Recomiendo:
0

Los Rohingya, una de las minorías más perseguidas en el mundo

De una pesadilla a otra

Fuentes: AFP

Para nosotros esta historia comienza varias semanas atrás con el descubrimiento de una fosa común en el sur de Tailandia, donde enterraron los cuerpos de los migrantes Rohingya que entraron ilegalmente al país desde la vecina Birmania. Los Rohingya son una de las minorías más perseguidas en el mundo según Naciones Unidas. Decenas de miles […]

Para nosotros esta historia comienza varias semanas atrás con el descubrimiento de una fosa común en el sur de Tailandia, donde enterraron los cuerpos de los migrantes Rohingya que entraron ilegalmente al país desde la vecina Birmania.

Los Rohingya son una de las minorías más perseguidas en el mundo según Naciones Unidas. Decenas de miles han dejado Birmania desde que estallaron los enfrentamientos con los budistas Rakhine en 2012. Aunque los sucesos no están claros, se sospecha que redes de tráfico de personas los han sacado del país a través de una ruta que conecta con el sur de Tailandia, donde son mantenidos por contrabandistas en precarios campos antes de ser trasladados principalmente a Malasia.

El hallazgo de los cuerpos y los reportes de otras decenas de fosas sin identificar fueron un alerta para las autoridades de Tailandia, que quieren acabar con las redes de trata e impedir que los barcos de migrantes lleguen a sus orillas.

Pero sus drásticas medidas se produjeron al mismo tiempo que la temporada de migraciones y, por lo tanto, docenas de barcos de contrabando en el mar, con cientos, si no miles, de hombres, mujeres y niños, que no pudieron llegar a suelo tailandés como tenían previsto. Por lo que los traficantes abandonaron sus barcos, incluso dañando los motores, y los dejaron a la deriva entre Malasia y Tailandia.

Después de que una ONG nos avisó que estaba a la deriva un bote con migrantes sin comida ni agua que habían llamado para decir que estaban avistando tierra, pensamos en tratar de alcanzarlos, y especulamos que debían estar en aguas al sur de Tailandia.

Una oportunidad única

Sabíamos que no sería una tarea fácil porque hay cientos de islas en el área y muchas pequeñas embarcaciones. Pero era una oportunidad única de documentar esta dramática realidad.

Las autoridades tailandesas nos ayudaron al principio, ofreciendo llevarnos en una patrulla cerca de las aguas territoriales de Malasia. Volamos hacia la ciudad de Hat Yai, al sur del país, y seguimos hacia la costa para embarcar en una lancha rápida la mañana siguiente con destino a Koh Lipe, la isla desde donde partiría la patrulla.

Al llegar, sin embargo, supimos que había habido un cambio de planes: las autoridades tailandesas habían localizado el barco a la deriva pero no querían periodistas a bordo de la misión que saldría desde Koh Lipe.

«No es posible», nos dijeron los soldados. «Tenemos órdenes: sin periodistas a bordo».

La frustración era indescriptible. Nos había tomado 36 horas llegar al lugar y no teníamos nada que hacer en Koh Lipe, una de las típicas islas de atractivo turístico en Tailandia.

Estábamos allí para retratar una situación terrible, en que vidas humanas estaban al límite. Debíamos alcanzar ese barco. Así que junto con dos periodistas locales, alquilamos una lancha y partimos por nuestra propia cuenta.

Identificamos el área donde se pensaba que estaba el barco a partir de lo que habíamos conversado con las autoridades tailandesas, y uno de nuestros colegas locales estaba en contacto telefónico con un migrante a bordo del barco a la deriva.

Una situación de horror absoluto

Nos lanzamos al mar y no veíamos nada en el horizonte. Temía que nunca los encontráramos, pero de pronto estaban allí, frente a nuestros ojos. Un barco de unos 20 metros de largo, abarrotado con unas 300 personas: hombres, mujeres, niños, bebés.

Mi primera reacción fue de conmoción. Estábamos frente a personas que no habían comido nada en días, quizás incluso en semanas. Algunos tuvieron que beber su propia orina para sobrevivir. Sus rostros estaban completamente demacrados, sus cabellos largos y enredados. Era posible ver sus costillas y sus huesudos hombros. Un joven a bordo debía pesar no más de 35 kilos. Estábamos presenciando una situación de absoluto horror.

Era como dos mundos enfrentándose a metros de distancia: miseria absoluta de un lado, y nosotros, cómodos en nuestra lancha, del otro. Y esto a tan solo 15 km de Koh Lipe, un paraíso turístico conocido por sus oportunidades para bucear.

Desespero en la mirada

Las migrantes a bordo comenzaron a llorar, a gritar, mirándonos con ojos desesperados. Nos decían con gestos que tenían hambre y estaban sedientos. Con nosotros iba un intérprete Rohingya, a través de quien nos dijeron que diez personas habían muerto desde el inicio de su viaje.

Buscamos qué darles. No teníamos comida, tal vez 10 botellas de agua. ¿Se las lanzábamos o mejor no para evitar una estampida? Al final les dimos nuestra agua y les prometimos que esperaríamos hasta que la ayuda llegara.

Vimos algunos barcos pesqueros tailandeses que, tras acercarse, compartieron con los Rohingya lo poco que tenían. Era casi de noche cuando un helicóptero de la armada con raciones sobrevoló la embarcación. No se podía lanzar nada hacia la cubierta porque no había espacio, así que lo más lógico parecía ser lanzar las provisiones al agua.

Ver a los migrantes lanzarse al mar a buscarlas fue impactante. El hambre los guiaba. Llegamos a ver a unos 20 jóvenes en el agua, tratando de impedir que los paquetes fuesen arrastrados por la marea.

Dos imágenes me marcaron. Una fue la de un hombre rompiendo un paquete de fideos secos y comiéndoselos en el medio del océano, sin esperar un minuto más. Y la otra fue la de dos hombres medio escondidos en el casco del barco devorándose una ración, mirándome a los ojos, casi como diciendo: «Sí, sé que tengo que llevarle comida al resto, pero primero necesito comer».

Un rostro humano de la crisis

Los jóvenes volvieron al barco, ayudados por los botes pesqueros y de la armada que habían regresado al lugar. Nos fuimos cuando la noche comenzaba a caer. Durante la madrugada repararon el motor del barco de los migrantes y así pudieron continuar su viaje al amanecer.

 

Hace tres años visité los campos de los Rohingya en Birmania, de mayoría budista, donde vi personas de la minoría musulmana viviendo en absoluta miseria: las mujeres literalmente daban a luz en el lodo. Incluso aquellos que sobrevivían las peligrosas rutas de migración y llegaban a Malasia terminaban trabajando en condiciones de esclavitud en las haciendas. Y eso era una mejor alternativa a enfrentar la pesadilla que les tocaba vivir en Birmania.

La historia de los Rohingya me conmovió mucho desde entonces. Llegamos hasta aquí con la esperanza de que las imágenes le pongan un rostro humano a esta crisis. Cuantas más personas se sensibilicen ante estas imágenes de desespero, probablemente más los políticos se vean forzados a actuar.

Christophe Archambault es el jefe de fotografía de AFP en Tailandia. Ha realizado coberturas desde el sur del país junto con Preeti Jha y Thanaporn Promyamyai

Fuente: