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Perú

En Venezuela, se juega nuestra suerte

Fuentes: Rebelión

La Patria de Bolívar aún conoce días convulsos. En Caracas y en el mundo vibran los cables y los medios de comunicación de todos los países rebotan noticias en torno a los actos de violencia que dejan ya una dolorosa estela de muerte y destrucción, y que aún no ha concluido. Los hechos no han […]

La Patria de Bolívar aún conoce días convulsos. En Caracas y en el mundo vibran los cables y los medios de comunicación de todos los países rebotan noticias en torno a los actos de violencia que dejan ya una dolorosa estela de muerte y destrucción, y que aún no ha concluido.

Los hechos no han ocurrido por iniciativa del gobierno. No ha sido el gobierno del Presidente Maduro el tomó decisiones que generen el clima que incendia el llano. Ninguna disposición administrativa, ni ley fue dictada, que explique lo acontecido, salvo aquella que limita las ganancias de los comerciantes mafiosos estableciendo una relación racional entre compra y venta, costo y beneficio. Pareciera que, por lo menos en éste caso, la tormenta salió de la nada y se vertebró a partir de un descontento artificialmente montado. Por eso sus impulsores no enarbolaron programa alguno. Tan solo diatribas y protestas.

Eso da sustento a la versión del Palacio de Miraflores: esta acción fue escrupulosamente preparada con claros objetivos sediciosos. No demanda nada. Tan solo, que caiga el gobierno. Es, entonces casi el grito desesperado de una oligarquía enloquecida que tiene los días contados. Es el Canto del Cisne de un segmento mafioso atado a intereses del Imperio. Es el fascismo en acción, que para algunos ilusos no existe.

En otros países, las cosas ocurren de distinta manera. En el Perú, los sucesos de Bagua se originaron por la decisión del gobierno de García de lotizar la selva y entregarla a consorcios imperialistas. Y los de Conga -en Cajamarca- tuvieron un origen similar: El propio García firmó, horas antes de concluir su gobierno, la entrega de los yacimientos al consorcio Yanacocha. Y Humala juzgó su deber «honrar el compromiso» para «no ahuyentar la inversión foránea», ni hacer frente a litigio judicial alguno.

En este caso, no. No hubo nada de eso. Los mismos participantes en la asonada del jueves 13 de febrero aludieron a un presunto «descontento acumulado» cuando se les requirió que precisaran por qué protestaban. Incluso los estudiantes -en Venezuela tan susceptibles al activismo social- dijeron que «no pedían nada». Tan solo «su derecho a protestar».

Por eso es fácil deducir que esta acción tuvo impulsores foráneos. No sólo «foráneos» con relación a Venezuela -que también los hubo-, sino más bien a los segmentos sociales que asomaron en las tareas de la movilización y que generaron un clima de confusión y desconcierto. No fueron ni estudiantes ni obreros, ni campesinos ni empleados los que tuvieron motivo para pelear.

Quienes actuaron detrás de las acciones en realidad buscaron sumar dos experiencias: la de Chile, 1973, y la de Caracas, 2002.

En 1973 los enemigos del gobierno de la UP buscaron derrocar a Salvador Allende y recurrieron a todo lo que tuvieron a mano, desde conflictos sociales hasta disturbios públicos, pasando por acciones terroristas y provocaciones de uno y otro signo. Ellos lograron su propósito porque contaban con una «reserva estratégica» la Fuerza Armada, a la que maniataron y fascistizaron a la mala. Y porque, además, el gobierno -que no había alcanzado siquiera tres años de gestión- no pudo crear aún una estructura económica y social capaz de resistir y revertir una crisis tan profunda como la que generaron los grandes empresarios del país y del exterior.

De por medio -se recuerda- estuvo el desabastecimiento, la quiebra de las empresas, el despido masivo de trabajadores, la inflación galopante; y, al unísono, las provocaciones aviesas como el asesinato del genera Schneider que fue adjudicada en su momento a un inexistente grupo de seudo izquierda, la VOP, una supuesta «Vanguardia Organizada del Pueblo».

El pueblo -el heroico pueblo de Chile y sus destacamentos más avanzados- pudo hacer resistencia al fascismo. Y de hecho, la hizo, pero no estuvo en posibilidad de enfrentar sus acciones sediciosas ni quebrar sus conjuras. Por eso, fue derrotado, y la negra noche de la muerte introdujo sus garras bajo el diáfano cielo del Mapocho.

Hoy se sabe que fue la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos la que movió hilos y puso los recursos para el «éxito» de esa empresa. Esto deben tenerlo presente aquellos que sonríen desdeñosos cuando se les habla de la CIA, como si ella fuera apenas el espectro de un pasado vencido.

La otra experiencia es más reciente. Y ocurrió en Caracas, contra Hugo Chávez, entre el 11 y el 13 de abril del 2002. Fue un Golpe de Estado ejecutado por algunos mandos castrenses, los empresarios de Fedecámaras, los Partidos de la Gran Burguesía y ciertos propietarios de medios de comunicación. Ellos alentaron «marchas de protesta» como las del 12 de febrero, y usaron a la gente como carne de cañón para obtener dividendos.

Los golpistas hicieron uso de armas de guerra, atacaron a balazos poblaciones indefensas, mataron a «chavistas» porque esa era -lo dijeron- su manera de «hacer patria» y gritaron a viva voz que «no querían ser Cuba». Antes y después, fueron a elecciones y salieron derrotados. Perdieron 19 de los 20 procesos que tuvieron lugar en los últimos 15 años en Venezuela. Entonces dijeron como Odilón Barret: «La legalidad, nos mata» y se empeñaron en la conjura sediciosa. La embajada yanqui, estuvo detrás de todo. Kissinger lo supo. Todo está documentado.

Los golpistas del 2002 fracasaron por dos razones: por el coraje de Chávez y por la fuerza del pueblo, que se movilizó de inmediato, y doblegó a los insurrectos. Aquí, los medios que celebraron el 12 y 13 de abril «la caída de Chávez», tuvieron que tragarse el sapo.

Lo nuevo hoy es que, como se saben vencidos en Venezuela, buscan «internacionalizar el conflicto». Piensan en Siria y en Ucrania. Y creen que podrán llamar atención del mundo hasta provocar un colapso mayor. Un Senador yanqui –John Mac Cain– pidió ya a Obama una intervención militar en Venezuela requiriendo para ese efecto un acuerdo con Colombia, Perú y Chile, es decir la Alianza del Pacífico en acción. Patricia Poleo -la niña mimada de «nuestros» medios periodísticos; recoge firmas para una carta a la Casa Blanca pidiendo su intervención. Para la oligarquía venezolana, -como para la gusanera cubana- los Infantes de Marina constituyen su última esperanza, o su más tierna ilusión. Para que ellos lleguen a las costas de Venezuela se requiere apenas afirmar la idea de «una guerra civil» y un «gobierno» que pida mediación extranjera. La consecuencia, como la plata de García, viene sola.

En verdad, se trata de expandir la violencia hasta que alcance niveles incontrolados. Y, a partir de allí, hablar de un «peligro continental» y desatar una guerra que no tiene más propósito que apoderarse del petróleo de la Franja del Orinoco. Total, ese combustible podría estar en cinco días en puertos USA, y no en dos meses, como ocurre ahora, que viene de Irak.

Para ese propósito requieren mover todo en nuestros países. Es explica la brutal ofensiva mediática contra Caracas. «Dictador», le dicen a Maduro, cuando debieran comenzar por admitir que -les guste, o no- es un Presidente electo por votación popular. Y mienten con descomunal desvergüenza: publican y difunden fotos de otros países y de otros tiempos, diciendo que son de la Venezuela de hoy. Y ocultan que. entre los muertos de estos días, hay jóvenes de los colectivos chavistas, asesinados por grupos armados de la reacción. Y eso explica también la extrema presión que ejercen sobre los gobiernos de la región -incluido naturalmente el gobierno peruano- a quienes les «exigen» que se enfrenten a las autoridades de Caracas y las desconozcan.

Y a esa grita se suman los integrantes del cogollo alanista y algunos otros de distintos colectivos, que buscan colocarse a la sombra del imperio porque bajo ella se sienten más bien cómodos. De del Castillo hasta Keiko, pasando por Lourdes Flores; hasta una pintoresca «segundilla» deslucida que quiere pescar a río revuelto en busca de lo que Marcel Proust llamaba el tiempo perdido.

Para ellos el tema de Venezuela es el pan del día. Porque miran no ya lo que ocurre en Caracas donde nada tienen que hacer; sino en América Latina, aunque en esa cancha, ya tienen varios goles en contra. Sueñan con cambiar las cosas, quebrando resistencias a partir de la presión yanqui. Y claro, no faltan gentes mediatizadas que se doblegan, ni funcionarios que aspiran a nadar entre dos aguas o desplazarse entre las gotas de la lluvia, sin mojarse.

A ellos les exigen más: que se definan, lo hacen con un doble propósito: quebrarlos moralmente, y mostrarlos vencidos. Es decir, doblegarlos y humillarlos para que sirvan de escarmiento a los demás. ¡No dan puntada sin nudo! Y es que en Venezuela, también se juega nuestra suerte.

Recuerden que en Venezuela no hay una guerra «entre chavistas y antichavistas». Es la lucha de clases en su máximo nivel, la que se expresa. Ante ella, hay que ubicarse «sin reservas cobardes», como decía Mariátegui

Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.