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Francia

El caso Merah: creer en una imagen que no se puede ver

Fuentes: Le Journal du Pays Basque

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Muchos observadores han señalado la instrumentalización del caso Merah* durante la campaña electoral [de las presidenciales francesas]. El ministro del Interior francés, Claude Géant, apareció como director de las operaciones judiciales, en violación de la separación de poderes. Sin embargo, este no es sino un aspecto secundario del caso. El elemento principal reside en la capacidad del poder de mostrarse bajo su verdadero rostro, el del terrorismo de Estado, sin que ello suscite reacción alguna. Esta manifestación de omnipotencia crea un estado de estupefacción. El Estado se otorga la posibilidad de considerar terroristas a los individuos, de ejecutarlos sin juicio y de encerrarnos en la conminación de callar hecha por un superego.

Todo lo relacionado con este caso nos deja sin reacción. El asalto del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Nacional Francesa al piso de Merah se difundió en tiempo real. Durante horas los espectadores estuvieron ante un espectáculo de tele ralidad. El programa no contenía nada que pudiera servir para la observación y permitiera descifrar unos hechos. Los elementos materiales cedieron el lugar a unas imágenes vacías de objetos, a unos iconos que mostraban lo invisible: la culpabilidad del acusado.

La ausencia de elementos materiales que se apreciaran visualmente no se compensará con informaciones verificables. No es posible tener una certeza objetiva de los elementos materiales que se nos presentaron. Estos tienen la particularidad de anularse recíprocamente, de manera que es imposible apoyarse en ningún elemento verificable para establecer un juicio. Así, unos testigos declararon que el asesino de los militares era corpulento y llevaba un tatuaje bajo el ojo. Otros indicaron que tenía los ojos azules. Esta descripción no se corresponde en absoluto con la de Merah.

A pesar de ser «indetectable geográficamente», se le localizó en un piso que estaba a su nombre desde hacía más de dos años, «después de que sobrevolara un helicóptero», precisó el ministro Claude Guéant. La necesidad de proceder a una larga investigación contrasta también con las declaraciones de Yves Bonnet, exjefe de los Servicios de Contrainteligencia, que reveló que Merah tenía un interlocutor en el Servicio Secreto. Incluso el color del casco o de la moto utilizados en los atentados suscitan dudas: blanco o negro, aún no se ha resuelto el asunto.

La ausencia de elementos observables que permitan confirmar los comentarios de las imágenes, así como la acumulación recíproca de las diferentes informaciones nos sitúan fuera de sentido. Frente a la imposibilidad de establecer una relación entre unos elementos que se excluyen y sin que se haya planteado esta contradicción, sigue sin haber una réplica a todo ello. El hecho de que se haya borrado todo objeto nos sitúa así en la estupefacción, en el momento en el uno permanece suspendido ante la aparición del no sentido.

A través de la mediatización de los acontecimientos perdura el efecto de suspensión y tiene un efecto de petrificación.

Y es que, al contrario de la estupefacción que provoca la agudeza verbal analizada por Freud, no existe asombro ante lo que se nos presenta. Por medio de las preguntas que suscita, el efecto sorpresa permite salir de la estupefacción y recuperar el lenguaje. El asombro necesita un objeto para manifestarse y lo que aquí falta es este último. El sujeto sigue estando sin voz porque no existe un soporte que le permita formular preguntas y recuperar la palabra. Plantear preguntas es una manera de reconocer que algo se nos escapa.

Así, este caso ha suscitado pocas preguntas. La anulación de los elementos materiales que podían corroborar la responsabilidad de Merah impuso su culpabilidad como una certeza subjetiva, despojada expresamente de toda argumentación en la que pudiera basarse. La evidencia se muestra como la expresión de una omnipotencia que no necesita pasar por la mediación de los hechos para imponerse. La capacidad de deshacerse de cualquier elemento de prueba se presenta como una prueba de transparencia en vez de suscitar la duda. La confrontación con los elementos materiales solo podría desviarnos de la verdad, de la revelación de la naturaleza criminal de Merah.

El encuentro del espectador con una exhibición, que se impone a él y escapa a toda representación, tiene un efecto de causar estupefacción. El estupor no resulta del carácter dramático de los hechos, sino de la imposibilidad de descifrar lo real. El sujeto sucumbe al alarde de una voluntad de omnipotencia.

Así, el estupor resulta de lo que Lacan llamó, en oposición con la «estupefacción y luz» de la agudeza verbal, la «estupefacción y tinieblas». En esta última ya no se trata de la aparición de un no-sentido en la dimensión significante, sino de la emergencia «de una presencia generalizada de goce en el Otro». Esta violencia, que confisca el acceso a lo simbólico, priva al sujeto de la palabra y lo sume en el estupor.

La ausencia de organización de lo real por parte de la razón provoca que no pueda haber inclusión de los hechos.

La imposibilidad y la prohibición del superego de formular preguntas, es decir, la conminación a disfrutar de lo que se exhibe, anulan toda posibilidad de separación de la imagen. El sujeto está en relación simbiótica con esta. Ocupa el lugar del niño, de aquel que no puede hablar.

Después de mencionarse la voluntad del padre de Merah de denunciar a Francia por asesinato, el candidato socialista había declarado que haría mejor en callarse. Una vez convertido en presidente, ¿acaso el «candidato del cambio» establecerá las condiciones para que pueda tener lugar un debate? La sociedad tiene el reto de restablecer la palabra.

*Mohamed Merah era el ciudadano francés de origen argelino y supuesto asesino de 7 personas en Toulouse y Mountaban, que murió en marzo de 2012 por disparos de la policía francesa después de que esta asediara durante 30 horas su piso. (N. de la T.)

Jean-Claude Paye es sociólogo, autor de De Guantanamo à Tarnac: L’emprise de l’image, Editions Yves Michel, noviembre de 2011, y de El final del Estado de Derecho, Hiru, 2001. ; Tülay Umay es socióloga.