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Dos congresos y un funeral: La muerte del Partido Comunista ruso

Fuentes: Counterpunch

Los dirigentes del Partido Comunista siempre han sido gente predispuesta al optimismo. Cuando les decían que había una crisis inminente en sus filas, ellos contestaban confiadamente que no era posible nada parecido. Cuando las previsiones sugerían que perderían numerosos asientos en las elecciones de la Duma Estatal, simplemente se reían. Y cuando ciertos gurúes se […]

Los dirigentes del Partido Comunista siempre han sido gente predispuesta al optimismo. Cuando les decían que había una crisis inminente en sus filas, ellos contestaban confiadamente que no era posible nada parecido. Cuando las previsiones sugerían que perderían numerosos asientos en las elecciones de la Duma Estatal, simplemente se reían. Y cuando ciertos gurúes se aventuraban a especular sobre un posible cisma en el partido, sus líderes contestaban que esa posibilidad estaba absolutamente descartada.

Ahora, una por una, esas sombrías predicciones están empezando a concretarse. Tras el fiasco en las elecciones para la Duma Estatal de diciembre, en las que los comunistas perdieron más de la mitad de sus escaños, el partido ya no podría negar que estuviera en crisis. Las fracciones rivales empezaron a combatirse abiertamente. Los partidarios del antiguo sub-vocero de la Duma Gennady Semigin le echaron la culpa por los fracasos de los comunistas a Gennady Zyuganov, quien llevó al partido a su cuarta derrota electoral consecutiva. No obstante, los mandamases del partido llamaron a sus camaradas a reunirse alrededor del líder para poder sobrellevar los tiempos duros.
Como ningún bando presentó algo ni remotamente parecido a un programa o una ideología coherente, la batalla entre ambos tomó la apariencia de una reyerta callejera, en la que los intercambios de insultos personales en público se alternaban con maniobras entre bambalinas.

Durante la previa al congreso partidario del 3 de julio, los eventos se desplegaron a velocidad luz. Sin esperar a consultar a la mayoría de los miembros del partido, los líderes comunistas empezaron a expulsar del partido a sus antagonistas. Sin embargo, como después se pudo ver, no habían echado a todos: A pesar de todo, la expulsión de Semigin no le impidió a él y a sus partidarios preparar su propio escenario para el congreso.

Menos de dos días antes del congreso, la fracción de Semigin llamó a un pleno del Comité Centrales. De 156 miembros activos, asistieron 96 (se necesitan 80 para obtener quórum). El pleno removió a Zyuganov como líder del partido y lo reemplazó por el Gobernador de Ivanovo, Vladimir Tijonov, una decisión que el Ministerio de Justicia se vio apresurado a aceptar.

El campo de Zyuganov contraatacó con un pleno propio, registrando 91 participantes, que produjo la remoción de los aliados de Semigin. Como la segunda reunión también logró quórum, los dos plenos aprobaron dos resoluciones mutuamente excluyentes, pero igualmente válidas. Además, varios camaradas del partido pudieron presentarse en ambos eventos y prestar su apoyo a las dos fracciones en pugna.

Finalmente, hubo dos congresos partidarios en vez de uno. Los partidarios de Semigin abandonaron la reunión presidida por Zyuganov y organizaron una propia en otro lugar. Y, ¡oh sorpresa!, ambos congresos reclamaban tener quórum. El congreso dirigido por Zyuganov se rebajó hasta transformarse en un interminable recital de odas al líder partidario, empapado de la mejor tradición totalitaria; mientras el congreso paralelo era igual de inflexible en su denuncia contra Zyuganov.

Ahora las dos fracciones rivales enfrentarán muchos meses de disquisiciones legales para determinar cuál es el verdadero partido. Sigue siendo incierto de qué lado se ubicará el sistema judicial ruso, pero igualmente no importa mucho. El Partido Comunista está acabado. La marca registrada del nombre del partido, que es lo que está en juego en la actual batalla legal, está perdiendo rápidamente toda apelación para todo el mundo, excepto para aquellos que se encuentran involucrados directamente en la lucha.
Sería equivocado designar a estos eventos como un cisma –la palabra correcta es «desgracia.»

Al contrario del Partido Comunista soviético, cuya historia combina episodios terroríficos y desgraciados con otros trágicos y heroicos, el Partido Comunista de la Federación Rusa ha transcurrido 11 años sin llegar a ninguno de estos casos. Paradójicamente, y en cierto modo lógicamente, el derrumbe del partido ocurre en un momento en que las ideas «rojas» están volviendo a ponerse de moda. No obstante, esto no podría beneficiar al partido, privado desde hace muchísimos años de toda idea o principio.

Ninguno de los dos congresos tuvo lugar para los representantes de los grupos de la juventud comunistas, que han hecho oir sus voces en las últimas protestas, o para los activistas obreros. El Partido Comunista post-soviético está entrando a los libros de historia junto con la época de Yeltsin–de hecho, como uno de los productos más monstruosos de ese período. Este partido no encontró un nicho para sí mismo en la Rusia de Putin. No encajó en el nuevo sistema construido por los funcionarios del Kremlin ni tampoco tuvo el valor para transformarse en una oposición real.

La desaparición de este partido no significa ninguna gran pérdida. Y en cuanto a la idea comunista, no hay ninguna necesidad de preocuparse: encontrará herederos nuevos, mucho más capaces.

* Boris Kagarlitsky es director del Instituto de Estudios sobre la Globalización de Moscú.

Traducción de Guillermo Crux, especial para Panorama Internacional