El año 2013 podría cerrar con la penosa cifra de 19 periodistas asesinados en América Latina y el Caribe. Aunque es una cifra menor a la del año 2012, cuando fueron asesinados 45 periodistas, sigue siendo igual de escandalosa e indignante si tomamos en cuenta que en nuestra región no hay un conflicto bélico. Es […]
El año 2013 podría cerrar con la penosa cifra de 19 periodistas asesinados en América Latina y el Caribe. Aunque es una cifra menor a la del año 2012, cuando fueron asesinados 45 periodistas, sigue siendo igual de escandalosa e indignante si tomamos en cuenta que en nuestra región no hay un conflicto bélico. Es importante conocer esos datos para entender por qué la Organización de las Naciones Unidas considera que el periodismo es la cuarta profesión más peligrosa del mundo. El planteamiento del organismo se basa en los más de 500 periodistas que fueron asesinados en la pasada década en el mundo. Según los últimos datos ofrecidos por la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) sigue siendo México el país más peligroso para ejercer el periodismo en América Latina.
Reflexionando sobre estos acontecimientos con un compañero periodista y profesor universitario me puntualizaba lo fácil que es ejercer el periodismo en Puerto Rico. Me contaba anécdotas sabrosas sobre cómo lidiaba con el ego sin fundamento, las respuestas inverosímiles de políticos o cómo manejaba decisiones tomadas por ignorantes con iniciativa embriagados de poder. En fin, que se diverte muchísimo y le hacen olvidar esas abrumadoras conferencias de prensa en otros países donde trabajó por al menos una década y tenía que batirse con cientos de periodistas para hacer una pregunta o acceder a infomación debido a las amenazas y la manipulación de los Gobiernos. Él es extranjero y ha trabajado como periodista de guerra en la primera fila de conflictos bélicos. También al principio de su carrera, cuando no conseguía trabajo en una agencia de noticias de contenido fuerte, aceptó un trabajo como paparazzi de una prestigiosa revista de socialité europea. Como periodista de conflictos armados estuvo a punto de ser ejecutado en al menos tres ocasiones. Como paparazzi supo lo que es pasar días sin dormir trepado en un árbol, sentado en una acera o simplemente escondido fisgoneando para lograr exclusivas. Por esas experiencias es que le hace pensar que es fácil trabajar aquí donde por naturaleza todos nos ayudamos a ejercer eficazmente la profesión. Eso es impensable en otros lugares del mundo donde el acceder a la información te cuesta la vida y el que pensaba que era amigo es realmente el enemigo que te coloca el pie para que caigas. Mi amigo obviamente tiene más parámetros de comparación y escucharlo es una delicia. Debatimos un rato en torno a cómo era esa dificultad de ejercer en tierras lejanas y empezamos a equiparar entre sus cuentos en el extranjero y sus viviencias en Puerto Rico. Llegamos a la conclusión que, si bien no tenemos conflictos armados, sí tenemos otros conflictos que atentan contra la verdad y la palabra. Un ejemplo de ello es la negativa del Gobierno por cuatrienios a la entrega de ciertos documentos que les recuerdo son públicos y que, por lo tanto, los constituyentes tienen derecho a revisar y conocer. También los intentos de ayudantes y del propio entrevistado de limitar el tiempo de una entrevista o sugerirte las preguntas que le debes hacer para evitar que resbale en sus propias mentiras. (Si supieran que conocemos al dedillo cuándo están mintiendo descaradamente).
Las organizaciones de prensa en la Isla condenan y denuncian eficazmente esas conductas desfachatadas, que, acá entre nos, pertenecen en su mayoría al desprestigiado mundo de la política. Así como denunciamos los actos delictivos en el país, deberíamos delatar los intentos de intimidación, manipulación informativa y la mordaza vengan de quien vengan. Aunque esos empeños de cegar a la prensa no son nuevos, hoy son más evidentes debido a la proliferación de información no válida en las redes sociales y diversos portales cibernéticos que tergiversan y menosprecian la prensa. Debería ser una obligación adoptada por cada periodista defender su trabajo y más en estos días cuando los talleres son escasos y los que hay están cerrando. Si optamos por el silencio, nos convertimos en cómplices del encubrimiento. No podemos tener miedo a tomar y exigir medidas cautelares que fomenten un sistema de protección y eviten debilitar nuestra profesión. Sería justo para la prensa que los Gobiernos fueran más proactivos en sancionar los intentos de mancillar la democracia y la libertad de prensa, pero prefieren no actuar por miedo a la palabra que denuncia la verdad y que trasciende los círculos del poder enfermizo.