¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, no creo que pueda (…) ¿Puede funcionar el socialismo? Por supuesto que puede» Joseph A. Schumpeter (1942), citado en Guerrero (1996) Hemisferio Izquierdo: En la izquierda frecuentemente hablamos de «horizonte socialista», «pos-capitalismo», «sociedad alternativa», entre otras formulaciones un poco vagas, para referirnos a un nuevo tipo de sociedad superadora del […]
¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, no creo que pueda (…) ¿Puede funcionar el socialismo? Por supuesto que puede»
Hemisferio Izquierdo: En la izquierda frecuentemente hablamos de «horizonte socialista», «pos-capitalismo», «sociedad alternativa», entre otras formulaciones un poco vagas, para referirnos a un nuevo tipo de sociedad superadora del capitalismo. ¿Cuál es esa sociedad? ¿Qué trazos centrales debería tener?
Gabriel Oyhantçabal: Pretender dar una respuesta totalmente acabada sería por lo menos soberbio, cuando no irresponsable. Claro que hay rasgos centrales que pueden y deben ser afirmados como principales ejes orientadores, pero las particularidades de la sociedad superadora del capital devendrán de su propio desarrollo. Para empezar, y al menos como hipótesis, creo que sigue sirviendo la distinción que hiciera Marx en su «Crítica al Programa de Gotha» entre socialismo y comunismo. Esto porque es imposible pensar cualquier desarrollo histórico sin transición, sin movimiento contradictorio. Es más, quizás ayude más pensar en clave de «transición permanente», que en un supuesto estadio que pondría punto final a todas las contradicciones. En esta perspectiva, pienso al socialismo como una etapa de transición prolongada que debe superar al capitalismo por una sociedad donde la producción y la reproducción de la vida sea organizada colectivamente (podría agregar democráticamente, aunque habría que dar significado a un término tan manoseado), y al comunismo como el horizonte de la sociedad sin clases y sin Estado.
Centrando mi respuesta exclusivamente en la transición socialista, destaco al menos dos aspectos fundamentales que deberían organizar esta sociedad: (1) la superación del capital como organizador social, y (2) la construcción de una democracia popular o de los trabajadores. El primer aspecto tiene que ver con la necesidad de superar una relación social histórica y transitoria que organiza la producción con el único fin de incrementar las ganancias. Esta forma de organización de la sociedad perpetúa un orden económico que condena a millones de seres humanos a privaciones que no tienen que ver con el escaso desarrollo de las fuerzas productivas (con la escasez material), sino con el «envoltorio» de relaciones sociales que imponen la apropiación privada de la riqueza socialmente producida.
Desde esta interpretación es posible, y necesario, interpelar a dos tesis políticas comunes en la izquierda contemporánea. La primera es la tesis del «socialismo de mercado», que postula que es posible democratizar la riqueza y la toma de decisiones (el poder) «sin tocar» las relaciones económicas fundamentales. La segunda es la tesis «pre-figuracionista» que sostiene que es posible superar al capitalismo reconfigurando las relaciones de producción desde los «intersticios» que va dejando la sociedad capitalista, retornando a una supuesta sociedad mercantil sin trabajo asalariado, pero que renuncia a la posibilidad de la producción socialmente planificada.
El segundo elemento tiene que ver con la necesidad de construir una democracia de los trabajadores, con todas las ambigüedades que pueda implicar esta idea. Cuál será su forma concreta no lo sé, pero por lo pronto no parece viable pretender superar el capitalismo sin la acción conjunta y colectiva de aquellos que viven de vender su capacidad de trabajo. Esta estrategia deberá combinar momentos de centralización del poder que resuelvan aspectos medulares relacionados con la geopolítica y con el abasto material de la sociedad, con momentos de democratización de las decisiones y de control social que eviten las tendencias burocratizantes que marcaron a fuego las experiencias del «socialismo del siglo XX».
Hemisferio Izquierdo: Otro aspecto común en las izquierdas es que parecería que entre el hoy y el socialismo no hay nada. Cuesta establecer mediaciones, y, sobre todo, cuesta la elaboración programática más allá de la mera administración de lo existente o el simple panfleto maximalista y los enunciados generales. ¿Qué ejes programáticos habría que poner sobre la mesa para acelerar procesos, buscar saltos de calidad, recuperar iniciativa política?
GO: Para empezar comparto plenamente la preocupación. La «legitimidad del capitalismo» no sólo es responsabilidad de «conversos y pragmáticos», sino también de otra izquierda que sin «renunciar a los principios» se muestra impotente a la hora participar dialécticamente en el curso de la historia. En esto recupero una reflexión de José Pedro Barrán que le escuché cuando la UdelaR le otorgó el Doctor Honoris Causa en 2007, que decía que el desafío para cambiar la sociedad era ser lo suficientemente distintos a esta para no reproducirla, y al mismo tiempo lo suficientemente parecidos para dialogar con ella. Con esto quiero decir que no nos sirve un programa que sólo se preocupe por ocupar el Estado, ni un programa tan pero tan «extremo» que sólo sirve como bálsamo de conciencias.
En concreto, destacaría tres ejes programáticos que deberían organizar la acción política: (1) disputar el excedente socialmente producido; (2) modificar la matriz productiva; y (3) modificar la matriz de relaciones de producción. Dado lo breve de la entrevista, enfatizaré más en los «grandes ejes» que en las políticas concretas.
Con respecto al primero, habría que partir de la constatación de que el límite de cualquier democracia capitalista es la socialización del excedente apropiado privadamente, por lo que el problema central no es tanto como dividir el excedente en partes iguales sino como conducir el proceso económico de forma consciente y organizada. Esta perspectiva articula tres desafíos: incubar formas no capitalistas de economía como «gérmenes» de socialismo potencial; estimular procesos formativos que evidencien las contradicciones y límites de la sociedad capitalista; y por último, y no por ello menos importante, ampliar el acceso al bienestar social de cada época.
Por su parte, el cambio de la matriz productiva contiene dos objetivos principales. En primer lugar, evidenciar la vulnerabilidad de Uruguay como espacio económico que no produce, y difícilmente pueda producir, la gran mayoría de las mercancías. Esto implica asumir la imposibilidad de una «vía propia al socialismo», y con esta la necesidad de construir una estrategia internacionalista. En segundo lugar, evidenciar a la burguesía como «parte del problema», en tanto clase desinteresada en alterar qué se produce y para quién.
Finalmente, la modificación de las relaciones sociales de producción expresa «el fin último» de la estrategia socialista, y está relacionada directamente con lo que decía en la primer pregunta. Identifico tres niveles articulados para este eje programático. Primero, modificar las relaciones de propiedad avanzando en formas de propiedad que combinen la propiedad estatal clásica, experiencias de cogestión Estado-trabajadores y empresas controladas directamente por los trabajadores. Segundo, alterar las relaciones de trabajo teniendo como faro la cogestión Estado-trabajadores permitiendo que los trabajadores se apropien de la organización del proceso de producción, al tiempo que la propiedad estatal garantiza la socialización del excedente evitando procesos de acumulación privada. Y tercero, modificar las relaciones de intercambio de forma de reducir progresivamente los espacios mercantiles, teniendo en cuenta obviamente los riesgos de desabastecimiento, ampliando los espacios que no se rigen por la lógica de la ganancia y dando paso a la planificación colectiva de la economía.
* Gabriel Oyhantçabal es docente de la Universidad de la República e integrante del comité editorial de Hemisferio Izquierdo.
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