La autora explica cómo la crisis en todos los ámbitos de la vida en Jamaica, lleva a sus habitantes a encomendarse a los capos de la droga.
El salvaje episodio de violencia que a finales de mayo dejó al menos 73 muertos en las calles de Kingston, la capital jamaicana, bien podría servir de guión a una nueva versión de El Padrino: la policía que asalta el feudo de un narcotraficante, donde éste aparentemente se refugia defendido por francotiradores y barricadas.
El protagonista es Christopher Coke, «Dudus», cuya extradición exige Estados Unidos y a quien la población considera un benefactor. Pero su historia no es más que otro capítulo en la historia de pobreza, violencia y corrupción política y policial de la isla caribeña.
Kingston, en cuyas calles nació el rastafarismo, es hoy una de las capitales más violentas del Caribe. Según datos de Amnistía Internacional, en 2008 se produjeron 1.611 asesinatos en todo el país -más de cuatro asesinatos al día en una isla que no llega a los 3.000.000 de habitantes- y 224 personas murieron a manos de la policía.
Violencia en los guetos
Pero la violencia afecta sólo a una de las dos Jamaicas: la de los habitantes de los guetos urbanos, a merced de la violencia de las bandas y la arbitrariedad e impunidad policial, y no a las pocas familias adineradas de la isla, que residen en colonias aisladas protegidas por muros y guardias de seguridad. La economía del país presenta aún muchos rasgos que reflejan la influencia de varios siglos de colonialismo y esclavitud.
La producción agrícola, dominada por los cultivos destinados a la exportación como la caña de azúcar, el café o las bananas, no satisface las necesidades de la población. Se trata de un sector absolutamente desatendido en favor del turismo y de la extracción de bauxita, materia prima imprescindible para la obtención de aluminio.
Como otros países de la zona, la isla ha sufrido la fuga de capitales o la intervención de Estados Unidos para alejarlo de la órbita de Cuba. Tradicionalmente, Estados Unidos ha apoyado al Partido Laborista (que a pesar de su nombre, es de ideología conservadora) al que pertenece el actual primer ministro Samuel Golding, que no sólo se ha disputado alternativamente el poder con el Partido Nacionalista, sino también el apoyo de las bandas criminales del país.
El uso de la violencia como medio para obtener votos y poder ha sido siempre una de las lacras de la política jamaicana. Según un informe elaborado por Amnistía Internacional en 2008, los partidos ejercen el control mediante bandas armadas que obligan a los habitantes del territorio que controlan a votar por ellos.
Dicho informe, con el significativo título Que se maten entre ellos, denuncia también el nepotismo de los Gobiernos, que proporcionan servicios únicamente a sus seguidores a cambio de lealtad, lo que ha favorecido la creación de verdaderos bastiones políticos que refuerzan la exclusión social.
El estado jamaicano ha renunciado a proporcionar a una gran parte de la población cosas tan básicas como la educación, la salud, la vivienda o el trabajo, lo que ha dejado un vacío que los líderes de las bandas se han dado prisa en ocupar. Éste es el caso de Christopher Coke y su feudo de Tívoli Gardens, un verdadero Estado dentro del Estado donde el capo es el rey: cobra impuestos, proporciona trabajo, alimentos, becas para los niños… y por supuesto, impone sus normas y sus castigos. Las relaciones de Coke con el Partido Laborista, no son ni siquiera un secreto a voces. El anterior primer ministro laborista, Edward Seaga, acudió incluso al funeral de su padre, Lester Coke, fundador de la banda delictiva que «Dudus» heredó, la Shower Posse.
La corrupción de las instituciones, sobre todo de la policía, empeora aún más la situación de la población de las zonas urbanas deprimidas y deja campo libre a las organizaciones criminales. La policía usa el homicidio como medio para resolver sus problemas, con la tranquilidad de la impunidad más absoluta. Y mientras tanto, los grandes barcos de los cruceros no hacen escala en el puerto de Kingston y, si los turistas se acercan a sus calles, lo hacen sólo en busca de la casa del mítico Bob Marley.
Los Efectos del FMI en Jamaica
Junto a las embestidas de los huracanes, Jamaica ha tenido que soportar las del Fondo Monetario Internacional. Los préstamos del FMI supusieron en los años ’80 grandes recortes en la sanidad y en la educación, el empeoramiento de las condiciones de vida de una gran parte de la población y el aumento de la emigración. La crisis también ha dejado sentir sus efectos en forma de reducción de exportaciones y de las remesas de los emigrantes.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/El-narco-Christopher-Coke-y-los.html