Una huelga de hambre en la que participaron 70 inmigrantes confinados en centros de detención fuertemente custodiados de Polonia obliga al país a enfrentar sus nuevas responsabilidades como foco de migraciones de la Unión Europea (UE).
Polonia tiene actualmente seis centros de detención de «inmigrantes irregulares», o extranjeros que son atrapados viviendo sin documentos en el país, a la espera de ser deportados luego de que sus solicitudes de asilo fueron rechazadas o después de ser capturados al intentar cruzar la frontera para internarse más en Europa.
Se estima que había 375 inmigrantes detenidos a fines de octubre en estos centros. Entre ellos había 33 niños y niñas, incluidos por lo menos un pequeño de un año, y tres que no estaban acompañados por ningún adulto.
Ciudadanos georgianos y rusos de origen checheno constituyen la mayor parte de los inmigrantes en Polonia, aunque en los últimos tiempos los sirios también tienen una presencia significativa en los centros de detención.
Quienes realizaron la huelga de hambre, principalmente georgianos y chechenos, reclamaron mejores condiciones en los campamentos, pero también cuestionaron el uso de la detención como medio de abordar el espinoso asunto de las migraciones.
La protesta fue coordinada en cuatro campamentos: Lesznowola, Bialystok, Biala Podlaska y Przemysl. Duró pocos días y finalizó cuando organizaciones humanitarias visitaron esos centros y prometieron trabajar con sus autoridades para mejorar las condiciones de vida.
Los campamentos de detención de Polonia funcionan bajo la órbita de la Guardia Fronteriza Nacional desde 2008, y las condiciones en cada uno varían ampliamente.
Lesznowola, ubicado en un bosque 15 kilómetros al sur de Varsovia, en un ex complejo militar, es conocido por sus malas condiciones. Biala Podlaska, en la oriental localidad homónima, cerca de la frontera con Belarús, es una instalación moderna, construida en 2008 y financiada casi totalmente por la UE.
A primera vista, los dos campamentos no podrían ser más diferentes. Los estrechos corredores de Lesznowola son reemplazados por espacios brillantes y pintados a nuevo de Biala Podlaska.
Quienes están al frente de Lesznowola no hablan ni inglés ni ruso, y contrastan mucho con el equipo altamente comunicativo (que también cuenta con traductores) que dirige Biala Podlaska. En este último, personal vestido de uniforme circula por los corredores exhibiendo sonrisas profesionales.
Biala Podlaska también posee una cancha de fútbol, mientras que Lesznowola apenas tiene planes para construir una en parte de su patio de hormigón rodeado por muros en cuya cima hay alambres de púa.
Pero al ingresar a cualquiera de esas instituciones, rápidamente queda claro que, para quienes viven tras las rejas casi todo el tiempo (a excepción de la hora de la comida, de los ejercicios y de las ocasionales actividades educativas), la situación es exactamente la misma.
Ante el primer sonido que indica que se aproximan visitantes, adultos y niños sacan sus cabezas de las celdas que dan al pasillo, con sus manos y rostros pegados a las rejas, curiosos, esperando.
Incluso una visita mundana se convierte en todo un acontecimiento en un lugar donde no ocurre nada.
Pateados «como una pelota»
La iraní Leila Naeimi, de 36 años, fue liberada a comienzos de octubre, tras pasar dos meses en Lesznowola, y usa duras palabras para referirse a las condiciones de vida en el campamento.
«Por todas partes una ve solo muros, en todas partes los guardias están con nosotros y nos tratan como animales», dijo a IPS.
Los custodios realizan inspecciones diarias a las 06:00 de la mañana, ingresando a las habitaciones sin siquiera llamar a la puerta, agregó.
Naeimi, quien huyó de Irán por temor a ser llevada a la justicia a causa de su activismo por los derechos de las mujeres, dijo haber sido a menudo blanco de comentarios sexualmente abusivos de parte de los guardias fronterizos, tanto al ingresar a Polonia como en el centro de detención.
Los productos básicos de higiene nunca eran suficientes y los alimentos eran de mala calidad, sostuvo.
Sin embargo, su mayor queja tiene que ver con la actitud de la UE hacia los inmigrantes en general.
«Pueden enviarte de una país a otro cuando quieran. Piensan que pueden jugar con la vida de la gente… como si yo fuera una pelota que pueden simplemente patear», dijo.
«Nosotros necesitamos vidas normales. No nos habríamos ido de nuestros países si las cosas hubieran estado bien allí. Yo he tenido demasiados problemas solo por ser iraní», se lamentó Naeimi.
Osman Rafik, un pakistaní de 33 años que al momento de ser entrevistado por IPS estaba detenido en Bialystok, ya lleva ocho meses que en el campamento, pero decidió no unirse a la huelga de hambre, argumentando que sus objetivos eran demasiado «ambiciosos» y «diversos».
Cuuando se quejó de las condiciones del campamento, e incluso pidió ayuda a IPS para garantizarse medicinas, su preocupación principal no era denunciar la vida cotidiana allí, sino la naturaleza arbitraria de las políticas sobre migraciones.
«Nos siguen preguntando por qué vinimos a este país si somos de Pakistán, pero deben entender que no somos criminales simplemente porque cruzamos las fronteras hacia Europa», planteó.
«Me gustaría quedarme en Polonia si me liberaran. Después de todo, ya he pasado casi un año en este país, y la vida no es tan larga, la gente vive alrededor de 50 años en promedio. Ellos (las autoridades de inmigración) ya se han llevado un año de mi vida», continuó.
«No podemos volver a Pakistán, tenemos problemas allí, pero las autoridades de aquí no entienden que nos tratan a todos igual, ya sea que tengamos problemas en nuestro país o no», agregó.
* Este artículo es el primero de una serie de dos sobre inmigración en la Unión Europea.