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De nuevo el Tíbet

Fuentes: Público

En estos últimos días, y con ocasión del quincuagésimo aniversario de la revuelta de Lhasa, el Tíbet ha reaparecido en nuestros medios de comunicación. A decir verdad es poco lo que sabemos de ese apartado país, para algunos el tercer polo del mundo. Incluso si nos entregamos a la tarea de examinar en detalle la […]

En estos últimos días, y con ocasión del quincuagésimo aniversario de la revuelta de Lhasa, el Tíbet ha reaparecido en nuestros medios de comunicación. A decir verdad es poco lo que sabemos de ese apartado país, para algunos el tercer polo del mundo. Incluso si nos entregamos a la tarea de examinar en detalle la prolija literatura que al respecto se ha forjado, nos toparemos con problemas, toda vez que aquella alberga visiones muy enfrentadas de los hechos. Así las cosas, cuando nuestro conocimiento sobre una materia flaquea, lo común es que quedemos a merced de descripciones de los hechos en las que priman antes los intereses, en su caso los prejuicios ideológicos, que el conocimiento desapasionado. Prestémosle oídos a dos de ellas.

La primera, bien que la menos influyente, intenta responder a la crítica irracional y teleguiada de lo que hacen las autoridades chinas, que se ha convertido en letanía en los sistemas que padecemos. Nada mejor -viene a decírsenos entonces- que exculpar a aquellas de toda responsabilidad. Las secuelas de esta manera de ver las cosas son varias. Una de ellas es un respaldo indisimulado, aunque acaso inconsciente, a un discurso colonial que, a manera del postulado durante siglos por las metrópolis occidentales, acepta sin rebozo que China ha llevado la civilización al Tíbet, un país hasta entonces lastrado por el más abyecto primitivismo religioso. No sólo eso: de resultas se acatan sin rechistar las explicaciones oficiales ofrecidas por las autoridades en Pekín, cuyo formal antiimperialismo contrasta vivamente con su designio de esgrimir los más que discutibles derechos que sobre el Tíbet corresponderían al viejo imperio chino.

En este mismo orden de cosas, lo común es que se mire hacia otro lado cuando se hacen evidentes los efectos medioambientales, delicadísimos, de muchos de los proyectos postulados por China, obscenamente subordinados a la explotación de la riqueza natural del país. Por detrás de todo se aprecia, en suma, una negativa radical a examinar cualquier horizonte de autodeterminación para el Tíbet, un teatro en el que la población local -parece- ha sido premeditadamente marginada en provecho de la irrupción de elites foráneas.

La segunda de las lecturas, anclada en Estados Unidos pero en modo alguno desconocida entre nosotros, se asienta en cambio en la sugerencia de que todo vale frente a China, un competidor importante adobado, en una lectura cada vez más descarriada de los hechos, de una presunta condición socializante. Así las cosas, en lo que hace al Tíbet se defiende con fortaleza un derecho, el de autodeterminación, que se rechaza en otros muchos escenarios. De la misma manera, se condenan firmemente las violaciones de los derechos humanos que las autoridades chinas protagonizarían mientras se disculpan las cometidas por gobiernos amigos en otros muchos lugares. Lo que ocurre en el Tíbet queda así convertido en la quintaesencia de la maldad, que acosaría a quienes se entiende que son nuestros rivales, y ello por mucho que quienes defienden esta torcida manera de ver las cosas bien que se entreguen al cabo, eso sí, a un activo comercio con aquellos…

Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política

http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/130/de-nuevo-el-tibet/