El vicepresidente de Bolivia analiza los retos de los gobiernos de izquierda latinoamericanos, las nuevas derechas y la falta de horizontes de cambio en Europa
«En este viaje por Europa he detectado una gran insatisfacción, ganas de cambiar las cosas y una búsqueda incesante de rutas para poder organizar la economía, la sociedad y la vida de otra forma». Es como encuentra el viejo continente Álvaro García Linera (Cochabamba, 1962), vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Su gira europea concluyó este miércoles en Madrid, donde pasó apenas unas horas para participar en la conferencia ‘Reflexiones latinoamericanas sobre la democracia en Europa’ en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.
Como dirigente político, García Linera acompañó a los movimientos sociales y a Evo Morales en su largo recorrido hasta la presidencia de Bolivia, momento en el que comenzó el proceso de cambio en este país, sumándose a otras experiencias como la de la Revolución Ciudadana en Ecuador o el chavismo en Venezuela. Matemático de formación, estudió sociología cuando se encontraba en prisión por su militancia en el Ejército Guerrillero Túpac Katari, una organización de orientación indigenista-maoísta. Como académico, con el paso del tiempo se convirtió en uno de los más reputados expertos en Ciencias Sociales del continente, impartiendo clases en diversas universidades y habiendo sido también analista político en medios de comunicación. En este sentido, ha sido el principal teórico que ha inspirado el rumbo del Movimiento al Socialismo (Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos) que gobierna Bolivia desde 2005.
Junto a él se sentaron en la Complutense los politólogos de la facultad Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, quienes han estudiado su obra y comparten con él, como recordaron, «la concepción de que el compromiso y la labor intelectual deben ir unidos», algo que aún «causa pavor en las universidades europeas». Cientos de estudiantes, y también inmigrantes que portaban banderas bolivianas y wiphalas, abarrotaron el acto. Y allí quiso dar una lección magistral sobre cómo no ha de reducirse la democracia a mecanismos formales de voto: «La democracia como participación de la sociedad en los asuntos colectivos es una concepción que la entiende como movimiento revolucionario». Partiendo de esta concepción, Linera habla de «revoluciones democráticas» y «democracias revolucionarias» en América Latina.
Tras el acto, recibe a Público en la habitación del hotel. Tiene poco tiempo, porque antes de coger el avión a Bolivia quiere pasar por varias librerías. Opta por su faceta de intelectual, antes que gobernante, para abordar las cuestiones sobre los momentos políticos que viven América Latina y Europa. Para responder, utiliza un tono muy pausado. Y mantiene los ojos cerrados para elaborar su discurso.
Después de más de una década desde que fuerzas progresistas comenzaran a irrumpir en América Latina poniendo fin a la era neoliberal, ¿cuáles son los principales retos de estos gobiernos en la actualidad?
Hoy estos gobiernos se encuentran con dos vías a seguir. Una es su estabilización. Se dio el proceso, hubo una modificación en las coaliciones dominantes en el Estado, se modificó la narrativa de la organización social, se transformaron las instituciones y se reorganizó el uso del excedente económico. Y ahora el objetivo es que eso se mantenga. Se deja la revolución y se consagran derechos. La segunda opción es la profundización. Una revolución solo puede profundizarse si se reinventa y se expande, geográficamente y en las actividades que son involucradas en los procedimientos democráticos.
Ecuador, Venezuela y Bolivia se encuentran en este debate. ¿Cuál de las dos vías transitar? No es sólo una cuestión de voluntad, sino de la vitalidad de las fuerzas sociales, de su capacidad organizativa. En el caso de Bolivia hay una deliberada inclinación hacia la profundización y la expansión del proceso. Es una dinámica que combina normalización y profundización. Normalización en algunos aspectos, como la relación con el empresariado local; pero profundización en otros, como la relación con Estados Unidos o las empresas extranjeras y el impulso de los derechos sociales.
En todos estos procesos en América Latina ha habido un importante rol de los liderazgos. Y esto implica la dificultad de la continuidad política sin el líder, como se ha visto en Venezuela.
Es el viejo debate del papel de los individuos en la Historia, como reflexionaba Plejanov. Es el ímpetu social que convirtió a personas corrientes en personas influyentes. Ellos no construyeron el movimiento, el movimiento les llevó a esa situación, les empujó. La sociedad crea sus líderes en su propia marcha, la sociedad es la que les obliga a asumir estos papeles. El líder no crea el movimiento, el movimiento está por encima del líder y lo rebasa, le preexiste. Sin embargo, más adelante los movimientos entran en una nueva fase en la que dependen del líder. El propio movimiento en su unidad y horizonte requiere la presencia del líder.
No debería ser así, pero es. Y hay que preguntarse por qué las cosas son de esta forma y no como deberían ser en mi cabeza. ¿Las sociedades se comportan así por inmadurez? ¿Qué sociedad en movimiento no ha actuado así? No hay ninguna experiencia en la historia en la que la sociedad haya actuado sin esta condensación de voluntades en líderes.
En tu pregunta hay un deber ser. Y yo estoy de acuerdo. Porque siempre se pueden dar eventualidades. La sociedad, cuando entra en esa relación tan proactiva con el líder, se asimila tanto a él, llega a depositar su individualidad y su colectividad en él. Y cuando algo le pasa al líder, se produce un vaciamiento de sí misma. Eso es lo que está pasando en Venezuela.
Henrique Capriles ha tenido que desplazar sus consignas a la izquierda. Fenómenos parecidos vemos en Ecuador y Bolivia. ¿Hay una nueva derecha post-neoliberal? ¿Es una operación de marketing o una verdadera transformación de estas fuerzas políticas?
Todo proceso revolucionario victorioso instaura un horizonte de época ideológico, simbólico, discursivo e institucional. Si no, no sería proceso victorioso. Y al marcar este horizonte obligan a todos los sectores opositores a mutar si no quieren aparecer como marginales. Seguirán siendo conservadores, pero para tener vigencia han de cambiar.
Esto supone una trampa paradójica. Si la derecha acepta este nuevo orden discursivo, este orden muestra su poderío al integrar al recalcitrante y éste, a la vez, renueva su legitimidad. Quedan absorbidos por el nuevo mundo. Pero a medio plazo podrán reivindicar el desarrollo de este mismo horizonte, presentándose como los mejores continuadores, más eficientes. Esto es lo que dice Capriles y gran parte de la oposición venezolana, así como cada vez más sectores de la derecha boliviana.
La pregunta es: ¿Qué hacemos los revolucionarios? Si nos estancamos y decimos que lo hecho ya ha llegado a su límite, la oposición aparecerá como la legítima continuadora del horizonte de época. Tenemos la obligación de tener capacidad para reinventar el proceso, de plantear nuevas metas.
Que Capriles use el discurso del proceso es una victoria y a la vez una exigencia para volver a tener ímpetu de avance. Si no queremos que el conservador reciclado aparezca como el renovador tenemos que avanzar nosotros más rápido.
¿Cómo puede ayudar la experiencia de las crisis latinoamericanas a entender lo que ocurre hoy en Europa?
Acabo de pasar por una universidad checa muy conservadora. No me han invitado para hablar de la pobreza de Bolivia o los golpes de Estado, como es habitual, sino para preguntarme por el modelo económico. Estaban sorprendidos: ¿Cómo es posible que estos comunistas populistas desorganizados y primitivos estén creciendo un 6,8% y la República Checa un 1%, con más de cien años de tradición industrial y siendo miembros de la Unión Europea? Europa está comenzando a mirar de otra manera a América Latina.
¿Qué aprendizajes pueden extraer de América Latina los movimientos y fuerzas políticas que están por el cambio en Europa?
La desnaturalización del neoliberalismo, su contingencia, su vulnerabilidad. Parece muy sencillo, pero es una tarea de gran dificultad. Que en la mente de los europeos entrara la idea de que esto es contingente y arbitrario ya sería mucho. A mí América Latina me mostró que sí.
Según los medios europeos, el resultado de nuestros procesos es el populismo total, un vómito frente a la adversidad. Pero es evidente que algo ha cambiado aquí. Lo que existía y era inmutable en el mundo entero, los mercados financieros, la deuda, la privatización y la contracción del Estado del Bienestar, se presenta hoy como cambiable en América Latina.
¿Cómo pueden los europeos recoger esta experiencia? ¿Cómo podrán romper con el neoliberalismo? Eso depende de ellos y lo harán de acuerdo a sus propias tradiciones. También decía el profesor Toussaint, esta semana en Francia, que la superación no puede ser a la latinoamericana, país a país, sino a nivel continental europeo.
Otra cosa que ha aportado América Latina es la recuperación de la fe, la recuperación del horizonte y la esperanza. Hay nuevos nombres para la articulación de voluntades para construir futuro. Unos le llaman socialismo del siglo XXI, otros Revolución Ciudadana, otros comunitarismo… Sea cual sea el nombre que reciba, es lo que permite saber que hacia adelante hay un futuro distinto.
El movimiento de los indignados fue una creación muy rica, como el movimiento por el agua en Bolivia. Aunque luego se diluyó. Aún no sabemos por donde van a converger las aguas de la acción colectiva en Europa, pero el adversario a enfrentar es infinitamente más fuerte que en América Latina.
Fuente: http://www.publico.es/513649/el-adversario-en-europa-es-mucho-mas-fuerte-que-en-america-latina