Recomiendo:
0

El gran mito de la contrainsurgencia

Fuentes: Foreign Policy in Focus

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Hay momentos que definen una guerra. Como lo ocurrido el 21 de junio, cuando el Enviado Especial de EEUU para Afganistán Richard Holbrooke y su Embajador en ese país, Karl Eikenberry, aterrizaron en Marjah para hacerse una foto con los lugareños. Iba a ser un acontecimiento tipo broche final, el fruto de una ofensiva de contrainsurgencia de cuatro meses de duración ejecutada por los marines, los aliados de la OTAN y el recién acuñado Ejército Nacional Afgano a fin de liberar la zona de talibanes y alcanzar el buen gobierno.

Cuando el helicóptero giró en redondo para aterrizar, los talibanes abrieron fuego, los periodistas corrieron a buscar refugio y los marines se activaron para el combate. Según Matthew Green del Financial Times: «El chisporroteo de los disparos duró unos veinte minutos, continuando al fondo mientras un funcionario del Departamento de Estado le hacía al Sr. Holbrooke una presentación sobre los esfuerzos de EEUU y el Reino Unido para impulsar el gobierno local y promover la agricultura en la ciudad».

Después amontonaron a los funcionarios estadounidenses en vehículos blindados y se les llevó de vuelta al helicóptero. En el momento en que el aparato despegaba se pudo escuchar la enorme explosión que sacudió el bazar de la ciudad.

Cuando se lanzó la operación de Marjah el mes de marzo, se la presentó como un «punto de inflexión» en la guerra afgana, una prueba de fuego para la doctrina de la contrainsurgencia o «COIN» (por sus siglas en inglés), una estrategia cuidadosamente diseñada para arrancarles una zona estratégica a los talibanes y ganar los «corazones y las mentes» de la gente local. Y aunque en cierta forma se definió en efecto a Marjah como operación COIN, no han salido precisamente las cosas como sus defensores esperaban.

La desaparecida piedra angular

En su biblia para la contrainsurgencia, Manual de Campo 3-24, el General David Petraeus postula: «La piedra angular de cualquier esfuerzo COIN es establecer una situación de seguridad para la población civil». Como le dijo a Green un anciano de la localidad que asistió a la reunión de Holbrooke -de incógnito, por temor a ser reconocido por los talibanes-: «No hay seguridad alguna en Marjah».

Ni tampoco en la mayor parte del resto del país. La última valoración de EEUU encontró que de 116 áreas, sólo cinco eran «seguras», y en 89 de ellas, el gobierno «o no existía, o era disfuncional o no servía para nada».

Que la guerra en Afganistán es un fracaso casi no es novedad para la mayoría de la gente. Nuestros aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte se preparan para abandonar el barco -holandeses, canadienses y polacos han anunciado ya que se largan- y los británicos, que tienen el segundo mayor contingente en Afganistán, claman por conversaciones de paz. La oposición a la guerra en Gran Bretaña alcanza el 72%.

Pero hay una tendencia a culpar de la creciente debacle a las condiciones peculiares que se dan en Afganistán. Ciertamente que hay algunos aspectos en ese país que han frustrado a los invasores extranjeros: No tiene salida al mar, es un territorio de enormes proporciones y está habitado por gentes que no le suelen coger mucho cariño a los extraños. Pero sería un grave error atribuir la actual crisis a la bien ganada reputación de Afganistán como «cementerio de los imperios».

Una doctrina fracasada

El problema no es Afganistán, sino todo el concepto de la COIN y el debate alrededor apenas es académico. La contrainsurgencia se ha apoderado de las alturas del Pentágono y de los pasillos de Washington, y hay otros lugares en el mundo donde también se está desplegando, desde las selvas de Colombia a las áridas tierras que bordean el Sahara. Si a nadie se le ocurre desafiar la doctrina COIN, los estadounidenses pueden bien encontrarse ellos mismos debatiendo sus méritos en lugares como Somalia, el Yemen o Mauritania.

«La contrainsurgencia persigue reorganizar una nación y su sociedad a largo plazo», dice el historiador militar Frank Chadwick, haciendo hincapié en «las mejoras de las infraestructuras, la seguridad a ras del suelo y la construcción de un vínculo entre la población local y las fuerzas de seguridad».

En teoría, la COIN suena razonable. En la práctica, casi siempre fracasa. Las condiciones de los lugares donde triunfó -Filipinas, Malasia, Bolivia, Sri Lanka y la Guerra Boer- eran muy especiales: naciones insulares aisladas de apoyo exterior (Filipinas y Sri Lanka), insurgencias que no consiguen seguidores (Bolivia) o basadas en una comunidad étnica minoritaria (Malasia, la Guerra Boer).

La COIN se presenta siempre como política neutra, como una serie de tácticas que persiguen ganar los corazones y las mentes. Pero en realidad, la COIN ha sido siempre parte de una estrategia de dominación por una nación y/o una clase socio/económica.

La supuesta amenaza del comunismo y su compañera, la teoría del dominó, envió a los soldados a multitud de países, desde Granada al Líbano, y convirtió la guerra civil vietnamita en un campo de batalla de la Guerra Fría. Si no parábamos a los comunistas en Vietnam, decía el argumento, los Rojos asaltarán finalmente las playas de San Diego.

Sustituyan comunismo con terrorismo y los razonamientos de hoy sonarán muy parecidos. El Secretario de Defensa Robert Gates describía a Afganistán como «fuente principal del terrorismo«. Y cuando al entonces ministro de defensa alemán se le pidió que explicara por qué Alemania estaba enviando tropas a Afganistán, Peter Strock argumentó que «era preciso defender la seguridad de Berlín en el Hindu Kush». Los Primeros Ministros británicos Tony Blair y Gordon Brown decían de forma rutinaria que combatir el «terrorismo» en Afganistán nos protegería en casa.

Pero, como señala el experto en contraterrorismo Richard Barret, los talibanes afganos no han sido nunca una amenaza para Occidente y la idea de que combatir a los talibanes reduce la amenaza terrorista es una «completa basura«. En cualquier caso, los operativos de al-Qaida que llevaron a cabo el ataque contra el World Trade Center y el Pentágono se entrenaron en Hamburgo y en el sur de Florida, no en Tora Bora.

Corazones, mentes e intereses estratégicos

EEUU tiene intereses estratégicos en Asia Central y en Oriente Medio, y el «terrorismo» es una excusa fácil para inocular poder militar en esas dos regiones del mundo ricas en recursos energéticos. Quien posea los campos energéticos en las próximas décadas ejercerá una influencia enorme en la política mundial.

No, ya sé que todo no es petróleo o gas, pero una gran parte sí.

Ganar «los corazones y las mentes» es sólo una táctica que persigue asegurar nuestros supremos intereses y los de los gobiernos que se nos muestren «amistosos», es por eso por lo que luchamos. Sé amable con los locales, a menos que los locales decidan que no les gustan mucho las ocupaciones a largo plazo, que no confían en su gobierno y que tienen alguna idea sobre cómo manejar sus propios asuntos.

Entonces lo de los «corazones y las mentes» se convierte en un fastidio. Las Fuerzas de las Operaciones Especiales de EEUU llevan a cabo a diario en Afganistán hasta cinco incursiones para «matar y capturar», y en los últimos meses han asesinado o encarcelado a más de 500 afganos de los que dicen que son supuestamente insurgentes. Miles de personas más se pudren en las prisiones.

El núcleo de la COIN es la coacción, bien a punta de pistola o con camiones cargados de dinero. Si la mayoría de un pueblo acepta la coerción -y la COIN apoya gobiernos que no secuestran los camiones- puede funcionar.

O quizá no. La Universidad de Tufts ha investigado recientemente el impacto de la ayuda de la COIN y ha encontrados muy pocas pruebas de que esos proyectos sirvan de algo para los locales. Según el profesor Andrew Wilder, de la Tufts: «Muchos de los afganos entrevistados para nuestro estudio identificaron a su corrupto y depredador gobierno como la causa más importante de inseguridad y tenían la percepción de que los contratos de ayuda y seguridad internacional sólo servían para enriquecer a una elite de cleptómanos».

Esto apenas supone sorpresa alguna. La mayoría de los regímenes a los que EEUU apoya contra los insurgentes se componen de una franja estrecha de elites que gobiernan mediante el poder militar y el monopolio político. Me viene a la mente nuestro apoyo a los gobiernos de El Salvador y Guatemala durante la década de los ochenta del pasado siglo. Ambos eran en esencia escuadrones de la muerte provistos de himno nacional.

A EEUU le trae sin cuidado que un gobierno sea autoritario o corrupto o democrático, si le importara, ¿serían países como Egipto y Honduras receptores de la ayuda estadounidense y estaríamos haciéndonos arrumacos con Arabia Saudí y Kuwait? Para EEUU lo prioritario es que las elites locales sirvan a los intereses de Washington facilitándoles bases, recursos o accesos comerciales.

Afganistán no es diferente. El gobierno de Hamid Karzai es una cleptocracia con pocos apoyos o presencia fuera de Kabul.

En muchos sentidos, la COIN es la estrategia más destructiva y autodestructiva que un país puede emplear y su toxicidad es a largo plazo. Consideren todos los aspectos de los que no se nos informó en el reciente tiroteo del ex comandante de la Guerra Afgana el General Stanley McChrystal.

La larga historia de la COIN

McChrystal se curtió en la COIN dirigiendo los escuadrones de la muerte de las Operaciones Especiales en Iraq, de forma parecida a la Operación Phoenix de la Guerra de Vietnam, que mató a más de 60.000 cuadros del Viet Cong y condujo finalmente a la masacre de Mai Lai. El éxito de la Fénix se resume bien en las fotos de los desesperados soldados survietnamitas colgándose de los patines de los helicópteros estadounidenses mientras los estadounidenses se apresuraban a largarse antes de que cayera Saigón.

Pero los defensores de la COIN leen la historia de forma selectiva y pronto se culpó de la pérdida de Vietnam a los periodistas traidores y a los hippies fumadores de marihuana. Se volvieron a escribir las lecciones, se borraron los recuerdos y se reinterpretaron los desastres.

Por eso vuelve otra vez la COIN. Y no está funcionando mejor que lo hizo en la década de los sesenta. Cojan la parte de contraterrorismo de la doctrina.

Durante los últimos años, la CIA ha estado desarrollando una especie de programa Phoenix a larga distancia utilizando aviones no tripulados para asesinar a los líderes de la insurgencia en Pakistán. Supuestamente, el programa ha logrado que la palmen alrededor de unos 150 de esos «líderes». Pero ha servido para matar también a más de mil civiles e inflamado la ira no sólo de los familiares de los asesinados o heridos sino de todos los pakistaníes en general. Según una encuesta del International Republican Institute, el 80% de los pakistaníes son ahora antiestadonidenses y los asesinos aviones teledirigidos son un motivo importante de esos sentimientos.

A los soldados de los «corazones y las mentes», como Petraeus, no les gustan mucho los ataques con aviones no tripulados porque les enajenan de Pakistán y secan las fuentes de inteligencia en ese país.

Pero el programa Phoenix de McChrystal para asesinar «líderes» talibanes en Afganistán no es mejor. Como señala la escritora y periodista Anne Jones: «Al asesinar a los dirigentes ideológicos, los auténticos creyentes y organizadores -esos a los que llamamos los ‘talibanes malos’-, lo que queda actualmente atrás son bandas armadas de mercenarios sin líder ni disciplina que están más interesados en vivir de la población a la se supone nosotros tenemos que proteger que en arrancarles de la abyecta pobreza que asola el país».

La tripulación de los «corazones y las mentes» tiene sus propios problemas. McChrystal y Petraeus llevan tiempo haciendo hincapié en el contraproducente efecto de utilizar el poder aéreo y la artillería contra los insurgentes porque provoca, inevitablemente, víctimas civiles. Pero esto significa que la guerra está ahora en manos de dos grupos de infantería, uno de los cuales conoce el terreno, habla la lengua local y puede transformarse de combatiente en campesino en cuestión de minutos.

Como expresaba el reciente artículo de Rolling Stone, McChrystal no era popular porque sus tropas sentían que les ponía en peligro. Los combates, que solían acabar rápidamente cuando se apoyaban en ataques aéreos, se prolongaban ahora durante horas, y los talibanes están demostrando que, en igualdad de condiciones, son expertos combatientes.

En su reciente testimonio ante el Congreso, Petraeus dijo que «iba a echar mano de todos los activos disponibles» para asegurar la seguridad de las tropas y que «volvería a examinar» su prohibición de utilizar la fuerza aérea. Pero si así lo hace, las víctimas civiles aumentarán, la ira local se intensificará y los talibanes reclutarán nuevos efectivos.

La elección

La guerra en Afganistán se emprendió ante todo y en primer lugar por los intereses estadounidenses en Asia Central. También se trataba de perfilar un ejército para futuras guerras irregulares y proyectar a la OTAN como alianza mundial. Una vez que EEUU asumió la fraudulenta elección de Karzai el pasado año, los afganos supieron que la cosa no iba de democracia.

Uno de los ingredientes principales de la COIN es un ejército local fiable, pero los soldados estadounidenses no confían ya en el ejército nacional afgano (ENA) porque sospechan, acertadamente, que es un conducto hacia los talibanes. «Los soldados estadounidenses en Kandahar informan que, por su propia seguridad, no hablan con sus colegas del ENA de cuando y dónde van a realizar sus patrullas», escribe Jones. Alguien contó a los insurgentes que Holbrooke y Eikenberry se dirigían a Marjah.

Afganistán está étnicamente dividido, es desesperadamente pobre y está rematando ya su cuarta década de guerra. La moral entre los soldados estadounidenses cae en picado. Un oficial de la inteligencia militar de EEUU le dijo a The Washington Times : «Somos una fuerza endurecida en la batalla pero ocho años en Afganistán nos han dejado para el arrastre». Como le dijo un sargento mayor a Rolling Stone : «¡Estamos perdiendo esta j… cosa!»

El sargento tiene razón pero los grandes perdedores son los afganos. No obstante, con todo lo mal que va Afganistán, las cosas pueden ir considerablemente a peor si EEUU llega a la conclusión de que la culpa del fracaso la tienen las «especiales circunstancias» en Afganistán y no a la naturaleza misma de la COIN.

Hubo un tiempo en que las viejas potencias imperiales y los EEUU podían emprender las guerras sin tener que quemar las cuentas de casa. Eso se acabó ya. EEUU ha gastado más 300.000 millones de dólares en la guerra afgana, y en la actualidad está soltando unos 7.000 millones de dólares al mes . Mientras tanto, 31 estados [EEUU] van deslizándose hacia la insolvencia y quince millones de personas han perdido sus empleos. Como Nancy Pelosi, la portavoz del Congreso, declaró al Huffington Post : «Ocurre que no puede ser que tengamos una agenda interna que es la mitad del tamaño del presupuesto de defensa».

Los imperios pueden optar por dar un paso atrás con cierta gracia, como hicieron los holandeses en el Sureste Asiático. O pueden obstinarse en resistir, tratando de encontrar la fórmula militar adecuada que les mantengan en lo alto. Esa caída es considerablemente más dura.

La elección depende de nosotros.

Fuente:  

http://www.fpif.org/articles/the_great_myth_counterinsurgency