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El destino manifiesto yanqui y el dominio neocolonial de nuestros pueblos

Fuentes: Rebelión

Las políticas estadounidenses de dominio de la amplia región que conforma Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina no constituyen algo nuevo, surgido en este último siglo, con George W. Bush o Donald Trump. Están basadas principalmente en lo que se dió a conocer desde 1823 como la doctrina Monroe, resumida en la frase «América para los americanos»; cuestión que fuera expuesta por Roque Sáenz Peña, delegado de Argentina ante la Primera Conferencia Panamericana realizada en Washington, entre 1889 y 1890, al explicar con palabras muy precisas: 

«La América para los americanos quiere decir en romance: la América para los yankees que suponen ser destinados manifiestamente a dominar todo el continente». Otro tanto habría de manifestar el filósofo, sociólogo y escritor argentino José Ingenieros:«De hipotética garantía (la doctrina Monroe) se ha convertido en peligro efectivo […].

Esa hipotética doctrina, que nunca logró imponerse contra las intervenciones europeas, ha tenido al fin por función asegurar la exclusividad de las intervenciones norteamericanas». Y es que para el imperialismo yanqui es sumamente importante lograr homogeneizar cualquier rasgo de heterogeneidad subjetiva y cultural, según los patrones de su «american way of life», como parte de un molde de dominación económica y cultural, difundidos masivamente a través de su gran industria del entretenimiento «made in Hollywood», teniendo una gran repercusión en la aculturación sufrida por nuestros pueblos a lo largo de más de cien años; adoptándose, en consecuencia, como propios los productos, los usos y las costumbres de afuera. Mediante ello -sumado, por supuesto, a las diversas operaciones militares ejecutadas en diversos países de Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina durante el siglo XX- Estados Unidos ha logrado posicionarse como el centro de poder hegemónico frente a nuestros países, en una relación asimétrica favorable a sus intereses y a su concepción geopolítica; reduciendo las posibilidades de que ocurran desvíos ideológicos por parte de algunos de nuestros gobiernos.

Para Estados Unidos, cualquier razón está justificada para hacer valer su derecho de imponer su hegemonía sobre nuestro continente, sean éstas razones geopolíticas, económicas, sociales, ambientales y, especialmente, de una mayor preponderancia, de seguridad nacional. La crisis de la hegemonía estadounidense y el resquebrajamiento del orden mundial impuesto tras el colapso de la Unión Soviética ha obligado a sus dirigentes a volcar su mirada al sur del río Bravo antes que sufrir un desmoronamiento de tal hegemonía en otras regiones del mundo. De ahí que el imperialismo gringo muestre un gran celo ante la posibilidad de ser desplazado por potencias como Rusia y China, más si nuestros países se adhieren a polos de poder ascendentes, como el grupo de los BRICS+, adquiriendo una total independencia frente al dólar. Pero esto último no bastará. Con la complicidad, la subordinación, la negligencia y el consentimiento explícito de los grupos o sectores minoritarios dominantes desde adentro, Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina, de un modo general y consuetudinario, ha sufrido desde algo más de un siglo el sometimiento a los dictados estadounidenses y a su vinculación con los distintos intereses del país norteamericano, en lo que fácilmente se puede categorizar -en todo sentido- de dependencia neocolonial. Geopolítica y geoeconómicamente, Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina representa para el imperialismo yanqui un importante bastión de lo que comprende su hegemonía global. Por eso busca mantener, bajo diversos mecanismos, su control indisputable y sin concesiones que lo minen y, eventualmente, lo hagan desaparecer. Pero eso es, precisamente, lo que deben trazarse los pueblos de Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina para concretar sus anhelos de prosperidad, justicia social y sostenibilidad: librarse de la hegemonía yanqui. Sin gradualismo alguno.

En su libro «América Latina en disputa», el economista y académico español Alfredo Serrano Mancilla lo sintetiza de un modo claro y no exento de alguna preocupación: «Al afirmar que no es fácil salirse del paradigma dominante es preciso considerar que: 1) no es fácil proponer otras alternativas (porque la hegemonía suele limitar excesivamente la capacidad para imaginar otras opciones), 2) no es fácil convencer a la mayoría de que realmente hay otras alternativas 

posibles y viables, 3) tampoco es fácil llevarlo a la praxis, y 4) a pesar de que es muchas veces minusvalorado y/u olvidado, es mucho menos fácil continuar prolongadamente llevando a cabo esa otra propuesta social, económica y política, siempre con el apoyo de la mayoría». La falta de una estrategia regional articulada es lo que ha permitido la actuación imperialista estadounidense a través del tiempo, con una prerrogativa magnificada en este último año con las pretensiones intimidatorias de Donald Trump a través del despliegue injustificado de la IV Flota en aguas del mar Caribe, apuntando directamente a la desestabilización del gobierno de Venezuela. Bien lo afirma Arantxa Tirado, politóloga española, «EEUU está por encima de la arquitectura legal internacional porque tiene la capacidad de coerción suficiente para imponer su voluntad al resto de actores del sistema internacional y garantizar, así, la impunidad de sus crímenes». Esto, sin embargo, no es óbice para evitar que Estados Unidos haga realidad su estrategia de dominio y ordenamiento regional, obligando a los organismos multilaterales -como la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos, la Unión de Naciones Suramericanas y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños- a pronunciarse en su contra de una manera contundente.

Haciendo uso del llamado Corolario Roosevelt, la potencia del norte se arrogaba el derecho de intervenir en un país latinoamericano si este resultaba inestable políticamente, o se mostraba incapaz de resolver por sí mismo sus asuntos internos, para “reordenarlo”; todo de acuerdo con su concepción de cómo el mismo debiera comportarse, siguiendo las directrices de la Casa Blanca. Esto no ha cambiado nada, solo alguna que otra estrategia y métodos por parte del imperialismo gringo, pero, en esencia, se sigue aplicando lo mismo. El destino manifiesto yanqui y el dominio neocolonial de nuestros pueblos son parte de una misma historia e ignorarla, o darla por sentado, es conformarse con un papel de subordinación que contrasta frontalmente con la declaración de independencia y de soberanía de nuestras naciones. Al mismo tiempo, es la negativa en reconocer la potencialidad que entraña esta parte del continente de lograr altos y mejores niveles de prosperidad compartida, de igualdad social y económica, de un mayor grado de democracia y de un respeto efectivo de la soberanía y de la independencia. Por eso es harto necesario que se continúe indagando, profundizando y divulgando los diversos aspectos que se pueden extraer de este tema, tan antiguo como presente, por lo que representa su vigencia en la realidad particular y colectiva de Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.