasos es sobradamente patético, y cuya condicionalidad una y otra vez profundiza las crisis en vez de resolverlas. En cambio, deberíamos hacernos parte de mecanismos continentales de colaboración que, a la par de las economías más grandes y sólidas de América Latina, proporcionen apoyo y colaboración financiera.
En fin, si el modelo neoliberal en Costa Rica entró en fase de descomposición, se vuelve necesario -y no tan solo por un asunto de preferencias ideológicas- un golpe de timón en serio. Debemos lograr que el proceso conduzca a la profundización de la democracia y el logro de una verdadera justicia social. Cualquier otra cosa sería absolutamente inadmisible.
Fuente original: http://www.argenpress.info/2011/08/de-la-crisis-mundial-al-derrumbe-del.html