El 21 de enero de 1932 irrumpía en el cruento escenario de la lucha de clases una proclama de singular relevancia histórica dirigida al pueblo trabajador salvadoreño: Camaradas: El Partido Comunista, que es el Director del Proletariado, hacia la victoria final que sólo podrá alcanzarse hasta que hayan sido suprimidas el hambre, la desocupación, y […]
El 21 de enero de 1932 irrumpía en el cruento escenario de la lucha de clases una proclama de singular relevancia histórica dirigida al pueblo trabajador salvadoreño:
Camaradas:
El Partido Comunista, que es el Director del Proletariado, hacia la victoria final que sólo podrá alcanzarse hasta que hayan sido suprimidas el hambre, la desocupación, y todas las demás formas de esclavitud a que la clase rica y el imperialismo nos condenan a nosotros los trabajadores, ha sostenido para bien de los trabajadores una lucha encarnizada contra los gobernantes y los grandes propietarios… El gobierno y los ricos descaradamente nos demostraron que mientras la clase rica no caiga del poder por la fuerza de todos nosotros, siempre seremos sus esclavos.
En presencia de todo esto, el Comité Central del Partido Comunista, que representa la opinión de todos los trabajadores y trabajadoras de la República, ordena: (1) El armamento de todos los obreros y campesinos y el establecimiento del Cuartel General del Ejército Rojo de El Salvador; (2) La insurrección general de los trabajadores y trabajadoras hasta establecer un gobierno de obreros, campesinos y soldados.
Camaradas obreros: ¡ármense y defiendan la Revolución Proletaria! Camaradas ferrocarrileros: ¡tomen los ferrocarriles y pónganlos al servicio de la revolución! Camaradas campesinos: ¡tomen las tierras de las grandes haciendas y fincas y protejan al que actualmente tiene un pedazo de tierra y defiendan sus conquistas revolucionarias con las armas sin piedad para los ricos! Camaradas: ¡formemos consejos de obreros, campesinos y soldados!
El levantamiento obrero y campesino era el desenlace de un desarrollo vertiginoso de las luchas sociales en ese país centroamericano y de la profundización de la crisis general del capitalismo acentuada por la gran depresión del 1929. Eran tiempos de grandes conmociones sociales y políticas en todo el mundo, de guerras civiles, y del surgimiento del fascismo como respuesta agresiva de las burguesías imperialistas al avance del movimiento comunista en todo el mundo- a su vez, potenciado con la construcción del socialismo en la Unión Soviética.
La gran depresión 1929, que en pocas semanas se propagó como pólvora por todo el mundo, tuvo un impacto especialmente devastador en América Latina. Después del crack de Wall Street en octubre de 1929 las masas explotadas y oprimidas lanzadas a una mayor miseria se levantaron por todo el continente, y, con ello, ningún régimen podía sentirse seguro. En Cuba cayó la dictadura neocolonial de Gerardo Machado; en Brasil, una insurrección obrera y militar puso en jaque al régimen de Getulio Vargas; en El Salvador, la oligarquía y el imperialismo temblaban ante la rebelión proletaria dirigida por el Partido Comunista.
Con la gran depresión, el dramático descenso de los precios internacionales del café llevó a la quiebra a la economía salvadoreña, pues la producción del ‘grano de oro’ representaba el 95% de las exportaciones. La oligarquía cafetalera, como siempre ocurre con todas las clases explotadoras, pretendió pasarles los costos de la crisis a las masas desposeídas que se batían como nunca antes en una lucha desesperada por la supervivencia -en un país en que el 90 % de la riqueza del país estaba en manos del 0.5 % más rico de la población-. Para ello, la dictadura de Maximiliano Hernández Martínez, llegado al poder con el golpe militar de diciembre de 1931, buscaba una salida a la crisis suprimiendo las conquistas sociales que había alcanzado el pueblo hasta entonces y reduciendo los salarios, ya de hambre, en un 30%. El estallido social no se hizo esperar. Terminada la primera quincena de enero de 1932, las masas obreras, campesinas e indígenas se lanzaron a las calles y caminos rurales. Contribuyó significativamente a la movilización el nivel de organización, militancia y combatividad de la Federación Regional de Trabajadores de El Salvador (FRTS), fundada en 1924, y del Partido Comunista de El Salvador (PCS), convertido en pocos meses después de su fundación en marzo de 1930 en un verdadero partido de masas, A la huelga general le sucedió inmediatamente la insurrección armada convocada por el PCS. Los combates se iniciaron al clarín proletario del 22 de enero. Las masas insurrectas tomaban poblados y haciendas y sumaban algunos soldados a la rebelión. Sin embargo, en tres días, la desigual contienda se selló con un saldo sangriento: 30,000 obreros y campesinos masacrados luego de ser arrestados. Entre los fusilados estaban los dirigentes del Partido Comunista, Alfonso Luna, Mario Zapata y Agustín Farabundo Martí, veterano organizador obrero y combatiente centroamericano. Sobre esos días y este inmortal héroe, su pueblo nunca vencido, aún canta:
Dicen que dicen que vieron pasar / a Farabundo Martí, / por Izalco, Juayúa y León, / por Sonsonate y Quiché. / Por Nicaragua y El Salvador, / por Guatemala pasó… / con su luz de liberación / Farabundo llegó… Treinta mil los que cayeron, / obreros y campesinos. / Ninguno de ellos ha muerto / y volverán al camino / con Farabundo Martí. / Nuestra historia fusilada / volverá un amanecer: / ¡La victoria está cercana!
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