La declaración sobre Srebrenica, promovida por el presidente Boris Tadić, y aprobada por un estrecho margen de votos en el Parlamento (127 de 250), no es más que una forma simple de politizar el sufrimiento humano, y frivoliza una categoría jurídica extremadamente seria: el genocidio. El texto resultante significa un insulto a las victimas inocentes […]
La declaración sobre Srebrenica, promovida por el presidente Boris Tadić, y aprobada por un estrecho margen de votos en el Parlamento (127 de 250), no es más que una forma simple de politizar el sufrimiento humano, y frivoliza una categoría jurídica extremadamente seria: el genocidio. El texto resultante significa un insulto a las victimas inocentes de la violencia armada o política en todo el mundo.
Para los ciudadanos de Serbia, esta declaración no es más que un primer paso, dado en el vacío. Los siguientes llegarán, y son fácilmente previsibles. A corto o medio plazo puede producirse una nueva denuncia por parte de Bosnia, que ahora más que nunca tendrá argumentos para pedir algún tipo de compensación por un daño tan elevado. En la misma Serbia es esperable la proclamación de un «día de la memoria a las victimas de Srebrenica», y de la misma forma cabe esperar algún tipo de ley que prohíba «la negación del genocidio de Srebrenica». A medio plazo, en los libros de texto nuestros hijos tendrán que estudiar que sus antepasados cometieron este genocidio. Y mientras tanto, sobre las victimas serbias no se podrá decir ni una palabra. Hasta que caigan en el olvido y algún día, Dios no lo quiera, nos vuelva a suceder lo que nos pasó durante la II Guerra mundial y durante las guerras de los noventa.
El de Srebrenica es un crimen cuyo trasfondo permanece inexplorado, cuya magnitud no está definida, y cuyos ejecutores se desconocen. Los ciudadanos de Serbia, y Serbia como Estado, no tienen por qué aceptar la responsabilidad de algo ocurrido en circunstancias tan poco claras, cuando otros países con responsabilidad mucho más definida (mencionaré solo a Turquía y a los EE.UU.) descartan con rotundidad aceptar cualquier tipo de responsabilidad, y responden con toda firmeza a las peticiones de reconocimiento de las evidencias.
Acostumbrados como están a la presentación tendenciosa de los hechos relacionados con las guerras Balcánicas, presentación que de forma unánime atribuye la culpabilidad exclusivamente al bando serbio, los ciudadanos occidentales se muestran incapaces de aceptar que pueda existir otro punto de vista del problema en su conjunto. La carencia hasta ahora de esa flexibilidad intelectual impide entender que el crimen más grande ocurrido en la antigua Yugoslavia no fue otro que la desmembración ilegal y violenta de un país internacionalmente reconocido, y que todos los crímenes posteriores, incluido el de Srebrenica, tienen sus raíces en el deseo de los separatistas de apoderarse por la fuerza de un territorio que de ninguna manera les pertenecía.
Unos dos años antes de la guerra, los musulmanes de Bosnia ya formaban, armaban y entrenaban grupos paramilitares, financiados e instruidos desde el extranjero con el propósito de hacer realidad sus ambiciones políticas (y religiosas). Este es el motivo por el que, salvo a sus propios lideres, no tienen nadie a quien culpar de lo sucedido durante la guerra, incluido Srebrenica. No cabe duda de que Alija Izetbegović, Haris Silajdzić, Ejup Ganić y sus lugartenientes conocían las consecuencias trágicas que podía tener la guerra que diseñaron e iniciaron.
Por ese motivo, entre otros, Belgrado no tenía que aceptar ninguna declaración que diese a entender que los musulmanes de Bosnia fueron victimas de la agresión serbia. Como mucho, y como gesto extremo de buena voluntad, el Parlamento de Serbia podría haber aceptado una resolución genérica que condenase todos los crímenes que se hubieran cometido durante la contienda, pero condenando expresamente al régimen fundamentalista de Alija Izetbegović por haber iniciado una guerra que a posteriori convirtió a muchos de sus conciudadanos en victimas.
Lamentablemente, esto no ha ocurrido. Es más: según el texto de la declaración, Serbia aceptó indirectamente, y por la puerta trasera, ser culpable de «genocidio», aunque esta palabra no se mencione literalmente en el documento.
En las páginas de Semanario serbio se pueden encontrar varios textos sobre Srebrenica publicados anteriormente, cuya lectura vuelvo a recomendar. Destacaría tres de ellos: el testimonio del general francés Philippe Morillon durante el juicio a Slobodan Milošević , un texto apenas conocido de la periodista catalana que visitó este enclave y un texto sobre la sentencia de la Corte Internacional de Justica.
Estos textos abren otro dilema, pocas veces mencionado en los medios: ¿cuál es la responsabilidad de la «comunidad internacional» (leer: Los países que bombardearon a Serbia más los Islas Marshal, Burkina Faso, Nauru y Tokelau) por lo ocurrido en Srebrenica?
Lo más vergonzoso es, indudablemente, la tendenciosa ignorancia acerca del carácter «desmilitarizado» de Srebrenica. La ciudad fue declarada zona «protegida y desmilitarizada» por al ONU, pero esta segunda condición no ha sido comentada. ¿Por qué los soldados de la ONU allí desplegados consintieron la presencia de entre seis y doce mil soldados del ejército bosnio, que durante la noche salían del pueblo, atacaban a los pueblos serbios de los alrededores donde cometían horrendos crímenes, y luego volvían a la ciudad donde eran protegidos por los soldados de la ONU? (ver el mencionado testimonio del general Morillon). Nunca se ha mencionado responsabilidad alguna de los soldados de la ONU que, de manera indirecta, fueron cómplices en los crímenes contra los serbios.
En este momento resulta imprescindible mencionar otro documento de gran importancia para conocer la magnitud de la confusión creada alrededor de Srebrenica. Fue redactado el 24 de julio de 1995 (numero R 002 1272 de La Haya), basado en la declaración conjunta de los tres observadores militares presentes durante la operación en Srebrenica. Las declaraciones individuales de los tres oficiales (de Holanda, Ghana y Kenya) tenían tantas coincidencias que fueron resumidas en un solo documento. El punto 28 dice, entre otras cosas, que los tres oficiales estuvieron 24 horas diarias con los refugiados musulmanes, pero que no habían oído nada sobre los asesinatos masivos de varones en edad militar. Dada la magnitud del crimen, es algo realmente sorprendente
El único participante directo en los crímenes de Srebrenica condenado por el tribunal de La Haya se llama Dražen Erdemović. Es un croata de Bosnia que llegó a un acuerdo con la fiscalía a cambio de una pena menor basada en su declaración, modificada en repetidas ocasiones. Según esta declaración, Erdemović pertenecía a una unidad del Ejercito de la Republika Srpska donde había croatas, eslovenos, musulmanes bosnios y extranjeros. Junto con siete cómplices, según su polémica declaración, en el pueblo de Pilice mató en solo 5 horas, a sangre fría, entre 1000 y 1200 civiles que se retiraban de Srebrenica. Nadie, ni tan siquiera Bosnia, solicito la detención y extradición de los cómplices de Erdemović, un hecho realmente insólito, dada la magnitud del crimen. Un caso, según la sentencia de La Haya, de genocidio. No está de más señalar que las investigaciones posteriores llevadas a cabo por los investigadores de la ONU en la zona que Erdemović señaló como lugar del crimen encontraron 137 cuerpos. Indudablemente se trata de un crimen horrendo, pero muy lejos de los 1200 mencionados. Hay demasiada diferencia entre los hechos comprobados y demostrados por un lado, y el histrionismo antiserbio por el otro.
Los serbios en Serbia no tienen ninguna obligación de aceptar la culpabilidad por un crimen que ellos mismos no cometieron, ni tampoco tienen derecho a culpar a los serbios de Bosnia. Desde el comienzo de las guerras civiles que destrozaron Yugoslavia fue evidente que el objetivo eran los serbios. Los enfrentamientos armados se produjeron en todos los territorios donde los serbios locales pedían el mismo derecho que se otorgaba a los demás pueblos: el derecho de autodeterminación.
Otro punto a tener muy en cuenta es el número de asesinados. Aunque corro el riesgo de que se me tache de desalmado e indiferente con el dolor de las victimas inocentes, tengo que decir que para la calificación de un crimen como genocidio el número de víctimas es de suma importancia, lo que nos obliga a abandonar esa frase tan repetida y tan vacía del contenido que dice «no importa si son 100 o 100 mil, el crimen es el crimen». Sí, el crimen es el crimen pero no todo crimen se puede considerar como genocidio. Incluso los admiradores más feroces del tribunal de La Haya tienen que aceptar esta opinión, pues en la sentencia del general Krstić se dice literalmente «scale of the killing». (Krstić no fue declarado culpable de genocidio, sino como colaborador del mismo, y como tal condenado a 35 años de cárcel.).
En la placa conmemorativa de Srebrenica, tantas veces vista, figura la cifra de «8.372…» cuyos puntos suspensivos indican que no es definitiva. Este numero incluye muertos y desaparecidos, lo que abre otra pregunta crucial: ¿cómo se puede hablar de victimas de genocidio sin haberse hecho la autopsia a los cuerpos, sin saber exactamente el numero de muertos? O peor aún: ¿cómo se puede considerar victima de genocidio a alguien oficialmente desaparecido y que, por consiguiente, podría estar vivo? Los últimos análisis forenses sitúan el número de cuerpos exhumados por debajo de 2.000, de los cuales 442 fueron con toda seguridad fusilados con las manos atadas. Insisto: un crimen horrendo, pero muy por debajo de las 8.000 mil victimas.
El más alto representante civil de la ONU en aquella época, Philip Corbin, declaró en repetidas ocasiones que en Srebrenica fueron asesinadas «unas 700 personas», y que la diferencia entre este número y las 8.000 es fruto de las presiones políticas.
En febrero de 2007 la Corte Internacional de Justicia dictó un polémico fallo sobre lo ocurrido en Srebrenica. Se dijo que lo ocurrido era un genocidio, pero se descartó cualquier responsabilidad de Serbia. Además, la sentencia dice que Serbia no participó en la organización de este genocidio ni apoyó su ejecución.
Más clara aún es la Resolución del Parlamento Europeo, de 15 de enero de 2009, sobre Srebrenica, uno de cuyos puntos dice literalmente: «Considerando que, a pesar de los enormes esfuerzos desplegados hasta la fecha para descubrir y exhumar las fosas comunes y tumbas individuales e identificar los cadáveres de las víctimas, las investigaciones realizadas hasta ahora no permiten reconstruir completamente los hechos que se produjeron en Srebrenica y sus alrededores» .
Evidentemente, el Parlamento Europeo tiene poco de proserbio, y si en su propia declaración siembra tantas dudas sobre lo ocurrido, me resulta realmente misterioso qué motivos habrán tenido los 127 parlamentarios serbios que votaron a favor de la resolución.
La última gota para llenar este vaso de confusiones y desinformaciones es el problema relativo a la falta de censo en Bosnia. Como miembro de la ONU, y también como país aspirante a la membresía de la UE, Bosnia tenía que haber hecho el censo de la población hace tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que la guerra terminó hace quince años. Al margen de la obligación internacional, este censo resulta imprescindible para iluminar los rincones más oscuros de ese pozo balcánico.
Las partes serbia (Republika Srpska) y croata están dispuestas a realizarlo, pero la parte musulmana se niega rotundamente. Un censo demostraría muchas cosas que hasta ahora se ocultan intencionadamente. Entre otras cosas, se sabría con casi total precisión el numero de victimas durante la guerra civil, y entre ellas también el numero de victimas (si no exacto, al menos muy aproximado) de Srebrenica. Se podría comprobar que el numero de victimas ronda las 100 mil, de las cuales unos 40 mil son civiles, y algo más de 50 mil militares (y no 250-300 mil, como se dice habitualmente).También se conocería el numero de victimas según su pertenencia étnica, lo que también desmontaría la historieta de los buenos y desarmados contra los malísimos y salvajes. Un censo riguroso demostraría que la limpieza étnica más feroz se llevó a cabo en las grandes ciudades de la parte musulmana de Bosnia (Sarajevo, Tuzla, Mostar), donde literalmente no quedan serbios aunque, antes de la guerra, Sarajevo fue, después de Belgrado, la segunda ciudad serbia más grande de toda la ex Yugoslavia.
Pero, lamentablemente, el parlamento de Serbia no fue capaz de pronunciarse sobre ninguno de los asuntos que aquí enumeramos. Lo más sensato para ellos fue aprobar la resolución a cambio de alguna promesa vaga, que con el tiempo ni se cumplirá ni se recordará. La resolución, en cambio, quedará para siempre, y ya nunca nadie será capaz de quitarnos el peso que ella supone.
LISTA DE DIPUTADOS CON CUYOS VOTOS SE APROBÓ LA DECLARACIÓN
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