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El secuestro de la ONU

Fuentes: La Jornada

Como era de esperar, la cumbre por el aniversario 60 de la ONU devino una farsa grotesca que pasó por alto las medidas para paliar al menos los más acuciantes problemas de la humanidad. Su proyecto de declaración final fue secuestrado y modificado a su antojo por la superpotencia hegemónica con la complicidad de sus […]

Como era de esperar, la cumbre por el aniversario 60 de la ONU devino una farsa grotesca que pasó por alto las medidas para paliar al menos los más acuciantes problemas de la humanidad. Su proyecto de declaración final fue secuestrado y modificado a su antojo por la superpotencia hegemónica con la complicidad de sus aliados y socios. La prepotencia del gobierno del eterno vacacionista es directamente proporcional a la magnitud de su crisis política por el fracaso rotundo de la invasión a Irak y la insensibilidad y abulia exhibidas antes y después del paso del Katrina. Para eludir el incómodo trámite de la votación, los secuestradores declararon olímpicamente que existía consenso sobre el documento sin haber consultado a la mayoría de las delegaciones. Tan burdo fue el procedimiento que nadie ha desmentido la aseveración del presidente venezolano Hugo Chávez de que varios de sus colegas le confiaron, después de aprobada la declaración, que no conocían su contenido. Con anterioridad, habíamos leído el excelente reporte del corresponsal de La Jornada, David Brooks, que daba cuenta de cómo muchas delegaciones elogiaban en los pasillos las posturas proclamadas en el plenario por Venezuela y Cuba, que denunciaron la maniobra en curso y votaron contra el documento aprobado. No es casual que las intervenciones de Chávez y el líder legislativo cubano Ricardo Alarcón fueran las más aplaudidas. Los temas que se suponían prioritarios- las Metas de la Cumbre del Milenio y la reforma de la ONU- fueron tirados al basurero. No hubo ninguna discusión seria sobre la eliminación del antidemocrático derecho de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y la transferencia de mayores poderes a la Asamblea General. Tampoco sobre las agresiones a Afganistán e Irak. Ni sobre el subdesarrollo, la inequidad creciente en las relaciones económicas y políticas internacionales, el hambre, la pobreza, la insalubridad, el medioambiente, la democracia, los derechos humanos, la equidad de género, el fin de los arsenales y pruebas nucleares, la soberanía de los pueblos y la paz mundial. Todo lo contrario, los temas principales emanaron del discurso de Bush II en la forma de tomaduras de pelo como la llamada guerra contra el terrorismo y el «libre comercio». O la nueva patraña imperialista del «derecho a proteger», que implica legalizar las intervenciones militares «humanitarias» por el oligárquico Consejo de Seguridad. Una clara señal de la bofetada que se preparaba en Washington contra la ONU fue la designación de John Bolton como representante ante el organismo, un funcionario que provoca grandes reservas por su conducta aventurera, arrogante e inmoral, incluso entre legisladores del Partido Republicano.

La ONU surgió de la correlación de fuerzas posterior a la segunda guerra mundial, más favorable a los pueblos y causas justas que la anterior, como lo prueba el proceso de descolonización. El papel insustituible desempeñado por la URSS en la derrota del nazi-fascismo forzó a Estados Unidos y Gran Bretaña, los otros vencedores del conflicto, a reconocerla como un igual. Pese a las terribles deformaciones ocurridas en el experimento soviético, no puede negarse que muchos pueblos que luchaban por su liberación recibieron su apoyo y que su mera existencia constituía un muro de contención al expansionismo y al belicismo imperialista. Esto, naturalmente, se reflejaba en la ONU. No es que el organismo haya sido una vestal en esa época. Cohonestó intervenciones militares sangrientas como en Corea, el Congo y Vietnam, por sólo poner tres ejemplos. A cambio, toleraba a Moscú invasiones en la esfera de influencia que se le adjudicó en Yalta. Pero hasta que desapareció la URSS existió un equilibrio mucho mayor en las relaciones internacionales. A partir de entonces el mundo pasó de la bipolaridad a la unipolaridad de una potencia extremadamente agresiva, que en poco más de una década ha extendido en el planeta en nombre de la democracia el régimen de explotación más salvaje de que se tenga noticia. Día tras día son suprimidos los derechos y libertades conquistados por más de un siglo de lucha de los trabajadores.

Hoy más que nunca una ONU reformada y democrática puede ser únicamente el fruto de la lucha sin tregua de los pueblos contra el imperialismo y por decidir su propio destino, unida a la acción de los gobiernos del tercer mundo que se decidan a acompañarlos.

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