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El ocaso de las ideologías

Fuentes: La Estrella Digital

Después del tremendo varapalo que para los mandatarios europeos representaron las últimas elecciones comunitarias -en todos los países, salvo en aquellos en los que el voto es obligatorio, la abstención superó el 50%-, el presidente del Gobierno español está dispuesto a empujar a los ciudadanos como sea a las urnas para que aprueben la Constitución […]

Después del tremendo varapalo que para los mandatarios europeos representaron las últimas elecciones comunitarias -en todos los países, salvo en aquellos en los que el voto es obligatorio, la abstención superó el 50%-, el presidente del Gobierno español está dispuesto a empujar a los ciudadanos como sea a las urnas para que aprueben la Constitución europea y es posible que lo consiga. Cuenta a su favor con un cierto borreguismo social, el mismo que originó que la noticia de la muerte de una persona de tanta relevancia social como Carmen Ordóñez irrumpiera en las primeras páginas de casi todos los diarios, o que los dimes y diretes sobre ella o personas similares ocupen una buena parte de la programación televisiva en la mayoría de las cadenas.

Pero por racionalidad o por lógica, los ciudadanos deberían quedarse en casa una vez más. La fiesta no va con ellos. Como no iban las elecciones europeas pasadas. La prueba más palpable de lo que digo es que acaba de renovarse la Comisión, y nadie puede pensar seriamente que si el desenlace en las pasadas elecciones hubiese sido otro, habría cambiado un ápice la composición del órgano de gobierno comunitario. El presidente de la Comisión se ha elegido al margen de cualquier resultado electoral, por el acuerdo o pacto entre los jefes de gobiernos nacionales, y el propio presidente poco o nada tiene que decir en la designación de los comisarios, impuestos también por los países miembros.

Una de las preguntas más difíciles de contestar es sin duda la del signo político del órgano de gobierno comunitario. Nadie podría hacerlo. Los comisarios pertenecen a formaciones políticas diversas. La ideología importa muy poco. El único criterio que se cuida, y con todo esmero, son los países a los que pertenecen y las alianzas que puedan realizarse entre éstos. La Comisión, desde el punto de vista ideológico, no tiene sexo; y la Unión Europea , tampoco. Lo que quiere decir que su ideología es de derechas, conservadora.

Un antiguo adagio católico afirma que el último truco del demonio es hacer correr el rumor de que no existe. Aranguren lo trasladaba al campo de las ideas, afirmando que la última trampa de la derecha es proclamar la muerte de las ideologías. La Unión Europea está haciendo posible el ideal conservador liberal, el ocaso de las ideologías. Lo que en la práctica representa que sólo una ideología es posible: la conservadora. Si uno analiza todos los componentes sobre los que se ha asentado el proyecto, y que subsisten en la futura Constitución , descubrirá que obedecen a una dinámica propia del neoliberalismo económico: la sustitución de la política por un teórico tecnicismo, la desregulación total de todos los mercados, un presupuesto mínimo, una fiscalidad comunitaria inexistente, la ausencia casi total de política social y laboral, etcétera.

Lo grave no es sólo que la política conservadora haya sentado sus reales en la Unión Europea , sino que su dinámica hace irrealizable en los países miembros cualquier política de izquierdas, y sirve de coartada a los partidos socialdemócratas en el poder para abordar las medidas más regresivas. El último ejemplo es la encrucijada en que se debaten Schröder y el SPD en Alemania. A cualquier observador neutral le resultaría imposible calificar su política de socialista. Claro que ellos dirán que hacen la única política posible. Ocaso de las ideologías. Más bien, muerte de todas las ideologías menos la conservadora. ¿Para qué van a votar los ciudadanos?