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Doblan las campanas por el sueño europeo

Fuentes: Sin Permiso

Si fuese posible jerarquizar los sueños, la creación de la Unión Europea estaría entre los más importantes del siglo XX. Después de un milenio de guerras continuas, los estados europeos decidieron abrir la mano de sus soberanías nacionales, para crear una comunidad económica y política, inclusiva, pacífica, armoniosa, sin fronteras, sin discriminaciones y sin hegemonías. […]

Si fuese posible jerarquizar los sueños, la creación de la Unión Europea estaría entre los más importantes del siglo XX. Después de un milenio de guerras continuas, los estados europeos decidieron abrir la mano de sus soberanías nacionales, para crear una comunidad económica y política, inclusiva, pacífica, armoniosa, sin fronteras, sin discriminaciones y sin hegemonías. Un verdadero milagro, para un continente que se transformó en el centro del mundo gracias a su capacidad de expandirse y dominar a los otros pueblos, de forma casi siempre violenta y muchas veces predatoria. Tras 50 años del Tratado de Roma, el proyecto inicial de unificación europea dobló su tamaño, nació una moneda única y el PIB comunitario traspasó al de los Estados Unidos, con una renta media alta y confortable. Y, mientras tanto, las perspectivas de integración y unificación europea son cada vez peores, porque la expansión de la comunidad vino junto con un comportamiento social y político cada vez más xenófobo y competitivo. La «tercera vía», propuesta por el Laborismo inglés en la década del 90, se desinfló y ya fue olvidada; el socialismo y la socialdemocracia del continente es hoy un fantasma del pasado, sin ninguna identidad propia, y en un estado de total bancarrota intelectual, mientras crece por otro lado el nacionalismo de derecha y el fascismo, bajo las más diferentes formas de expresión. Las poblaciones se cierran sobre sí mismas, multiplicándose las políticas de exclusión y demonización del extranjero. El propio Consejo de la Unión Europea legitimó, recientemente, la creación de los Centros de Internación de Extranjeros, verdaderos campos de concentración, donde los inmigrantes podrán estar detenidos hasta 18 meses, por una simple decisión administrativa, sin que hayan cometido delito alguno, y sin que exista control externo o judicial. En Francia e Italia, con la derecha grotesca de Berlusconi y Sarkozy, pero también en la España del socialismo con buenos modales de José Luis Rodríguez Zapatero.

En medio de este cuadro desastroso, cayó como una bomba, en esta última semana, el resultado del referéndum irlandés rechazando el «Tratado de Lisboa», que ya había sido aprobado por 18 países, y cuyo principal objetivo era el de acelerar la centralización constitucional del poder, así como una transformación de la Unión Europea en una potencia global, con una presidencia permanente y una política exterior unificada.

Este proceso comenzó en 2002, con la elaboración del primer proyecto de Constitución para Europa, que finalizó a mediados de 2003, fue aprobado por el Consejo de la Unión Europea, en 2004, y fue guardado en el cajón en 2005, tras su rechazo plebiscitario por Francia y Holanda. Este mismo proyecto constitucional fue retomado un año después, condensado y transformado en un simple «tratado comunitario». Con todo y con eso, acaba de ser rechazado por los irlandeses, creando un problema grave para la Unión Europea porque el Tratado de Lisboa sólo puede transformarse en Ley, si cuenta con la probación de los 27 miembros de la UE.

Frente a esta nueva crisis, hay tres propuestas sobre la mesa para la discusión del Consejo de la Unión Europea que se reunirá en Bruselas en los próximos días: la exclusión temporal de Irlanda; la formación de una Europa de dos velocidades liderada por el «club de unos pocos», más favorable a la creación de un poder centralizado europeo, y finalmente, la propuesta de congelamiento, por algunos años, del Tratado, o del propio proceso constitucional.

Alemania y Francia apoyan apartar temporalmente a Irlanda y simpatizan con la idea de las «dos velocidades» del primer ministro de Luxemburgo, Jean Claude Juncker. Pero Irlanda forma parte de la «zona del euro», lo que dificulta su exclusión; y además, Gran Bretaña se opone a esas dos primeras alternativas, apoyada en eso por Suecia y la República Checa, entre otros países. Así pues,, lo más probable es que se mantenga el estancamiento, a despecho de acuerdos puntuales, y que se acabe postergando, en la práctica, el debate constitucional. Porque tras ese atolladero se esconde un problema mucho más grave: la Unión Europea es prisionera desde hace mucho de una trampa circular. Necesita un poder centralizado, pero sus principales Estados impiden el proceso de centralización, porque, en el fondo, Europa se halla cada vez más dividida por las diferencias de proyecto estratégico de sus tres principales socios: Francia, Alemania e Inglaterra.

Luego del fin de la Guerra Fría y de la reunificación de Alemania, ésta se transformó en la mayor potencia demográfica y económica del continente y pasó a tener una política exterior independiente, centrada en sus propios intereses nacionales, que incluyen el fortalecimiento de sus lazos económicos y financieros con la Europa central y con Rusia. Este comportamiento alemán acentuó el declive de Francia, que tiene cada vez menos importancia internacional, y favoreció el fortalecimiento del «eurocentrismo» británico, reavivando la competencia y la lucha hegemónica dentro de la Unión Europea y el regreso de viejas fracturas y divisiones que estuvieron presentes en sus interminables guerras seculares. Por consiguiente, la Unión Europea sigue sin un poder central unificado capaz de definir e imponer objetivos y prioridades estratégicas a sus Estados miembros. Una situación agravada por la sumisión militar a los Estados Unidos, que impuso la expansión apresurada de la UE en dirección al Este, a fin de «ocupar» los Estados que habían formado parte del Pacto de Varsovia y que se hallaban bajo control soviético hasta 1991. Como consecuencia, la Unión Europea se transformó en un «ente político» magro, munido con una moneda falsamente «fuerte» y prácticamente desprovisto de capacidad de iniciativa autónoma dentro del sistema mundial. Y, desde el punto de vista global -y al contrario de lo que piensan muchos analistas-, perdió comba en los lances de la nueva geopolítica mundial actual, a la que apenas se asoman con unas mínimas relevancia e independencia sus principales Estados.

Y aun así, ahora mismo, el «no» de los irlandeses retumba, por una u otra razón, dolorosa y melancólicamente: son las campanas que doblan por la muerte del sueño europeo de la inclusión y la civilidad, de la sociedad pacífica y sin hegemonías. Y de un mundo sin nuevos campos de concentración.

José Luis Fiori , profesor de economía y ciencia política en la Universidad pública de Río de Janeiro, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO .

Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez