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Portugal

El gobierno de Sócrates participa activamente en las guerras coloniales

Fuentes: O diario

La decisión del ministro de Defensa de Portugal de enviar espías para Afganistán fue recibida con un sentimiento de rechazo por cuantos condenan la agresión al pueblo de aquel país. Alega el señor Augusto Silva que el objetivo es garantizar la seguridad de las tropas portuguesas integradas en el ejército de ocupación que la OTAN […]

La decisión del ministro de Defensa de Portugal de enviar espías para Afganistán fue recibida con un sentimiento de rechazo por cuantos condenan la agresión al pueblo de aquel país.

Alega el señor Augusto Silva que el objetivo es garantizar la seguridad de las tropas portuguesas integradas en el ejército de ocupación que la OTAN allí mantiene.

El pretexto invocado es tan hipócrita como los utilizados para «explicar» la presencia de fuerzas militares portuguesas en las guerras de Iraq y Afganistán en misiones definidas como de paz, con o sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, pero que en realidad configuran participación en agresiones del imperialismo.

Sócrates y su ministro -tal como antes Durão Barroso y Santana Lopes – utilizan argumentos diversificados para justificar la involucración del Ejército y de los elementos de la Fuerza Aérea en esas guerras condenadas por la humanidad progresista. Todo sirve para mentir al pueblo en la tentativa de transformar un crimen en acto de «defensa de la civilización occidental y cristiana contra la barbarie y el terrorismo», que se concreta en el ámbito del compromiso con los aliados de la OTAN.

Con alguna frecuencia miembros del Gobierno viajan a Kabul, y, reunidos allí con tropas portuguesas, pronuncian discursos farisaicos en ceremonias ridículas, con amplia cobertura de los órganos de comunicación social lusos. El espectáculo que la TV ofrece cuando entrevista militares de contingentes del Ejército o de la Guardia Nacional Republicana- GNR que parten para Kabul o de allí regresan es indecoroso. Ofende a la inteligencia.

Oficiales, sargentos y soldados repiten con variación mínima el mismo discurso. Algunos ya cumplieron misiones «humanitarias y de paz» en Bosnia y en Kosovo. Lamentan el distanciamiento de las familias, pero insisten en la responsabilidad de una tarea colectiva integrada en la «lucha global contra el terrorismo» en un país donde la OTAN y los EEUU todo hacen -asi afirman- para implantar la democracia y educar al pueblo, liberando a las mujeres.

En las entrevistas realizadas en Afganistán en épocas festivas es especialmente penoso escuchar soldados muy jóvenes hablar tonterías sobre lo que hacen, viven o sienten en un país cuya historia y cultura desconocen. En esos galimatías no faltan alusiones a la Patria a la que servirían y a los valores que la OTAN defendería en Afganistán.

Es un discurso robotizado que trae a la memoria lo que durante las guerras coloniales del fascismo los media divulgaban, con oficiales seleccionados para el efecto, de expresar su orgullo por defender en las sabanas y florestas africanas la integridad del «territorio nacional» amenazada por hordas de bandoleros y asesinos.

Una agravante: el ejército hoy es profesional y los militares enviados para Afganistán son voluntarios que reciben salarios elevados. Muchos se comportan y hablan como mercenarios.

La pérdida de la memoria

Pertenezco a una generación que vivió el horror de la guerra colonial. Por encontrarme exiliado, tuve la oportunidad de acompañar bajo una perspectiva diferente el camino de esa tragedia. Desde el inicio mantuve contactos con los movimientos de resistencia. Conocí personalmente a Amílcar Cabral, Arístides Pereira, Lúcio Lara, Américo Boavida, Paulo Jorge y otros dirigentes.

No olvido que en esos años líderes revolucionarios como Agostinho Neto, Amilcar, Samora Machel eran tildados de terroristas por la gente de Salazar en tanto los generales que en el terreno comandaban la matanza de los guerrilleros eran glorificados como héroes y recibían las más altas condecoraciones.

La Revolución de Abril señalo el fin de esas guerras repugnantes. El pueblo portugués, que contra ellas se manifestara, tuvo la ocasión de conocer y aclamar a los revolucionarios africanos que habían combatido por la independencia.

Entonces, la mirada sobre la Historia se abrió a un giro de 180 grados. Dirigentes africanos que antes tenían el rotulo de terroristas pronunciaron discursos muy aplaudidos en la Asamblea de la República y algunos durmieron en el Palacio de Queluz en camas de los antiguos reyes de Portugal.

El Afganistán de ellos y el real

En Portugal desgobernado por la derecha, el apagamiento de la memoria relativa a la guerra colonial favorece la reaparición del discurso abyecto sobre «la lucha contra el terrorismo en defensa de la libertad y de los derechos humanos» para justificar la participación vasalla en las guerras del imperialismo norteamericano.

Los crímenes del fascismo en África están blanqueándose y la defensa de la acción «civilizadora» de Portugal en las antiguas colonias está de moda. Pocos jóvenes saben hoy que casi 10 000 portugueses murieron en la guerra colonial y en ella fueron heridos o mutilados unos 30 000. Y menos aún tienen conocimiento de que el total de víctimas del lado africano es evaluado, por lo más bajo, en más de 100 000.

Esa ignorancia de los crímenes del colonialismo, estimulada por filmes y reportajes supuestamente imparciales, pero ambiguos, tiene como complemento el bombardeo mediático que presenta a los EEUU con la investidura de campeones mundiales de la lucha contra el terrorismo.

Tal como ocurrió con Iraq, invadido y destruido por, según Bush, acumular armas de exterminio masivo (al final inexistentes), una propaganda torrencial calumniosa presentó a Afganistán como una amenaza para la humanidad porque los talibanes acogían a Ben Laden, convertido en el enemigo número uno de los EEUU, y su casi mítica Al Qaeda.

Y el Afganistán fue bombardeado, ocupado y su pueblo tratado como conjunto de peligrosos salvajes. El motivo verdadero de la agresión permaneció inconfesado. Washington no puede revelar que la cordillera afgana encierra en su vientre una riqueza fabulosa en minerales.

Bases norteamericanas fueron constituidas sobre ruinas de campos arqueológicos en lugares que fueron el origen de grandes civilizaciones de la antigüedad. Donde los veteranos de Alejandro de Macedonia edificaron hace 2300 años ciudades maravillosas, en el Nordeste, en Bactriana, cerca de China, la soldadesca de los EEUU y de la OTAN pasea hoy con la arrogancia de conquistadores.

Pero el objetivo no fue alcanzado. El Afganistán martirizado (solamente en los meses posteriores a la invasión más de 100 000 personas murieron de hambre cuando la ONU suspendió el envió de alimentos) resiste.

Según la prensa de los EEUU y de Europa, cuantos se oponen a la ocupación extranjera son calificados de «rebeldes», o «insurrectos». Y todos los que toman las armas contra los invasores son «talibanes». Es otra mentira perversa. Conozco el país, respeto su cultura y admiro el coraje espartano de los afganos.

El sujeto colectivo de resistencia a la barbarie de los ejércitos de ocupación es el pueblo afgano. Los talibanes son una parte de la resistencia. Sin no fuera un hecho el espíritu de lucha de las tribus pachtuns, tajiques, usbeques, hazaras, turcomanas, los comandantes de las tropas de la OTAN y de los EEUU no reconocerían que después de nueve años transcurridos de la invasión del país, los «rebeldes» controlan la mayoría de las provincias.

El presidente Obama – para el cual la victoria en Afganistán era una prioridad de la política exterior- fue ya forzado a destituir al general McChrystal por criticar su estrategia en el país donde ejercía la función de supremo comandante militar. La situación se volvió, además, tan caótica, que el substituto, Petraeus, también discrepa públicamente de Obama, tal como otros generales. Los hechos parecen indicar que el Pentágono tiene hoy más poder real que el Presidente en lo que respecta a las guerras asiáticas. Son guerras criminales, putrefactas, que inspiran repulsa a la mayoría de la humanidad.

Es tiempo de que el pueblo de Portugal, que en el inicio de la Revolución de Abril puso fin a una guerra colonial monstruosa, asuma el deber de manifestarse activamente contra al repugnante guerra en Afganistán y de exigir en las calles la retirada de los militares portugueses que allí sirven a la ambición de dominio universal del imperialismo estadounidense.

V.N. de Gaia, 30 de Agosto de 2010
El original portugués de este articulo se encuentra en www.odiario.info

Traducido para La Haine por Pável Blanco Cabrera

Fuente:  http://www.lahaine.org/index.php?p=47683