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El desafío de la igualdad

Fuentes: Rebelión

A fines de los años noventa, habiendo llegado los núcleos directivos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial a la conclusión de que el ajuste neoliberal generó grandes desigualdades sociales en los países latinoamericanos, sin que se hubieran alcanzado los niveles de desarrollo esperados, lo que ponía en riesgo la estabilidad política de los gobiernos, comenzaron a incorporar en sus documentos de análisis la “disminución de la pobreza”.

Por esos mismos años, surgió una iniciativa de la “Conferencia de Iglesias de Toda África”, que afirmaba que el año 2000 era un hito que debía servir para aplicar el año bíblico del Jubileo, en que las deudas son perdonadas y las personas de buena fe reciben un nuevo comienzo en la vida. La iniciativa fue acogida por un gran número de grupos religiosos, desde la Iglesia Católica en el Vaticano, las iglesias protestantes, las evangélicas, así como entidades confesionales judías y musulmanas. Así, con este profundo sentido ecuménico, se lanzó el “Año del Jubileo”, para aliviar las enormes deudas externas de los países más atrasados a nivel mundial. Esto fortaleció la posición oficial de “lucha contra la pobreza”, comenzando los organismos multilaterales de crédito a incorporar en sus nomenclaturas los DELP, que significan “Documentos de Estrategia de Lucha contra la Pobreza” que los gobiernos debían elaborar y aplicar.

Una parte de la izquierda latinoamericana, que ya se manejaba con criterios gradualistas, planteando que las transformaciones sociales en democracia sólo pueden ser acumulativas, no ya rupturistas o revolucionarias, en la medida que arriaba banderas socialistas luego de la caída del Muro de Berlín, encontró en esos años en el planteamiento de lucha contra la pobreza una forma de presentarse como igualitaria ante la sociedad.

El igualitarismo surgió en la Revolución Francesa (recordemos: “Liberté, Égalité, Fraternité”) cuando en la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” promulgada el 26 de agosto de 1789, se incorporó el concepto de igualdad. Pero era una igualdad jurídica, no una igualdad social o económica. Este planteamiento vendría luego con el desarrollo del pensamiento socialista, la expresó Karl Marx en un documento fundamental como es la “Crítica al Programa de Gotha”: por igualdad política se entiende la igualdad de derechos, por igualdad económica se entiende la abolición de clases.

La utopía igualitaria sólo puede convertirse en hechos si es que impulsa los sujetos colectivos con los que se irá construyendo un proyecto anticapitalista. Pero en este siglo veintiuno, en América Latina, la izquierda gradualista comenzó a hacer suya la agenda de los organismos internacionales multilaterales, que hablan de “lucha contra la pobreza”. Está muy bien luchar contra esa expresión extrema de la desigualdad –la pobreza- pero si olvidamos que la pobreza es estructural y se da por la tendencia a la acumulación de riqueza propia del sistema capitalista, entonces los logros de justicia social que se alcancen desde los gobiernos populares sólo serán temporales y reversibles.

Los esfuerzos de redistribución de la riqueza a través de programas sociales que son parte de la Justicia Social deben ser profundizados y consolidados, de ser posible incorporándolos a las Constituciones de cada país. Pero ni siquiera eso será garantía de que no serán conculcados por gobiernos neoliberales, ultraliberales o directamente neofascistas. Así ha ocurrido en países como Ecuador y Brasil, y pasa en Argentina en estos momentos. Los presidentes Lenin Moreno y Guillermo Lasso en el caso ecuatoriano, o el mandatario Jair Bolsonaro en el caso brasileño, lograron en cuestión de meses borrar décadas de avances de derechos sociales. Esto mismo se está intentando en Argentina, con Javier Milei.

El desafío de la igualdad obliga a trascender la “lucha contra pobreza”, también obliga a ir más allá de la “redistribución de la riqueza”. Las experiencias de Venezuela con Hugo Chávez o Bolivia con Evo Morales han demostrado que pueden darse verdaderas revoluciones democráticas que incluyan procesos constituyentes, siempre y cuando tengan bloques sociales que las respalden y defiendan.

La izquierda no puede olvidar que si abandona sus banderas tradicionales las va a retomar la derecha más extrema con fines regresivos. Así pasó con la libertad, no puede pasar con la igualdad.

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