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El decálogo de la identidad europea

Fuentes: Gara

En el crisol europeo conviven ingredientes raciales, culturales y lingüísticos de difícil asimilación igualitaria y de imposible mestizaje. Por una parte, hay una serie de culturas estatales de fuerte tradición histórica como la alemana, la francesa, la italiana, la británica, la española, la polaca, etcétera. Por otra, conviven en suelo europeo minorías de pueblos y […]

En el crisol europeo conviven ingredientes raciales, culturales y lingüísticos de difícil asimilación igualitaria y de imposible mestizaje. Por una parte, hay una serie de culturas estatales de fuerte tradición histórica como la alemana, la francesa, la italiana, la británica, la española, la polaca, etcétera. Por otra, conviven en suelo europeo minorías de pueblos y naciones históricas junto con grupos de antigua o reciente llegada de muy difícil asimilación como la gitana, la judía, la islamita, la china o las africanas.

Por otra parte, en suelo europeo se han ensayado distintos modelos de convivencia identitaria que todos ellos han fracasado:

Primero. El multiculturalismo de corte eslavo, germánico e inglés, en donde cada minoría vive su propio caldo de cultivo cultural, religioso y aun urbanístico, bajo un manto de identidad ciudadana que comporta el conocimiento elemental de una lengua y en compensación se les ofrece a esas minorías una igualdad ante la ley y el derecho.

Segundo. El igualitarismo republicano y democrático puesto en escena en Francia, en donde conviven bajo una misma práctica empresarial, laboral y política unas minorías socialmente no integradas y políticamente no representadas en los cuadros de mando ni en las instituciones de poder.

Tercero. Se han ensayado en zonas europeas la aplicación de la tolerancia, más o menos alternante con la intolerancia, de una comunidad estatal que comienza a granar como nacionalidad que soporta la presencia de comunidades minoritarias de gitanos, judíos, agotes, moriscos, africanos o sudamericanos. A estas minorías se les da una ciudadanía minusvalorada ya que queda reducida al derecho al trabajo, a la educación y a la seguridad social pero se les impide su acceso a la ciudadanía total con derecho al voto.

Todos estos modelos han desarrollado en su historia más o menos reciente fuertes revueltas sociales y aun revolucionarias guerras civiles, como lo han patentizado las barricadas francesas de los barrios parisinos de este otoño o los ataques llamados terroristas de Londres o de Madrid. En todos los casos siempre actuaban ciudadanos autóctonos de cada uno de los países y modelos. En alguno de ellos estas barricadas venían a respaldar la misma idea que de forma pacífica habían manifestado sin respuesta por parte de las instituciones cuando rechazaron en referéndum democrático el 29 de mayo del 2005 la Constitución europea.

El sentido claro de estas acciones es la afirmación de que el proyecto de identidad europea que se presenta actualmente no es asumible y que a corto o medio plazo los oídos sordos a estas manifestaciones harán reventar en las algaradas callejeras la desilusión y la dis- conformidad con el proyecto. Los habitantes de nuestros guetos, excluidos de una igualdad ciudadana europea, se rebelarán contra lo más cercano que tienen, como son los barrios periféricos y abandonados, y cuando lleguen a tener armas suscitarán una conflagración o guerra civil.

En la Europa multicultural y pluriétnica no valen los modelos implantados, por poner algunos ejemplos, en Mitrovica, en Irlanda del Norte, en Chipre o en el País Vasco. No basta con el reparto de una carta de identidad estatal dentro de Europa. Tampoco es meta adecuada proponer una identidad mestiza porque la gran variedad de etnias, lenguas y culturas no posibilitará un mestizaje igualitario.

Europa no puede ser concebida como una unidad económica, superestructural de instituciones comunes y política de estados nacionales. No se puede co- menzar a construir Europa desde arriba sino que hay que comenzar desde los ciudadanos concretos que vienen a reconocerse a sí mismos en unas entidades me- nores que conocemos como minorías, familias, culturas, etnias, naciones, pueblos, lenguas o religiones.

La identidad europea debe ser el resultado de un paraguas que acoja tanta diversidad dentro de una asimetría generalizable a todos los campos pero dentro de un modo de ser o talante único cuyas líneas de fuerza serían las siguientes: 1) Una democracia vivida dentro y exportada sin imposiciones donde cada pueblo sea propietario de su desarrollo político y económico. 2) Una igualdad efectiva y práctica de derechos, de sexos, de religiones y de oportunidades. 3) Una libertad de ideas, de movimientos, de mercancías, de capitales y de personas. 4) Un humanismo común y multilateral de referencias contrarias al racismo, a la xenofobia y al odio social. 5) Una unidad concertada de sentido en política internacional, en el desarrollo de la globalización y en el despliegue de las conurbaciones supramunicipales y regionales. 6) Una aceptación de las desigualdades sin preferencia de clase social ni de etnia en la escuela, en el ejército, en el sindicato y en el partido político. 7) Una inserción igualitaria en los poderes e instituciones del Estado (pasaporte, seguridad social, acceso al voto) así como por parte de las minorías en las realidades nacionales (idioma, cultura y asociacionismo). 8) Una aceptación leal y sin estridencias de la libertad ciudadana personal a la diferencia en el vestido, en los adornos corporales y en las normas de educación. 9) Una aceptación de una inmigración tanto interior como exterior controlada, sostenible y respetuosa con las peculiaridades del inmigrante pero a la vez exigente con la asimilación por parte del recién llegado a los valores de la sociedad receptora. 10) Una discriminación positiva económica y cultural de los individuos menos dotados y de los pueblos menos desarrollados. –

José Luis Orella Unzué es catedrático senior de Universidad