Vivimos en el país de los abusos. Los abusos suceden a diario, sin importar lugar, fecha u hora, y sin ninguna esperanza de que el abusador sea castigado, molestado o mínimamente interpelado, porque el sistema de justicia es una ficción, porque la corrupción campea y porque el principio de la seguridad jurídica solo aplica para […]
Vivimos en el país de los abusos. Los abusos suceden a diario, sin importar lugar, fecha u hora, y sin ninguna esperanza de que el abusador sea castigado, molestado o mínimamente interpelado, porque el sistema de justicia es una ficción, porque la corrupción campea y porque el principio de la seguridad jurídica solo aplica para las grandes empresas con contratos millonarios. Además, porque el que abusa es el vivo y en el país del juegavivo el corrupto es rey.
Los abusos son de distinta índole, naturaleza, magnitud y gravedad. El espectro del abuso es diverso, va desde el abuso ambiental, secando manglares y construyendo islas en rellenos privados, obviando cualquier consideración a principios básicos como el bien público, leyes o designaciones internacionales. Pasando por el abuso político, que alcanza su más alto grado de desfachatez con las actuaciones diarias del Órgano Legislativo que legisla, mejor dicho, produce leyes a la medida, para justificar lo injustificable; en esta categoría los ejemplos sobran.
Hasta el abuso de la cosa pública, cuando la falta de transparencia alcanza ya no solo los actos millonarios, sino actos de menor cuantía; ¿recuerdan, por ejemplo, la célebre disputa pública entre el gobierno nacional y un cantante de reguetón por un contrato de presentación musical en Carnaval? Esta situación abarca incluso el abuso escolar; no el ‘bullying’, sino el de los transportes escolares que año tras año aumentan el precio mensual sin que el padre de familia tenga siquiera a quién preguntar. Es fácil, ‘tómelo o déjelo’. El abuso es así, arbitrario y sin explicación.
Otro abuso fatal es el del transporte público sobre el desprotegido usuario, con el ya coloquial ‘no voy’, hasta el abuso del Metrobús, que valiéndose de su desproporcional tamaño, se tira sin miramientos, reminiscencia de un pasado reciente, abarcando dos y tres carriles, mientras que arriba los pocos pasajeros que logran un asiento soportan el zurra-zurra del asiento en su viaje de horas interminables. Y el abuso es sarcástico, porque entonces algún jerarca preguntará que cómo es posible que se quejen si deben ir ‘very happy’ con aire acondicionado. El abuso está al alcance de todos, así que en cierta medida, se puede decir que el abuso es democrático, no reconoce fueros ni privilegios, todo el que pueda que se aproveche.
En el país de los abusos, la lista de los abusos es variopinta, infinita y en permanente evolución o involución, como el lector prefiera. Pero el abusador existe mientras que el abusado lo permita. El abusado pueblo panameño más temprano que tarde despertará del letargo, del hipnotismo de la falsa riqueza y del artificio de serpentinas de colores, y emprenderá el camino hacia un país nuevo, donde la corrupción y el abuso vuelvan a ser repudiados y donde, al menos, de tiempo en tiempo, algún corrupto tenga que rendir cuentas.
Fuente: http://laestrella.com.pa/online/impreso/2013/09/11/el-pais-de-los-abusos.asp