La marejada y resaca de dos décadas de recesión, la Junta y María han acarreado el triunfo del independentismo, un hecho aún no registrado en el discurso público. No hablo, por supuesto, de crecimiento electoral, algo que queda por verse. Y muy mal estamos cuando el criterio de un conteo, con toda su importancia, se […]
La marejada y resaca de dos décadas de recesión, la Junta y María han acarreado el triunfo del independentismo, un hecho aún no registrado en el discurso público.
No hablo, por supuesto, de crecimiento electoral, algo que queda por verse. Y muy mal estamos cuando el criterio de un conteo, con toda su importancia, se convierte en vara exclusiva para evaluar una verdad colectiva. (Las transformaciones nacionales jamás pueden reducirse a la cifra de un momento).
El independentismo es y ha sido la fragua de una sensibilidad, unos valores, y un conjunto de argumentos que, en un tortuoso devenir, con faltas muy serias y aciertos nobles, ha construido un sentido común de soberanía y de justicia social. No siempre fue así, pero esta es la versión, me parece, que hoy marca la lucha independentista.
Hay cuatro áreas que atestiguan el triunfo.
Primero, María jamaqueó una mentalidad empantanada en la mano extendida, el llantén teatral, y la espera de que alguien te socorra. Quizás el cambio fue efímero y limitado a los primeros días, pero ocurrió. Aquel estremecimiento colectivo hincó un barrunto, aun frágil, de un nuevo sentido común. Las frases «estamos solos,» o «ahora tenemos que contar con nuestras propias fuerzas» articulan en lenguaje un rompimiento de trabas que ocurre primero en nuestro mundo emotivo. Es un rompimiento que coincide con un sentimiento independentista.
La segunda área es más resbaladiza pero más volcánica. Creo que hay un consenso emergente de que estamos ante un problema sistémico, y no algo episódico o reducido al accidente de tener un gobernante y no otro, o un partido y no otro. Creo que ese consenso de que la charca desaparece y reaparece diariamente en su miasma armoniza con la argumentación independentista de que el zoológico colonial no era ni es sostenible. En comparación con los votos de hace dos décadas, la bicefalia partidista ha perdido más de 800 mil electores. Con ese patrón, es posible que pronto regresen a los votos que tenían en la década de 1960. El triángulo ELA-PPD-PNP, y con el perdón de nuestros agricultores, es como el ñame: crece hacia abajo.
La tercera ha sido la confirmación, perteneciente al sentido común independentista, y que hacía tiempo echaba raíces, de que hay algo que se llama agricultura que acarrea la novedosa acción de plantar semillas que, convertidas en frutos, pueden ser consumidas y son una opción civilizada y preferible al lamer cemento o llorar ante escaparates vacíos porque el barco no llegó. El único proyecto de ley para sembrar arroz en Puerto Rico fue auspiciado por el PIP en el pasado siglo.
La cuarta ha sido la más productiva y la más envuelta en ocultamientos. Leo los siguientes titulares: «El gobierno busca una dispensa administrativa para lograr exención en las leyes de cabotaje». «El sector privado está firme en pedir exención de Ley Jones para la isla». La Cámara de Comercio hahecho este reclamo desde 2015.
Tolomeo no prevaleció. La tierra, after all, no es plana. Y el rechazo a esa rémora feudal y colonial de la Ley Jones, ley que antes solo el independentismo denunciaba, ahora es parte de un nuevo entendimiento.
Todo esto es frágil. La lluvia de fondos federales está ahí y con ella llegan los sastres federales a tomar las medidas para los mamelucos anaranjados que, en cuestión de tiempo, vestirán los quincalleros, ahora del PNP y luego del PPD. La charca lucha por reproducirse.
Pero, en esta coyuntura, los argumentos independentistas han triunfado. Los otros, el «progreso» bajo el ELA y el Plan Temeofrecí, se siguen pudriendo en las minutas de la Junta y en algún furgón quizás todavía perdido detrás de algún edificio público.
Fuente: https://www.elnuevodia.com/