Hoy se hace importante reflexionar sobre lo doloroso que ha sido la colonización para los pueblos indígenas y afrodescendientes en nuestra América.
La sumisión, dejar de hablar, dejar de ser lo que se es, no poder expresar lo que se siente, lo que se piensa, ha sido la constante de todos los pueblos colonizados por la cultura occidental y las decisiones del poder blanco.
Convertidos en esclavos y luego en trabajadores explotados, unos en reservas, sobreviviendo con niveles de pobreza y extrema pobreza, soportando sobre los hombros la economía de los países, que permite que unos pocos sean los más ricos y que se consideran los dueños de los cuerpos, los espíritus y las mentes de las mayorías subyugadas, dominando las mentes y cuerpos de plebeyos que siguen construyendo su vida en resistencias y rebeldías.
La cultura de la colonización, nos pone a pelearnos entre plebeyos, entre colonizados, entre explotados, entre pobres, entre campesinos. Quienes, abanderan la cultura de la colonización, que regularmente son los criollos y oligárquicos, como dueños y peones del sistema, saben que, al destilar odio desde sus canchas, los colonizados comenzaran a comerse unos con otros, mientras ellos, se placen libremente.
La colonización es tan profunda, porque es el proyecto de los blancos. Es el proyecto político de la cultura occidental para la dominación de los pueblos no occidentales. Es tan profunda que muchas veces nos encanta ser y estar colonizados. Como escribíamos en un artículo hace muchos años “el colonizado a veces le encanta que se lo coman, que lo vomiten, se lo vuelvan a comer y lo vuelven a vomitar”.
Quien padece los efectos de la colonización, siente como propio los espacios o campos de acciones del quehacer político occidental. Por eso; se hace importante, pensar y sentir desde el nosotros y no desde individualismo occidental; conocer la historia desde “los oprimidos y explotados”. El problema es cuando, el discurso o la narrativa decolonial, se queda en la narrativa académica o política y no se alimenta desde la vivencia de los pueblos. Por ejemplo: “en el escenario político actual, es frecuente escuchar, nosotros fuimos electos por el pueblo” o “representamos a los pueblos” o “somos hombres y mujeres de maíz”. El asunto es; “qué pueblo”, porque es un concepto muy amplio, que utiliza la derecha y la izquierda, los gobiernos progresistas y neoliberales pero vaciado de contenido.
Por eso creo que Fanón tituló su libro “Los condenados de la Tierra”, porque, parece que al pensarnos como los “condenados”, seguimos viendo que la única forma de liberarnos y construir un sistema mundo diferente, es pelear en el campo del blanco o asumir, aunque no queramos, las reglas del juego del blanco, en la política, lo económico, lo social, lo religioso. Aunque lo critiquemos, lo desaprobamos, pero; “pensamos que solo integrándonos a este sistema”, llegaremos a ser igual. Esto pasa a indígenas, mujeres, jóvenes, negros, o de algún color que no sea el blanco, que no quieren descolonizarse.
No se mira como campo de liberación, lo que hacen los pueblos cuando “siembran y cosechan su alimento” o “quienes están recuperando y defendiendo su territorio” o “quien fortalece su organización comunitaria”. Pensamos, que los que están en resistencia y buscando la libertad o caminando hacia la descolonización, son los movimientos sociales, las ONG, los académicos/intelectuales, las ONG, etc.
Quienes se piensan como descolonizados o “no indios permitidos”, o la “joya más importante del mundo”, se olvidan que quienes pelean en la profundidad de los territorios: hombres, mujeres, jóvenes, señoritas, niños y niñas, son los sujetos históricos y que no están pensando en partidos políticos, sino en “comer y beber”, porque es a lo sumo lo que se puede hacer, en momentos tan difíciles como el que estamos viviendo.
En tiempos de colonización moderna, por decirlo de algún modo, los colonizados piensan que los pueblos son sujetos de los partidos políticos (izquierda o derecha) y no se han dado cuenta, que; después, de estos meses de campaña, los pueblos seguirán construyendo su historia, fuera de estos cánones, incluso sin saber y sin conocer que es el Estado, porque el Estado nunca los tomó y los tomará en cuenta. Entonces, el odio entre colonizados, por la disputa del poder político o por lo menos del gobierno político, solo dejará heridas que no sanan nunca, porque no se toma en cuenta, lo que dicen los ancianos de las comunidades, “yo no como, por los políticos, sino por mi tierra”. Porqué después de estas elecciones, los hombres y las mujeres indígenas, seguirán cargando los quintales de productos del “patrón” y “seguirán esperando algún desalojo”, para fortalecer la ambición de poder del “patrón”.
Entonces, que queremos, que nos sigan tratando como “no humanos”, como es la lógica capitalista. Qué; creo que es una de las limitaciones del tan aclamado “buen vivir” que pregonan los “buen viviristas”. Porque lo que se confunde como “Buen Vivir” y que es el paradigma de los pueblos, no es igual a desarrollo, ni tampoco es conservación y protección de la naturaleza como el “mito de tarzán” que muy repetidas veces lo hemos discutido. El Buen Vivir, no se puede construir sin la recuperación del territorio para los pueblos indígenas. La recuperación de la tierra y del territorio, sobre pasa el ideario de cualquier partido político (izquierda o derecha). Así, como el fortalecimiento del “winaqiil” o “winkilal”, que es la plenitud de la vida de los pueblos, cuando se vive desde el territorio y con la tierra, y no de cualquier espacio político blanco, como la lucha por cualquier tipo de gobierno occidental.
Kajkoj Máximo Ba Tiul. Maya Poqomchi, antropólogo, filósofo, teólogo, investigador.
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