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México

El cuarto Congreso Nacional Indígena y la otra campaña

Fuentes: La Jornada

Mirar hacia abajo y a la izquierda es una de las exigencias del análisis político enraizado en la otra campaña. La estadolatría y la partidocracia no permiten observar más allá de lo que las elites hacen o piensan, por lo que frecuentemente se incurre, aun en el campo de la izquierda, en la personalización de […]

Mirar hacia abajo y a la izquierda es una de las exigencias del análisis político enraizado en la otra campaña. La estadolatría y la partidocracia no permiten observar más allá de lo que las elites hacen o piensan, por lo que frecuentemente se incurre, aun en el campo de la izquierda, en la personalización de la realidad y en el menosprecio de la capacidad popular para incidir en los acontecimientos, e incluso en darles la impronta de sus acciones. Sobre todo en momentos en que el poder criminaliza la resistencia y sus fuerzas represivas violan, asesinan, torturan y encarcelan a hombres, mujeres, niños y ancianos del pueblo que, perseguido, se defiende y lucha con la frente en alto y sin doblegarse ante los asesinos y violadores.
En este contexto de agravamiento de la escalada de violencia del régimen y de un notable descontento y movilización populares tiene lugar, el 5 y 6 de mayo en la comunidad indígena de N’donhuani-San Pedro Atlapulco, estado de México, el cuarto Congreso Nacional Indígena (CNI), con la presencia de más de 800 delegados procedentes de 31 pueblos o etnias, de 25 estados de la República.
En estas tres décadas de desarrollo del movimiento indígena independiente del Estado no se había observado tal nivel de concientización, compromiso y consenso como el que se dio en este cuarto congreso. Con una participación destacada de jóvenes de uno y otro sexo, así como de militantes fundadores del CNI, se tomaron importantes acuerdos que se sintetizan en el apoyo a las autonomías de facto y a la resistencia indígena contra la guerra de exterminio del capitalismo neoliberal; en la ratificación de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y la reivindicación de la otra campaña como espacio de articulación de las luchas indígenas con las de otros sectores que mantienen su resistencia contra el capitalismo.
Su declaración final señala que no obstante que esa guerra fragmentó pueblos y comunidades, y a pesar de que la represión y la cooptación desarticularon muchos espacios, los indígenas se reúnen en este congreso para «gritarle al poder, a las empresas, a la clase política, que no nos van a vencer. ¡Nuestra luz esta viva!»
Hay una clara conciencia del papel que tiene la represión del Estado como instrumento del despojo de territorios y recursos, y como un medio para obligar a la conversión de los indígenas en obreros asalariados, «alejados de nuestras propias comunidades para ser fantasmas sin futuro en las ciudades».
Por ello, la identificación y solidaridad total con San Salvador Atenco, al que se considera como un espejo de los problemas que aquejan a todos los pueblos indígenas: «Porque también ellos están defendiendo su tierra, también ellos son campesinos, también ellos defienden sus siembras, porque también ellos están empeñados en defender su vida y su derecho, su razón y su destino contra las grandes empresas que quieren acabarnos».
Contrariamente a lo que imaginan los intelectuales del antizapatismo, que presentan una y otra vez sus alegatos contra las autonomías (ahora aduciendo que son un intento de homogeneización semejante al que llevan a cabo los estados nacionales), los delegados del cuarto congreso señalan que en todo el país los pueblos indígenas ejercen sus autonomías de hecho por medio de reuniones, talleres, encuentros; fortalecimiento de las asambleas, autoridades agrarias y tradicionales; por medio de la defensa de sus bosques y territorios; ejerciendo una educación cada vez más autónoma; luchando contra las corporaciones mineras y madereras, contra los acaparadores de la tierra y de los alimentos; contra la privatización de las aguas y contra las leyes estatales que quieren legitimar la contrarreforma de 2001.
A partir de sus propias fuerzas y del ejercicio de sus autonomías (y sin esperar al nuevo tlatoani sexenal que venga a salvarlos), el Congreso Nacional Indígena plantea: «Ante el sometimiento del Estado mexicano a los intereses del gran capital, hemos llegado a la conclusión de que no podemos solicitar el reconocimiento de derechos a un Estado que ante nuestros ojos ha perdido toda legitimidad. Hoy aquí le gritamos al Estado mexicano que impugnamos su corrupción; todo su sistema político de partidos y todas sus legislaciones que no obedecen al interés del pueblo; que cuestionamos todo su modelo de desarrollo, su sistema racista y discriminador, y rechazamos su política de exterminio y represión contra los pueblos, comunidades y personas cuyo único delito es defender la vida».
Precisamente a partir de la impugnación del Estado mexicano, el CNI llama a todos los «pueblos, comunidades y organizaciones indígenas, a todos los sectores oprimidos, a conformar un frente amplio anticapitalista que impulse un proceso que conduzca hacia una nueva Constitución, y otra forma de gobierno que permita el reconocimiento de nuestros derechos y una sociedad justa, libre y democrática».
Con lucidez y sin un ápice de demagogia, los delegados indígenas llegan a la misma conclusión de los zapatistas en su Sexta Declaración de la Selva Lacandona: «En la práctica de la autonomía y la defensa de nuestros derechos hemos comprendido que los grandes intereses que hoy dominan el mundo globalmente han cooptado al sistema de partidos y a su clase política, imponiéndoles sus agendas y profundizando el despojo de los pueblos».
El CNI demostró en su cuarto congreso que la unidad de las luchas indígenas pasa por el fortalecimiento de sus procesos autonómicos, con total independencia del Estado; por la alianza estratégica con el EZLN, y con su movimiento de articulación nacional de las rebeldías anticapitalistas que se expresa en la otra campaña.