La historia de las relaciones entre la República Dominicana y la República de Haití casi siempre estuvo marcada por una serie de acontecimientos paradigmáticos derivados de decisiones comúnmente caracterizadas y simplificadas de racistas, xenófobas y discriminatorias. Dichas decisiones fueron -y son- tomadas por diferentes gobiernos dominicanos en contra de migrantes haitianos e incluidos dominicanos de […]
La historia de las relaciones entre la República Dominicana y la República de Haití casi siempre estuvo marcada por una serie de acontecimientos paradigmáticos derivados de decisiones comúnmente caracterizadas y simplificadas de racistas, xenófobas y discriminatorias. Dichas decisiones fueron -y son- tomadas por diferentes gobiernos dominicanos en contra de migrantes haitianos e incluidos dominicanos de ascendencia haitiana. Sin lugar a dudas, entre esos acontecimientos hay dos que retienen la atención por sus consecuencias dramáticas: la masacre de 1937 de miles de haitianos particularmente en la provincia de Dajabón y la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional de la República Dominicana del año 2013.
En efecto, la historia enseña que en octubre de 1937 el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo ordenó a sus tropas la erradicación masiva de la población de origen haitiano que se encontraba en República Dominicana. Los masacrados fueron, en su inmensa mayoría, trabajadores haitianos de las fincas agrícolas situadas a lo largo de la frontera entre la República Dominicana y la República de Haití. A modo de explicación y de justificación, el dictador argumentaba que la numerosa cantidad de peones agrícolas haitianos significaba -según su mente reaccionaria y criminal- la pérdida de empleos para los campesinos dominicanos. Hasta ahora, los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a la cantidad de personas asesinadas desde el 28 de setiembre de 1937 hasta el 8 de octubre del mismo año. Las autoridades dominicanas hablan siempre que fueron más de 500 y las haitianas más de 12.000. En aquel tiempo, se desató una ola de repudio mundial y se registró la intervención del presidente Franklin D. Roosevelt de los EE. UU. que apoyó la insólita y vergonzosa demanda de 750.000 dólares que había realizado el presidente Sténio Vincent de Haití. Una suma que Trujillo logró disminuir a unos 525.000 dólares. En rigor de verdad, aquel gobierno haitiano no protestó a fondo, pues como fiel representante de la oligarquía haitiana no demostró ni siquiera indignación por la masacre ya que las víctimas eran migrantes pobres. Y lo más repulsivo de su comportamiento, fue que la indemnización nunca llegó a los familiares de las víctimas sino que quedó en las manos de algunos funcionarios haitianos.
En cuanto a la Sentencia 168-13, se trata de un proceso de desnacionalización judicial de más de 200.000 dominicanos de ascendencia haitiana, y ellos pueden ser expulsados hacia Haití al igual que más de 400.000 trabajadores haitianos indocumentados en República Dominicana. Despojar de la nacionalidad dominicana a esos centenares de miles de dominicanos se llama APATRIDÍA, y eso es un crimen de lesa humanidad. Es también crimen de lesa humanidad separar a niños de sus padres y viceversa tal como está ocurriendo en estos días marcados por repatriaciones indiscriminadas y varias veces violentas. Estas repatriaciones empezaron el 17 de junio último pasado; fecha que habían fijado las autoridades dominicanas como tope para realizar los trámites de regularización ante las oficinas del llamado PNRE -Programa Nacional de Regularización de Extranjeros-. Inútil, creo, detallar aquí todos los hechos que demuestran fehacientemente que el PNRE era una farsa cínica que ponía trabas insuperables a la mayoría de migrantes haitianos que acudían al mismo. Así, según los datos oficiales proporcionados por la Dirección de la Protección Civil haitiana, desde el 22 de junio hasta el 2 de julio cruzaron la frontera 15.269 personas provenientes de República Dominicana -entre las cuales 4.822 lo hicieron a través de los puestos oficiales y 10.447 por los no oficiales-.
Ahora bien, al igual que en 1937, Michel Joseph Martelly, el actual presidente haitiano, como representante de los sectores oligárquicos, no actuó con firmeza y determinación, y, lo más lamentable, es que no tiene un plan claro para contrarrestar esa política migratoria violatoria, sobre todo, de los derechos de los trabajadores haitianos en República Dominicana. Tal es así que, en los primeros instantes, fue de manera tímida y casi temerosa, diría, que Martelly rechazaba en algunas de sus intervenciones la Sentencia 168-13, pedía tranquilidad a la población y afirmaba que el problema iba a ser resuelto de manera bilateral. Decisión política que impedía de alguna manera la intervención de la CARICOM y de otras instancias internacionales que habían condenado al gobierno dominicano y reclamaban sanciones. Pero lo más indignante -sobre todo para los repatriados- fue cuando el presidente Martelly organizó en Puerto Príncipe el viernes 26 de junio pasado junto con su hijo menor un festival de música rap con dos raperos norteamericanos despilfarrando más de 3 millones de dólares. En efecto, ya habían cruzado la frontera más de 4.000 personas y las autoridades haitianas habían demostrado toda su incapacidad colocando instalaciones precarias e insuficientes para recibir a los repatriados y hacer frente de esta manera a esta nueva crisis humanitaria. Y durante el festival, el presidente Martelly, una vez más, recurrió sobre el escenario a sus actitudes vulgares cuando actuaba como músico, suscitando un rechazo rotundo por parte de la inmensa mayoría de la población haitiana, hasta entre algunos de sus propios partidarios. Ahora, como ya son más de 25.000 los repatriados -según datos no oficiales- y la bronca está empezando a hacerse sentir en Haití, Martelly aprovechó la última reunión de la CARICOM realizada del 2 al 4 de julio en Barbados para denunciar en un discurso con tono aparentemente firme las repatriaciones violentas , y para solicitar la intervención de la comunidad internacional a favor de Haití; pero apuntó fundamentalmente a la ayuda de los EE.UU. Toda una pantomima, pues se sabe que Martelly recibió millones de dólares de parte de algunos políticos dominicanos para su campaña presidencial en 2010, en especial del senador Félix Bautista -quien ahora está enfrentando un juicio en su país por malversaciones de fondos, etc.-. Además, se sabe que muchos de los contratos suculentos para construir algunas infraestructuras en Haití destruidas luego del terremoto, fueron otorgados por el actual gobierno haitiano a empresas dominicanas ligadas a Bautista. Pero luego del escándalo jurídico y político desatado en República Dominicana por el juicio a Bautista y el enorme retraso en la ejecución de las obras que sus empresas tenían que ejecutar en Puerto Príncipe, el gobierno haitiano tuvo que anular dos de esos contratos y ahora están en manos de firmas de Taiwán.
Sin lugar a dudas, nadie de buena fe no puede no condenar la Sentencia 168-13. Pero de allí a querer provocar enfrentamientos y alimentar sentimientos de odio entre los dos pueblos, es un tremendo error político. Es ser funcional a los designios de las potencias imperialistas, seguir actuando con mentalidad colonizada y esclavista y favorecer a las oligarquías de ambos países. Es transformarse en idiota útil. En cuanto a la decisión de pedir ayuda a la llamada comunidad internacional sin distinguir claramente a quiénes se está dirigiendo, me parece que se trata de otra burla de parte de unos y de incongruencia de parte de otros. Pues no se puede olvidar que es esta llamada comunidad internacional que decretó la ocupación de Haití desde 2004 con el envío de las tropas de la MINUSTAH (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití). Una misión donde varios de sus integrantes violaron a niñas, jóvenes de ambos sexos, reprimieron las movilizaciones populares provocando en algunas ocasiones masacres en barriadas populares, e introdujeron la epidemia del cólera que ya mató a más de 9.000 haitianos y hay más de 800.000 afectados. Esta comunidad internacional está encabezada por los EE.UU., un país que en los últimos meses demostró, por ejemplo, a través de asesinatos de varios «negros» por la policía, que el racismo está lejos de ser erradicado allí. Además, queda claro para cualquier ser pensante y racional que los dirigentes norteamericanos no pueden resolver todavía esta lacra en su país, pero para el presidente Martelly ellos lo pueden hacer en República Dominicana. Otra muestra de su mediocridad e inoperancia como dirigente.
En este marco, estoy persuadido que el problema está mal planteado, y, por tanto, será imposible encontrar la solución a los desencuentros y choques entre la República de Haití y la República Dominicana. La única vía es la unidad entre las organizaciones populares antiimperialistas de ambos países. Lo que no es un sueño, sino una realidad concreta que ya se ha dado en distintas oportunidades. Entre éstas, se me vienen a la memoria algunas movilizaciones en apoyo a Haití organizadas por distintas organizaciones populares dominicanas. También recuerdo los pronunciamientos de dirigentes e intelectuales de izquierda dominicanos a favor de los trabajadores haitianos en República Dominicana, por ejemplo, los de Narciso Isa Conde. Entre algunos ejemplos magníficos, no puedo no recordar el del joven poeta haitiano Jacques Viau Renaud, quien se unió a la causa constitucionalista de los dominicanos durante la rebelión que trataba de lograr el retorno del derrocado presidente dominicano Juan Bosch. Jacques, que formaba parte del Comando B-3, cayó abatido el 24 de abril de 1965 por el estallido de un mortero lanzado por las tropas yanquis de ocupación. Para ayudarnos a encontrar el verdadero camino, están también varios de los maravillosos versos de Jacques, como, por ejemplo, los que transcribo aquí:
«Estoy tratando de hablaros de mi patria, aquella que comienza a deslizarse / allá donde crecen las guazábaras, / las cayenas frágiles, / los cántaros sedientos y polvorientos, la hierba rara, / amarillenta, / solitaria lanza midiendo el corazón de mi isla./ Estoy tratando de hablaros de mi patria, desde aquí, / desde mi guarida salina, / desde Santo Domingo, / quizás os hable de ambas: / son dos terrones complementarios / puntos cardinales de mi tristeza / caídos de la rosa de los vientos / como amantes cuyos abrazos se rompieran. …… / Mi patria / es una tierra elevada / de dilatados herbazales y doradas mazorcas que cruzan los mares y se van muy lejos / mientras los hombres del monte y la llanura se dilatan hambrientos. / ….. / Allí he nacido, / de allí partí atado a la sangre / solo, después de los años, / descubrí en mi pecho la mancha roja, / entonces aprendí a leer en las hojas, / a hablar con la tierra / y a callar cuando ella reconstruía la historia de los muchos muertos que la sustentan / de la sangre que alimentó sus frutas / del llanto que sostuvo la precocidad de sus montes. … / Mucho tiempo ha transcurrido desde que partí/ nada ha cambiado / siguen los mismos montes pelados / la misma vegetación de vegetales y girasoles de cafetales oscuros y pastizales estrellados/ solo el hambre ha crecido / ya no hay lugar en los cementerios / ni en los ojos llanto / ni en mi isla patrias /… / Así es mi patria /….. / He querido hablaros de mi patria / de mis dos patrias / de mi isla / que mucho dividieron los hombres / allí donde se aparearon para crear un río.»
Entonces, seguir el macabro plan elaborado por las oligarquías de estos dos países bajo la batuta de las potencias imperialistas para alimentar los enfrentamientos y el odio entre ambos pueblos, es no entender absolutamente nada del complejo proceso político de destrucción empezado desde el primer momento de la conquista colonial española de esta isla. En este sentido, siempre es imprescindible recordar que, luego del exterminio de los pueblos originarios, los colonialistas impusieron la esclavización de millones de seres humanos traídos de África para seguir con el saqueo de las riquezas y producción de diferentes cultivos que destruyeron gran parte del ecosistema. Recordar que fue en 1697, por el Tratado de Ryswick, que España cedió a Francia la tercera parte de la isla que corresponde hoy a la República de Haití. La frontera, entonces, que nos divide es producto directo del colonialismo. Hace falta entender que el pillaje colonial, las intervenciones militares del imperialismo norteamericano empezadas en los primeros años del siglo XX tanto en Haití como en República Dominicana, no son ajenos a los problemas que nos aquejan, constituyendo también una de las causas fundamentales del empobrecimiento tanto en Haití como en República Dominicana, más allá de las notables diferencias de grado del mismo entre los dos países, donde el empobrecimiento de Haití es más espantoso. Cabe, ahora, resaltar que la inserción de estos dos países en la economía mundial basada en la extracción de materias primas y producción de mano de obra barata permitió la reproducción de relaciones colonialistas. Lo que implica que en su génesis, la constitución de las clases sociales tuvo mucho que ver, entre otros factores, con el color de la piel. Por tanto, no es sorpresa alguna que las clases dominantes de ambos países reproduzcan rasgos de discriminación y de racismo hacia el llamado «negro». La masacre de 1937 y la Sentencia168-13 constituyen ejemplos que ilustran claramente esta realidad. Lo mismo pasa en Haití con los prejuicios que desarrolla la oligarquía llamada «mulata» en la jerga colonialista con respecto a los llamados «negros» pobres.
Es menester recordar también que, para justificar su odio racista, la élite dominicana suele hacer una lectura muy particular de la historia dominicana. Interpreta que la ocupación de la parte oriental de la isla por el presidente haitiano, Jean-Pierre Boyer, durante casi 22 años (1822-1843) fue una ocupación de su país. Lectura incorrecta, pues no existía todavía la República Dominicana, ya que la independencia dominicana fue proclamada el 27 de febrero de 1844; independencia lograda con el apoyo de los soldados del militar haitiano Rivière Hérard, quienes luchaban en Haití en contra de la dictadura de Boyer. E n su relato un tanto caprichoso, esta élite suele omitir un hecho trascendental: la eliminación de la esclavitud en esta parte de la isla por parte de Boyer.
De hecho, no se puede aprehender correctamente las olas migratorias haitianas en República Dominicana, sin tener en cuenta algunos momentos históricos que marcaron las relaciones entre ambos países. Entre estas olas, varias merecen ser señaladas. Así, la primera migración masiva de haitianos se produjo en 1856 luego de la finalización de la guerra entre ambos países (1844-1855). La segunda fue provocada por la ocupación norteamericana de Haití desde 1915 hasta 1934 y la de la República Dominicana desde 1916 hasta 1924. Dicha ocupación imperialista provocó una fuerte resistencia por parte de los campesinos haitianos -los famosos «Cacos«-, y los ocupantes desataron toda una política que provocó un verdadero colapso de la economía campesina y el éxodo masivo de campesinos haitianos hacia República Dominicana. También hubo una fuerte resistencia en República Dominicana, sobre todo la protagonizada desde 1917 hasta 1921 por el movimiento guerrillero conocido como «Gavilleros«. Esta ocupación imperialista tenía un interés económico fundamental: convertir toda la isla en una gran plantación para producir luego azúcar, debido a sus condiciones climáticas y los recursos humanos allí existentes. Esta segunda ola migratoria fue compuesta esencialmente por los llamados braceros haitianos de corte de caña para la industria azucarera que, durante casi 80 años, fue el sector más dinámico y próspero de la economía dominicana. Las condiciones infrahumanas de existencia de esos braceros fueron denunciadas a nivel mundial como una nueva forma de esclavitud en el Caribe. La tercera ola empezó en 1980, luego del derrumbe de la economía haitiana y el empobrecimiento espantoso de millones de haitianos como consecuencia directa de las medidas neoliberales impuestas por la dictadura de Jean-Claude Duvalier. Asimismo, miles de haitianos se trasladaron no sólo para trabajar en los bateys -ingenios- sino también en las ciudades, en la construcción, en el servicio doméstico, la hotelería y otros rubros correspondientes a mercados informales. Y la cuarta ola migratoria es producto directo del devastador terremoto que destruyó buena parte de la capital haitiana y localidades vecinas. Se trata, en definitiva, de una migración que a través de los años tiene una incidencia concreta sobre la economía dominicana.
Para tener mayor precisión al respecto y por su importancia, transcribo a continuación un artículo del intelectual dominicano Edwin Ruiz:
Economía 17 de junio de 2015. Por Edwin Ruiz
«Plan de Regularización, Migración Haití, el segundo mercado mayor del mundo para bienes dominicanos. País vecino: fuente de mano de obra barata y mercado para RD».
SANTO DOMINGO. «Hoy comienza el «Día D», y no en Normandía, sino en República Dominicana. Los tambores de la deportación suenan con agitación desde meses atrás, mientras las engrosadas filas de desesperados inmigrantes haitianos y de dominicanos de ascendencia haitiana reflejan una faceta del país que preocupa y llama la atención a la comunidad internacional.
Este martes, la declaración del ministro de Defensa, teniente general Máximo William Muñoz Delgado, dio una sonora percusión en los tambores de la guerra contra los indocumentados nacionales y extranjeros: «Dos mil hombres de las Fuerzas Armadas estarán diseminados en todo el territorio nacional listos para apoyar las acciones de la Dirección de Migración». Pero lo que hoy es una desgracia social para cientos de miles de personas, por mucho tiempo ha generado y en el presente genera cuantiosas ganancias para el país y para un puñado de empresas que históricamente han hecho negocios con la situación migratoria y con el comercio con el país vecino.
Datos al 2014, divulgados por el Centro de Exportaciones e inversiones (CEI-RD) revelan que durante ese año, República Dominicana exportó hacia Haití bienes por un valor FOB de US$1,056.32 millones, lo que convierte a la otra parte de la isla en el segundo mayor mercado en el mundo para los bienes dominicanos.
Según las estadísticas del Observatorio del Mercado Laboral Dominicano, durante el 2014, la población ocupada de nacionalidad haitiana en el país promedió las 157,562 personas, de las cuales 38,960 estaban ocupadas en el sector formal, y las restantes 118,602 trabajaban bajo la informalidad. A estos nacionales haitianos se suman otras 29,466 desempleados que buscaban o no activamente empleos o estaban desalentados por el mercado laboral.
La importancia de la mano de obra barata haitiana para las empresas dominicana se puso de manifiesto el 20 de febrero pasado, día en que la Confederación Patronal de la República Dominicana (Copardom), brazo laboral del Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP), publicó un espacio pagado en el que «expresa su preocupación» ante el escaso número de expedientes que a la fecha se habían podido someter para ser evaluados en el marco del Plan Nacional de Regularización de Extranjeros en Situación Migratoria Irregular. Resaltó «los esfuerzos realizados por empleadores dominicanos, algunos de los cuales (…) han cubierto la totalidad de los costos asociados a la emisión de la documentación oficial haitiana».
Explica el Banco Mundial en su informe «Haití y República Dominicana: más que la suma de las partes» (2012), que «la inmigración de Haití beneficia a la economía de la República Dominicana, ya que ofrece a las empresas del país una fuerza laboral joven y con salarios relativamente bajos». En general, en República Dominicana, los trabajadores haitianos ganan el 60% de lo que gana el promedio de los dominicanos. En el caso del sector agrícola, donde se emplea una mayoría de inmigrantes haitianos, su salario promedio es la mitad del que reciben los trabajadores dominicanos.
Según la Encuesta Nacional del Inmigrantes (ENI-2012), al 2012, en República Dominicana residían 524,632 personas nacidas en el extranjero, de los cuales 458,233 son de nacionalidad haitiana, equivalente al 87.3%. A la fecha de los trabajos de campo de la ENI-2012, la estimación de los nacidos en República Dominicana, descendientes de inmigrantes haitianos, ascendía a 209,912 personas. Al 2012, el resultado es que la población de origen haitiano, compuesta por inmigrantes de esa nacionalidad y sus descendientes nacidos en el país sumaban 668,144 personas.
Es el resultado humano e histórico de un largo negocio binacional que ha dejado pingües ganancias a las empresas y al Estado de República Dominicana».
En resumen, el éxodo haitiano hacia República Dominicana, más allá de algunos pequeños intervalos entre las grandes olas arriba señaladas, siguió de manera exponencial determinando hoy que la migración haitiana en República Dominicana ha superado las 800.000 personas. Pero ante cada crisis económica, los dirigentes dominicanos suelen tomar a los migrantes haitianos -sobre todo los indocumentados y pobres- como chivos expiatorios, y con virulencia descargan sobre ellos todo su odio racista de raíz colonial. Digo los indocumentados y pobres, pues los haitianos adinerados que han invertido en República Dominicana siguen viviendo allí cómodamente. La Sentencia 168-13 no les concierne como tampoco les afecta, al igual que los estudiantes haitianos acaudalados que estudian en las Universidades dominicanas.
Por todo ello, pienso que el ejemplo de vida de Jacques Viau Renaud me exime de escribir una conclusión a estas reflexiones ante esa nueva crisis humanitaria que afecta fundamentalmente al pueblo haitiano como así también a cualquier ser humano en cualquier parte del mundo. Solamente me queda por precisar que esta unidad y comprensión que se necesitan para resolver los problemas planteados, no fueron plasmadas únicamente en el pasado con el internacionalismo revolucionario de Jacques. Pues en estos días de convulsión extrema, surgen varios dominicanos que se levantan en contra de las violaciones de los derechos de los trabajadores migrantes haitianos. Entre ellos, sobresalen, por ejemplo, Edith Febles y Marino Zapete, puesto que estos periodistas utilizan sus programas -sobre todo los transmitidos por la televisión- para pronunciarse de manera categórica y valiente y con argumentos sólidos en contra de la Sentencia 168-13.
Ahora bien, antes de terminar, quiero advertir que cuando en Haití se está profundizando el proceso de descomposición del bloque histórico en el poder, donde hay una crisis en la relación estructura-superestructura, es indudable que esta nueva crisis humanitaria, derivada de las repatriaciones de miles de migrantes haitianos y de dominicanos de ascendencia haitiana por el gobierno dominicano, esto contribuye a aumentar mucho más el carácter explosivo de la formación social haitiana.
Henry Boisrolin. Coordinador del Comité Democrático Haitiano
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