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La guerra contra el terror

¿De qué se trata?

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

¿Hay quien se acuerde del «paseo» que duraría seis semanas, costaría entre 50.000 y 60.000 millones de dólares, y sería pagado con los ingresos del petróleo iraquí?

¿Hay quién se acuerde de que el economista de la Casa Blanca Lawrence Lindsey fue despedido por Bush porque Lindsey calculó que la guerra de Iraq podría costar hasta 200.000 millones de dólares?

Lindsey fue despedido por sobreestimar el coste de una guerra que, según Joseph Stiglitz y Linda Bilmes, ha costado 15 veces más de lo que calculó Lindsey. Y EE.UU. todavía tiene 50.000 soldados en Iraq.

¿Hay quién se acuerde de que justo antes de la invasión estadounidense de Iraq, el gobierno de EE.UU. cantó victoria sobre los talibanes en Afganistán?

¿Hay quién se acuerde de que la razón que Bush dio para invadir Iraq fueron las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, que el gobierno de EE.UU. sabía que no existían?

¿Saben los estadounidenses que los mismos neoconservadores que cometieron esos fantásticos errores, o contaron esas fabulosas mentiras, siguen controlando el gobierno en Washington?

La «guerra contra el terror» está en su décimo año. ¿Cuál es su verdadero sentido?

La respuesta verdadera es que la «guerra contra el terror» tiene que ver con la creación de verdaderos terroristas. El gobierno de EE.UU. necesita desesperadamente verdaderos terroristas para justificar la expansión de sus guerras contra países musulmanes y para mantener suficientemente atemorizados a los estadounidenses para que sigan aceptando el Estado policial que provee «seguridad contra terroristas», pero no contra el gobierno que ha descartado las libertades civiles.

El gobierno de EE.UU. crea terroristas invadiendo países musulmanes, destruyendo la infraestructura y matando a numerosos civiles. EE.UU. también crea terroristas instalando gobiernos títeres para que gobiernen a los musulmanes y utilizando los gobiernos títeres para asesinar y perseguir a ciudadanos, como sucede en amplia escala en el Pakistán actual.

Los neoconservadores utilizaron el 11-S a fin de lanzar su plan para la hegemonía mundial de EE.UU. Su plan correspondía a los intereses de las oligarquías gobernantes de EE.UU. Las guerras son buenas para los beneficios del complejo militar-seguridad, contra el cual nos advirtió en vano el presidente Eisenhower hace medio siglo. La hegemonía estadounidense es buena para el control por la industria petrolera de recursos y flujos de recursos. La transformación de Oriente Próximo en un vasto Estado títere de EE.UU. es útil para las aspiraciones expansionistas del lobby sionista de Israel.

La mayoría de los estadounidenses no puede ver lo que sucede debido a su condicionamiento. La mayoría de los estadounidenses cree que su gobierno es el mejor del mundo, que está moralmente motivado para ayudar a otros y hacer el bien, que se apresura a ayudar a países en los que hay hambre y catástrofes naturales. La mayoría piensa que sus presidentes dicen la verdad, cuando no se trata de sus escándalos sexuales.

La persistencia de semejantes falsas ilusiones es extraordinaria ante los titulares diarios que informan de la presión del gobierno de EE.UU. sobre casi todos los países del mundo y su injerencia en sus asuntos. La política de EE.UU. es sobornar, derrocar, o hacer la guerra contra los dirigentes de otros países que representan los intereses de sus pueblos en lugar de aquellos de EE.UU. Una víctima reciente fue el presidente de Honduras, quien tuvo la descabellada idea de que el gobierno hondureño debía servir al pueblo de su país.

El gobierno estadounidense logró que se derrocara al presidente hondureño, porque los militares hondureños son entrenados y abastecidos por los de EE.UU. Lo mismo sucede en Pakistán, donde el gobierno de EE.UU. consigue que el de Pakistán haga la guerra contra su propio pueblo, invadiendo áreas tribales que los estadounidenses consideran como amistosas hacia los talibanes, al Qaida, «militantes» y «terroristas».

Anteriormente, en este año, un secretario adjunto del Tesoro de EE.UU. ordenó a Pakistán que aumentara los impuestos para que el gobierno paquistaní pudiera librar con más eficacia su guerra contra sus propios ciudadanos por cuenta de los estadounidenses. El 14 de octubre la secretaria de Estado Hillary Clinton ordenó a Pakistán que volviera a aumentar los impuestos o EE.UU. retendría la ayuda para las inundaciones. Clinton presionó a los Estados títeres europeos de EE.UU. para que hicieran lo mismo, expresando a renglón seguido que EE.UU. está preocupado por los recortes británicos en el presupuesto militar. No quiera Dios que los británicos en apuros, que todavía se recuperan del fraude financiero estadounidense, dejen de destinar suficiente dinero para las guerras de EE.UU.

Por orden de Washington, el gobierno paquistaní lanzó una ofensiva militar contra ciudadanos paquistaníes en el valle Swat, en la que murieron numerosos paquistaníes y que expulsó a millones de ciudadanos de sus casas. En julio pasado EE.UU. instruyó a Pakistán para que enviara a sus tropas contra los residentes paquistaníes de Waziristán del Norte. El 6 de julio, Jason Ditz informó en antiwar.com que «a pedido de EE.UU., Pakistán ha lanzado ofensivas contra [las provincias paquistaníes de] valle Swat, Bajaur, Waziristán del Sur, Orakzai y Jiber».

Una semana después el senador estadounidense representante de Israel Carl Levin (demócrata de Michigan) llamó a que se escalaran las políticas del gobierno de Obama de ataques aéreos estadounidenses contra las áreas tribales de Pakistán. El 30 de septiembre, el periódico paquistaní, The Frontier Post, escribió que los ataques aéreos estadounidenses «constituyen, simplemente, una agresión manifiesta contra Pakistán».

EE.UU. afirma que sus fuerzas en Afganistán tienen derecho a cruzar hacia Pakistán persiguiendo a «combatientes». Helicópteros artillados estadounidenses mataron recientemente a tres soldados paquistaníes a quienes confundieron con talibanes. Pakistán cerró la principal ruta de abastecimiento estadounidense hacia Afganistán, hasta que los estadounidenses se disculparon.

Pakistán advirtió a Washington contra futuros ataques. Sin embargo, funcionarios militares de EE.UU., bajo presión de Obama para que mostraran progresos en la interminable guerra afgana, respondieron a la advertencia de Pakistán pidiendo la expansión de la guerra afgana hacia Pakistán. El 5 de octubre el periodista canadiense Eric Margolis escribió que «EE.UU. se aproxima a una invasión de Pakistán».

En su libro Obama’s Wars, Bob Woodward informa que el presidente títere estadounidense de Pakistán, Asif Ali Zardari, cree que los ataques terroristas con bombas dentro de Pakistán por los que se culpa a los talibanes son en realidad operaciones de la CIA realizadas con la intención de desestabilizar el país y permitir que Washington se apodere de las armas nucleares de Pakistán.

Para mantener en línea a Pakistán, el gobierno de EE.UU. cambió su posición de que el «atentado de Times Square» era la obra de un «lobo solitario». El Procurador General Eric Holder pasó la culpa a los «talibanes paquistaníes» y la secretaria de Estado Clinton amenazó a Pakistán con «consecuencias muy serias» por el fracasado atentado de Times Square, que probablemente fue una operación de bandera falsa apuntado a Pakistán.

Para aumentar aún más las tensiones, los ocho miembros de una alta delegación militar paquistaní en camino a una reunión en Tampa, Florida, con el Comando Central de EE.UU., fueron tratados groseramente y detenidos como presuntos terroristas en el Aeropuerto Dulles de Washington DC.

Durante décadas el gobierno de EE.UU. ha posibilitado repetidas agresiones militares israelíes contra el Líbano y ahora parece estarse preparando para otro asalto israelí contra el antiguo protectorado estadounidense del Líbano. El 14 de octubre el gobierno de EE.UU. expresó su «indignación» porque el gobierno libanés permitió una visita del presidente iraní Ahmadineyad, quien es el foco de intensos esfuerzos de satanización de Washington. Representantes de Israel en el Congreso de EE.UU. amenazaron con detener la ayuda militar estadounidense al Líbano, olvidando que el representante Howard Berman (demócrata de California) ha hecho que se detenga la ayuda al Líbano desde agosto pasado para castigar al Líbano por un choque fronterizo con Israel.

Tal vez el titular más revelador de todos sea el informe del 14 de octubre sobre «El nuevo primer ministro estadounidense de Somalia». Un estadounidense ha sido instalado como primer ministro de Somalia, un gobierno títere de EE.UU. en Mogadishu respaldado por miles de soldados ugandeses pagados por Washington.

Esto apenas toca la superficie de la benevolencia de Washington hacia otros países y su respeto por sus derechos, fronteras, y las vidas de sus ciudadanos.

Mientras tanto, para silenciar a Wikileaks y para impedir cualesquiera nuevas revelaciones sobre crímenes de guerra estadounidenses, el gobierno de «libertad y democracia» en Washington ha paralizado las donaciones a Wikileaks colocando a la organización en su «lista de vigilancia» y haciendo que el gobierno títere de Australia coloque a Wikileaks en la lista negra.

Wikileaks equivale ahora a una organización terrorista. La práctica del gobierno de EE.UU. de silenciar críticas se extenderá por Internet.

Hay que recordar que nos odian porque tenemos libertad y democracia, derechos a la Primera Enmienda, habeas corpus, respeto a los derechos humanos, y porque mostramos justicia y piedad hacia todos.

Paul Craig Roberts fue editor del Wall Street Journal y secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan. Su último libro, How the Economy Was Lost, fue publicado recientemente por CounterPunch/AK Press. Se le puede contactar en: [email protected]

Fuente: http://www.counterpunch.org/roberts10152010.html

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