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El cambio es posible en Guatemala

Fuentes: Rebelión

El escenario deseado de los actores de poder (estabilidad institucional para el reacomodo de actores y espacios de decisión; control de la crisis sin mayores costos que los derivados de los procesos judiciales abiertos; supeditación de las demandas sociales a los procesos legales) se desmorona u obliga a nuevos pactos y reajustes en la hoja […]

El escenario deseado de los actores de poder (estabilidad institucional para el reacomodo de actores y espacios de decisión; control de la crisis sin mayores costos que los derivados de los procesos judiciales abiertos; supeditación de las demandas sociales a los procesos legales) se desmorona u obliga a nuevos pactos y reajustes en la hoja de ruta de la transición controlada.

La batería de denuncias y juicios sobre importantísimos actores políticos (que develan la naturaleza criminal estructural del sistema electoral, del poder ejecutivo y del sistema de organización y representación) debilita a estos actores, las reglas de juego y su agenda política inmediata. A estas alturas, la estrategia diseñada para que casi nada cambie está seriamente amenazada, a pesar de todos los esfuerzos: legales, institucionales y apoyos explícitos o ambiguos de las elites. El tratamiento legalista y formal de problemas políticos agudiza la crisis y el malestar.

Qué va a pasar si…

La resistencia institucional a la modificación del proceso electoral y la permanencia de Pérez Molina en la jefatura del gobierno dificultan pero no anulan la posibilidad de una transición más allá de los deseos de las elites y las normas legales vigentes. Incluso en la eventualidad improbable o en la posible inevitabilidad (por lo agitado y cambiante del tiempo político) de que las elecciones se celebren el 6 de septiembre, bajo estas mismas reglas y actores, los cambios se producirán.

Si hay elecciones en septiembre, el próximo gobierno asume con el estigma de ser continuador del estado y la legalidad corporativa criminal. Si hay elecciones con las mismas reglas, gran parte del próximo congreso y el próximo ejecutivo van a ser más temprano que tarde sometidos a juicio y destituidos: por plazas fantasmas, por asociación criminal, por cohecho, por enriquecimiento ilícito, por corrupción, por abuso de poder, porque el pueblo así lo decidió…

Las elecciones, concebidas como salvavidas del proceso, otorgarán oxígeno escaso al sistema exhausto. La legalidad e institucionalidad actuales sucumbieron, lo que se agudiza por las disputas alrededor de negocios y control de instituciones, las visiones encontradas sobre el operador electoral y futuro gobernante idóneo, el papel ingerente y activo de Estados Unidos (marcado por su agenda de seguridad hemisférica) y las movilizaciones sociales.
Protestas y propuestas: modificación integral del ejercicio del poder

El proceso de cambio ha iniciado ya: crece la conciencia política, la indignación se convierte en participación, el rechazo a la corrupción comprende el rechazo al Estado y el sistema, la lucha por derechos es un ejercicio activo y no delegativo, se acaba la apatía, lo que se plasma en una de las consignas símbolo de este momento: Indiferentes y en silencio, Nunca más. Cada vez más construimos colectividad.

En el corto plazo, se trata de recuperar condiciones e instituciones democráticas, para el ejercicio de derechos y el bien común. Este es el sentido de las propuestas de reforma a la ley electoral y de partidos políticos: no es legitimar el sistema, no es el horizonte deseado y final sino la reconstrucción de las posibilidades de participación ahogadas por los gobiernos neoliberales. En el medio plazo, el reto es concretar nuevas normas legales e institucionales, nuevas formas de organización política, económica y simbólica: un nuevo pacto social.

La estrategia definida por organizaciones sociales y populares (Asamblea Social y Popular) desde el 28 de abril, es premonitoriamente vigente y actual: renuncia del presidente y vicepresidente, gobierno de transición, modificación de las reglas de participación, convocatoria a asamblea nacional constituyente para discutir y sanear de raíz un modelo agotado. Esta propuesta no es idéntica a la de las manifestaciones en la plaza central pero encuentra punto de convergencia en el progresivo convencimiento (todavía no generalizado ni profundo) de que el problema es estructural, no coyuntural ni de personas.

Frente a la visión continuista de los sectores de poder, que profundiza la indignación, las propuestas sociales y populares se convierten en una forma -a la vez soñadora y realizable- de superar la actual crisis. Cualquier otra acción o falta de acción nos conduce a la incertidumbre y el despeñadero, con una posibilidad de que la transición controlada por los actores de poder se convierta en una transición o continuidad violenta, en la que el uso de la fuerza es el factor decisor.

Por vez primera en muchos años, las organizaciones sociales, populares, urbanas, juegan en el centro del tablero político: redefinen correlaciones de fuerzas y ocupan espacios de poder simbólico.

Las movilizaciones sociales van, vienen, se rearticulan y sobre todo protestan, proponen, discuten y construyen en alegre algarabía, recuperando el ejercicio de derechos anulado por el partido patriota y el modelo neoliberal militar.
Pasamos de la propuesta al ejercicio para el poder, entendido este no como el control del poder institucional, no como un lugar específico, sino como un campo social de fuerzas (Amador Fernández Savater: El poder no es un objeto que se encuentre en un lugar privilegiado que se pueda ocupar o asaltar).

Tenemos capacidad de gobernar las coyunturas -o hacemos el esfuerzo- entendido este proceso, siguiendo a Isabel Rauber, como indagar la realidad sociopolítica en cada momento y pensar las alternativas, para moverse en las coyunturas de modo favorable a los intereses propios, evitando ser arrastrados por situaciones que beneficien o alimenten intereses ajenos.

Construimos lo común: cambio simbólico, ideológico y político clave frente a la hegemonía de lo individual.
Los procesos no son lineales y los riesgos son mayúsculos: violencia y confrontación provocada por grupos de poder desplazados, nuevas alianzas de elites, rechazo judicial y político de investigaciones del Ministerio Público, dificultades para pasar de la agenda de reformas inmediata a la estructural, desarticulación del sujeto social transformador, etc. El peligro de la involución es latente: empresarios, Estados Unidos, embajadas europeas, partidos, sistema de justicia…temen perder el control de la coyuntura, y se enredan y desenredan en alianzas y peleas, con el objetivo único de favorecer el modelo actual de dominación/acumulación.

En este momento estamos: podemos cuestionarlo por posibilista, aprovecharlo, abrazarlo o negarlo. Al menos, abre una oportunidad para debatir, protestar, proponer y construir en comunidad.

En su autobiografía, Howard Zinn afirma que El cambio revolucionario no llega como un momento cataclísmico (¡cuidado con tales momentos!) sino como una sucesión interminable de sorpresas, caminando de manera zizagueante hacia una sociedad más decente. Tenemos la oportunidad, dice Alan Badiou, para Crear en común el destino colectivo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.