Se ignora a qué vino Mr. Obama a Chile: para algo bueno no será. Como saben de sobra los desharrapados del mundo, por donde pasa la sombra del Air Force One sólo queda una más que explicable pavura. Por algo es el comandante en jefe de las más poderosas fuerzas militares de la historia, capaz […]
Se ignora a qué vino Mr. Obama a Chile: para algo bueno no será. Como saben de sobra los desharrapados del mundo, por donde pasa la sombra del Air Force One sólo queda una más que explicable pavura.
Por algo es el comandante en jefe de las más poderosas fuerzas militares de la historia, capaz de bombardear y/o invadir un país en cuanto se alzan voces que hablan de libertad, soberanía, revolución u otras majaderías dignas de sus bombas inteligentes y marines .
Chile es como es por la intercesión de un oprobioso antecesor de ese señor moreno, con cara de buena onda, que llegó a la Casa Blanca con promesas que se esfumaron no bien se ciñó la corona y cambió las claves que manejan la destrucción global para, desde ese momento, encarnar la suma de los miedos.
Hace treinta y ocho años, un día martes nublado de septiembre, aviones de la Fuerza Aérea de Chile bombardearon La Moneda y con esos estruendos criminales se inauguró un período de terror que duraría 17 años, seguidos por otros veinte de una extraña fascinación por las deudas.
En todo este tiempo, la mano temible de USA ha estado detrás, delante, al lado y arriba.
Por estos días Mr. Obama discute con sus aliados las medidas que tomará en el caso de Libia. Con el argumento de ayudar a los desplazados, estaciona su flota frente a las costas de ese país, pero todos sabemos que su verdadero interés es el petróleo de la zona y las revoluciones que comienzan a tomar forma en la región. El comandante en jefe Obama, ha dicho que tiene prevista «toda la gama de opciones» para encarar esos conflictos. En español esta frase significa, ni más ni menos, que la acción armada de sus tropas podría ser un hecho cuando usted lea estas líneas. Los niños libios deben comenzar a temblar. La misma preocupación humanitaria expresada por Estados Unidos y sus aliados en el caso de Iraq ha tenido como consecuencia la muerte de centenares de miles de ellos.
Los efectos de la política imperial de Estados Unidos en América Latina no han sido menos cruentos. Son innumerables las ocasiones en que, afirmado en el poder de las armas y desoyendo el de la razón y el derecho, el imperio ha invadido países, instalado bases militares, gobiernos marionetas y atropellado los derechos de los pueblos que han levantado proyectos nacionales o revolucionarios. Los casos de Nicaragua y la genocida incursión de mercenarios financiados con dineros del narcotráfico que terminó con el proceso revolucionario de ese país, y el bloqueo criminal que ya se extiende por más de medio siglo contra Cuba, son quizás los mejores descriptores de lo que ha sido la relación de Estados Unidos y América Latina.
Y es que en el alma estadounidense el derecho a hacer la guerra es un ánimo fundacional descrito en su Declaración de la Independencia: «…como Estados libres e independientes, poseen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, anular relaciones comerciales y todos los demás actos y cosas que los Estados independientes pueden hacer por derecho».
Mr. Obama es el continuador de las políticas que han hecho de USA un guardián sin contrapeso en el mundo unipolar que quedó después de la debacle del socialismo del este. Para América Latina la acción del imperio ha significado subdesarrollo, explotación, depredación de las ecologías y la tragedia de los golpes de Estado con sus secuelas de horror y muerte.
Buena cuenta debería dar Mr. Obama ahora, que dice venir en son de paz, a las víctimas chilenas de la política exterior de su país. Fue un secretario de Estado estadounidense uno de los impulsores del golpe de Estado contra Salvador Allende. Fue la CIA la que financió y actuó ilegalmente para abatir un gobierno constitucional. Las fuerzas armadas norteamericanas instruyeron a oficiales del ejército chileno en técnicas antisubversivas que hicieron de sus propios compatriotas enemigos a los que había que torturar y hacer desaparecer de la faz de la Tierra.
Ahora, en este rincón del patio trasero ya no son necesarias las operaciones encubiertas de entonces. Hoy la gestión de USA en las cuestiones propias de nuestro país es más elegante. No hace mucho la embajada norteamericana operó para que la ministra de la Vivienda del régimen anterior, previo acuerdo con la presidenta Bachelet, trampeara la ley para que una empresa de capitales norteamericanos instalara generadoras a carbón. En ese caso no fue necesaria la fuerza, sino la amistad fructífera cultivada en todo este tiempo de reiteradas inclinaciones de cabeza, tórax y abdomen.
Dios bendiga a América, acostumbran decir los presidentes norteamericanos en sus discursos de impostaciones épicas. Extraño dios que no castiga los pecados que tiene en su haber ese imperio enemigo de los pueblos.
Si de verdad hubiera una justicia celestial, hace rato que un castigo sublime habría caído sobre quienes tanto daño han hecho a los más indefensos del planeta mediante impecables, casi divinas, máquinas no tripuladas y la fruición casi religiosa de sus boy.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 729, 18 de marzo, 2011)