En una esquina de la plaza de cemento de la estación de autobuses de Estambul, Mohammed espera desde ayer, junto con una decena de sirios, encontrar un billete a Edirne, a unos diez kilómetros de Grecia, pues ésa es su puerta hacia Europa. «No quieren venderlos porque somos sirios -cuenta a ANSA-. El gobierno turco […]
En una esquina de la plaza de cemento de la estación de autobuses de Estambul, Mohammed espera desde ayer, junto con una decena de sirios, encontrar un billete a Edirne, a unos diez kilómetros de Grecia, pues ésa es su puerta hacia Europa.
«No quieren venderlos porque somos sirios -cuenta a ANSA-. El gobierno turco lo decidió así, pero nosotros esperamos: no podemos dar marcha atrás».
Mohammed tiene 15 años y hace un mes escapó desde Damasco hacia Turquía, lo que para él es sólo una parada.
«Quiero ir a Alemania, y si no puedo a otro país. Pero en Europa», afirmó.
Como él, al menos 3.000 sirios llenaron ayer la estación de Bayrampasa, un distrito de Estambul ubicado en la parte europea de la ciudad. Desde ahí parten habitualmente autobuses para Grecia, Bulgaria o los Balcanes. Pero para ellos esa parada se ha transformado en un limbo.
Muchas compañías no venden billetes a quien se presenta con pasaporte sirio, y aquellos que logran encontrar uno corren el riesgo de tropezar en los puestos de control reforzados en las últimas horas en el ingreso de Edirne. Quien llegue ahí, ya a un paso de Europa, será seguramente enviado de vuelta, porque según las reglas de Ankara para los dos millones de refugiados sirios, la libertad de movimiento en Turquía se termina fuera de las fronteras de la provincia de anotación en la llegada. Se trata de una norma raramente respetada, aunque ahora se ha vuelto imprevistamente relevante para impedir un flujo que en la última semana llegó a la devolución desde Edirne de unos 7.000 sirios que se dirigían sobre todo a Grecia. Una ruta terrestre en auge después de las continuas tragedias registradas en el verano boreal en el Mar Egeo. Hassan, jefe de una familia compuesta por mujeres y niños, viene de la provincia del noroeste de Siria, Hassaké, con el único objetivo de dirigirse a Alemania.
A pocos metros, una niña agita una bandera verde sobre la cual sobresalen estrellas y flechas amarillas: son los circasianos, una comunidad de origen caucásico y de mayoría musulmana que en Siria se habían refugiado de Rusia. Luego se vieron obligados a escapar otra vez. Más allá, sentados en el piso, están Abdullah y sus hijos tratando de morder un bocadillo. Mientras explica que escapó el año pasado de Aleppo, un hombre se acerca y saca algo de ropa de una bolsa negra. Al ser consultado sobre el porqué de su reciente decisión de dejar Turquía responde: «Antes no tenía dinero, pero trabajé como albañil y quiero irme, sobre todo por ellos» (sus hijos). Ante la pregunta sobre el bloqueo de la policía en los autobuses y en las calles, él dice que tiene que elegir igualmente esa opción «porque esa es nuestra posibilidad de no morir en el mar».