Parece que al Uruguay le está llegando el tiempo en que los militares empiezan a actuar políticamente. Empezando por un área elemental, que es dar opinión. Públicamente. Una forma de ir ajustando los marcos sociales de discusión y de decisión. El 18 de mayo, conmemoración de la Batalla de Las Piedras, convertido en fecha del […]
Parece que al Uruguay le está llegando el tiempo en que los militares empiezan a actuar políticamente. Empezando por un área elemental, que es dar opinión. Públicamente. Una forma de ir ajustando los marcos sociales de discusión y de decisión.
El 18 de mayo, conmemoración de la Batalla de Las Piedras, convertido en fecha del Día del Ejército, su comandante en jefe, Guido Manini Ríos, incursionando en política ha cuestionado el comportamiento presidencial (en uno de sus más ilevantables planteos presidenciales, como fue declarar su disposición a pedir auxilio a los militares estadounidenses; la policía mundial que lo que más quiere es que le otorguen ese carácter). El actual presidente Vázquez había revelado, una vez terminado su período presidencial (el primero, 2005-2010), que durante la tensión creada con la Asamblea Ciudadana-Ambiental de Gualeguaychú, el presidente Kirchner y la Argentina en general, sopesó la posibilidad de reclamar apoyo militar a EE.UU.
Manini Ríos hizo una inexcusable referencia a semejante actitud. Con lo cual, quieras que no, ha presentado una desautorización a la investidura presidencial, hecha desde otra investidura pública, que nos hace acordar a febrero de 1973. Porque si de algo se puede preciar una democracia es que los militares, no pueden manifestarse políticamente. Porque si no «está robado», dado que precisamente, además tienen las armas. Ése es el pacto mínimo y básico de toda democracia: o se disponen de votos o de botas. Pero nunca de las dos cosas a la vez. Cuando esto sucede (y lamentablemente sucede a menudo) ya no se puede invocar la democracia.
En febrero de 1973, como vemos ahora, furibundos antibordaberrianos festejaron el desplante militar. Cierto es que entonces el desplante fue expreso y éste del 18 de mayo de 2017 ha sido apenas tácito. Pero el efecto fue visible en el estrado de las primeras figuras del país, donde la TV nos permitió ver «a todo el mundo» al actual presidente Tabaré Vázquez como el único no aplaudiendo el discurso del general Guido Manini Ríos.
Ya volveremos a las intromisiones políticas o político-estamentales de dicho general. Pero sigamos ahora con la significativa proliferación de declaraciones políticas de militares. Porque la mera proliferación nos indica mucho.
Tuvimos que escuchar, hace pocos días al general (R) Raúl Mermot, excomandante del Ejército, defendiendo la tortura. Claro que la defensa en sí no es delito. El delito es torturar. Pero la opinión es muy llamativa, porque con ese tipo de «opiniones» sí se hace política.
Inmediatamente −observe el lector la profusión de declaraciones y tomas políticas de posición por parte de la cúpula militar− el coronel (R) Carlos Silva, presidente del Centro Militar, defendió sin decirlo expresamente, a Mermot, manifestando preocupación por el pedido fiscal de procesamiento de dicho general por un delito de «apología de tortura», y confundiendo alegremente los tantos declara: «Ha habido muchas declaraciones que podrían considerarse apología del crimen por parte de personas de izquierda que no han sido tratadas de la misma forma como [en] el caso del general Mermot«. Silva mete en la misma bolsa (delictiva) la apología de la tortura y el reconocimiento de haber matado, que califica de «apología del crimen». Pero son dos cosas bien distintas, aun en el caso en que se tratare de alguien que se ufane de haber matado. O de alguien que no hubiera «pagado» condena por tal acción.
Del discurso público del general Manini Ríos del 18 de mayo hay que destacar otros pasajes llamativos y preocupantes.
Dejemos a un lado el recurso místico de la apelación permanente a Artigas y a visualizar como artiguista la actividad militar uruguaya. Si algo sabemos es que Artigas no fue uruguayo. Siempre fue oriental, se sintió parte de una Patria Grande que no se pudo consolidar porque Artigas también supo ver el papel monopolizador de Buenos Aires y planteó una organización política que no tuviera como capital a Buenos Aires. Su diseño confederal fue formidable pero los enemigos de su proyecto a favor de los nativos, los negros esclavizados y los pobres del campo tuvieron más fuerza y apoyos. Así que Uruguay, mal que nos pese, no fue la realización de ningún sueño artiguista.
El discurso tuvo además por lo menos otras dos cargas políticas, otras dos bombas de profundidad: la reivindicación cerrada del sistema de pensiones y jubilaciones militares tan odiosamente preferenciales como rigen y siguen rigiendo con disposiciones de una ley de retiros militares aprobada durante la dictadura cívicomilitar, en 1974.
No tener ni una palabra para referirse a tales privilegios, odiosos, en medio de la pobreza que afecta a tantos orientales es altamente significativo. En realidad, expresa soberbia, la pretensión de no aceptar crítica alguna.
Esto también nos hace acordar a febrero de 1973, cuando muy pocas voces; Vasconcellos, Ferreira Aldunate, Quijano (prácticamente la única voz del Frente Amplio) amén de algunos núcleos de izquierda ajenos al FA, levantaron su voz. Vamos a ver ahora.
Los militares son financiados para tener jubilaciones con 50 años y menos aun de edad, en tanto el resto civil de la población no puede jubilarse antes de los 65 años. Y se trata de jubilaciones muy por encima de la media. Que se extienden a diversos miembros de su familia con una generosidad mayor a la que corresponde a otras familias. Conocí hijas de militares que murieron solteras y nonagenarias con pensión desde sus 20 y pocos años. Una pensión que les permitía vivir con muy generosos niveles de vida. Para no hablar de los «cálculos jubilatorios» que incluyen años de liceo militar…
Para colmo, el comandante supremo tachó de «falsedades» y de que hacen «tergiversaciones malintencionadas»1 a los críticos de las pensiones de privilegio sin dignarse fundamentarlo, apenas usando la ironía, una esquiva ironía.
Otro capítulo en el cual el actual general en jefe del ejército pretendió valorar el papel de los militares uruguayos fue en los servicios a la ONU. Con lo cual la crítica al actual presidente Vázquez por su inefable recurso a la protección estadounidense se muerde la cola puesto que, por ejemplo, la larga ocupación de Haití fue programada por los estrategos estadounidenses que se valieron de la ONU para obtener las tropas de entre sus aliados-vasallos. En el caso de las sudamericanas, hubo una clara disposición de EE.UU. a que Brasil, Argentina y Uruguay participaran de la MINUSTAH, que inicialmente tuvo el mando de Brasil.
La poesía le jugó una mala pasada al general cuando, refiriéndose a los militares uruguayos en Haití agregó que «tienen el privilegio de llevar en su brazo la bandera uruguaya a los rincones más apartados del planeta, de recibir la sonrisa de un niño haitiano o camboyano, que encontraron en ellos el cariño que la vida les negó«. Ya lo decía nuestro maestro de maestros Cervantes: «Peor es meneallo«.
Hay que consignar que a la misma hora en que nuestros militares repasaban una «foja inmarcesible de servicios», unos cuantos miles, más bien decenas de miles de uruguayos en decenas de ciudades del país reclamaban por vigesimosegunda vez−22 años− conocer siquiera el paradero de los huesos de los seres queridos atrapados en recintos militares y policiales durante la dictadura y de los que jamás se tuvo noticia.
Jamás; lo único que se percibe es la pretensión de que se cierren las heridas mediante el olvido, o tal vez mediante la extinción biológica de los deudos…
Nota
1 Cit. p. Daniel Isgleas, COMCOSUR n o 2126, 19/5/2017
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