Precisamente este año, era 12 de octubre cuando tomaba el avión de regreso a casa después de una estancia de trabajo de tres semanas en Centroamérica. Por eso, llegar y toparse con la resaca de la llamada «fiesta nacional española» supone tener que tragarse algunos sapos en forma de declaraciones de la clase política más […]
Precisamente este año, era 12 de octubre cuando tomaba el avión de regreso a casa después de una estancia de trabajo de tres semanas en Centroamérica. Por eso, llegar y toparse con la resaca de la llamada «fiesta nacional española» supone tener que tragarse algunos sapos en forma de declaraciones de la clase política más tradicional, conservadora o directamente derechista, además de etnocéntrica. Y después de lo vivido en estos días al otro lado del mar, uno tiene que hacer un auténtico acto de contención para no entrar en la descalificación burda, tal y como hace sin vergüenza alguna, una gran parte de ese sector político e ideológico. Aquellos que aún quieren y necesitan construir su patria sobre las cenizas de tantos y tantos pueblos.
Haber convivido esas semanas con poblaciones que luchan hoy en estados semicoloniales, cuando no directamente fallidos, como pueden ser Honduras o Guatemala. Aprender y compartir con comunidades que son criminalizadas por ejercer el derecho básico a la protesta social contra el modelo de desarrollo que el neoliberalismo, de la mano de oligarquías locales y transnacionales, trata de imponer es una lección de dignidad, pero también es muy irritante ser testigo de la violencia con la que ese modelo se impone. Comunidades sin energía eléctrica donde, sin ser consultadas, se construyen complejos hidroeléctricos que llevarán esa energía a mineras o grandes explotaciones agroindustriales (soja, caña….). Comunidades que ven cómo pierden su control sobre el territorio que les vio nacer a manos de mineras extranjeras que hoy siguen llevándose el oro y otros recursos naturales a cambio de nada, pero expoliando de las formas más agresivas posibles una naturaleza hasta entonces cuidada con mimo y respeto por esas mismas poblaciones que algunos siguen calificando como subdesarrolladas. Mujeres violentadas por cuerpos de seguridad privada y públicos de esas grandes infraestructuras como forma de amedrentar e intimidar para acallar la protesta. Liderazgos que pasan meses en la cárcel acusados de secuestro, de organizarse para delinquir, y otras burdas mentiras, que se juegan años y años de prisión como venganza del sistema por haberse puesto al frente de sus comunidades para exigir sus derechos más básicos: vida, territorio, salud, educación, agua.
Y después de todo ello regresar y al aterrizar encontrarse con declaraciones como que «la hispanidad es el hito más importante de la humanidad, junto con la romanización» o aquello de que «no somos conscientes lo que un pueblo milenario y una nación centenaria ha hecho por la humanidad», en alusión a los grandes aportes de la colonización española en el continente americano. Y todo ello, y mucho más, evidenciando ese cutre y amenazante espíritu colonial, suspirante aún por un imperio perdido que les gustaría recuperar para seguir llevando la civilización a los salvajes americanos. Y si el carácter ultranacionalista de frases como las anteriores escandaliza por la mezcla de ignorancia y exageración del autor de las mismas, éste se corona aún con aquella otra, en la misma arenga, que viene a decir que la hispanidad es «probablemente la etapa más brillante, no de España, sino del hombre, junto con el Imperio romano». Así, unen a lo anterior este evidente ejemplo de machismo por la absoluta invisibilización de las mujeres (la historia gira alrededor del hombre). Frases pronunciadas por el presidente del Partido Popular. Y ya tenemos así completo el discurso dominante en las últimas décadas de la derecha, y no tan derecha, española, que tiene sus raíces en el viejo lema fascista de «ser un destino en lo universal» que, tengo que confesar, nunca entendí en su total significado.
Sin duda, algunos al hablar de la América Latina de hoy dirán que no hay responsabilidad española sobre lo que en ella ocurre, que la presencia de ésta acabo hace casi doscientos años y que los males de hoy son responsabilidad única de sus gobernantes. No se niega esta responsabilidad, pero, lo decíamos al principio, de aquellos polvos estos lodos. La colonia impuso un sistema de sometimiento, eliminación o destrucción de las culturas existentes, muchas de las cuales superaban a la española de entonces en muy diversos campos, salvo en el que fue determinante, y que se simboliza en la espada que sirvió para imponerse sobre todo un continente (ayudado por las enfermedades que se exportaron y que diezmaron a la población). Cierto es que hoy perviven muchos elementos culturales hispanos, empezando por el idioma o la religión católica. Pero también cierto es que el periodo actual de las repúblicas latinoamericanas encuentra sus raíces en el colonial español. Las independencias no supusieron sino un cambio de élite dominante, la española por la criolla, sin alterar en ningún momento la estructura política, social y mucho menos la económica de explotación de las masas indígenas, afros y campesinas.
Épocas más recientes traerían consigo una nueva fase de «acercamiento» de la antigua metrópoli colonial. Será el tiempo de transiciones de las dictaduras de los años 70 y 80 del pasado siglo a las llamadas democracias. Como en el estado español con el final tranquilo de la dictadura franquista, en América Latina, el traspaso de poderes del mando militar al civil tampoco supondrá en prácticamente ningún caso alterar las matrices sociales y económicas. Esto encaminará al continente, finalizando ya el siglo, a la llamada década perdida. Casi todo un continente, cientos de pueblos diferentes, millones de hombres y mujeres postrados en aras de la mayor gloria del beneficio económico, que es lo que supone el neoliberalismo que ahora se impondrá desde los antiguos centros de poder coloniales, o los nuevos, del norte del mismo continente.
Así, en las últimas décadas se suman al escenario nuevos elementos pseudocoloniales, mediante la consolidación del sistema neoliberal que abría, una vez más, los últimos territorios vírgenes a la explotación desenfrenada de los recursos naturales que, en la mayoría de las ocasiones, se conservan en los territorios indígenas, con aún más de cuarenta millones de personas en todo el continente. Pueblos a los que no se consulta sobre el modelo de desarrollo que quieren pese a ser esa consulta un derecho reconocido, pueblos que han visto una nueva invasión y expulsión literal de sus tierras a cargo de empresas transnacionales mineras, forestales, hidroeléctricas, agroindustriales y un largo etcétera de empresas extractivistas. Y, para no olvidar la referencia al 12 de octubre, hay que señalar aquí que serán varios cientos las empresas españolas que se apresurarán en el nuevo reparto colonial, desde constructoras como ACS pasando por grandes holdings turísticos como Meliá o entidades bancarias como BBVA o Santander y petrolíferas como Repsol. Todo era posible para reconstruir de nuevo la nación española con los beneficios económicos extraídos, una vez más, del nuevo continente quinientos años después. Para ello, la clase política más tradicional española, tanto la de derechas como la socialdemócrata, se lanzó a abrir los mercados americanos a las empresas españolas, aludiendo siempre a los lazos que presuponían la hispanidad. Presiones soterradas, más o menos evidentes, amiguismos y relaciones diplomáticas eran parte de la apuesta por el neoliberalismo para volver a convertir a esa vieja España en la potencia económica y política que un día fue a costa de todo un continente y sus pueblos.
Porque el modelo de expansión de la economía española en los años previos a la crisis encontró nuevamente una orientación latinoamericana. Según Casado, presidente del Partido Popular, y de otros muchos que quizá por cierta vergüenza ocultan su pensamiento, posiblemente deberíamos de hablar de una nueva etapa de crecimiento de la hispanidad como un segundo hito universal. Triste que en estos tiempos de auge del fascismo el viejo ultranacionalismo hispano vuelva a retomar un protagonismo que debería haber perdido hace muchas décadas.
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
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