Puede parecer extraño, pero la crisis económica mundial no tuvo un papel importante en la victoria de las fuerzas conservadoras en las elecciones del día 7 de junio de 2009 para el Parlamento Europeo. Su resultado final consolidó tendencias que estaban antes de la crisis y apuntaban ya hace tiempo al fortalecimiento de la derecha […]
Puede parecer extraño, pero la crisis económica mundial no tuvo un papel importante en la victoria de las fuerzas conservadoras en las elecciones del día 7 de junio de 2009 para el Parlamento Europeo. Su resultado final consolidó tendencias que estaban antes de la crisis y apuntaban ya hace tiempo al fortalecimiento de la derecha en toda Europa, incluyendo Gran Bretaña y España, donde los conservadores ganaron las elecciones europeas, aunque permanecen en la oposición. Por otro lado, el comentado crecimiento de la «extrema derecha» sólo se dio en algunos pocos países, pequeños e inexpresivos desde el punto de vista electoral, dentro de la UE. De la misma forma, la derrota de los socialdemócratas y la declinación de la izquierda venían ya de antes, y no se revirtió en estas últimas elecciones por una razón muy simple: los socialdemócratas son parte esencial de la propia crisis. Recordando una historia conocida: la socialdemocracia europea abandonó la «utopía» socialista» después de la Segunda Guerra Mundial, y solamente se convirtió a las tesis y políticas keynesianas al final de la década del 50. Pero enseguida, a partir de los años 70, adhirió a las nuevas tesis y políticas neoliberales hegemónicas hasta el inicio del siglo XXI. Y hasta hoy, en la burocracia de Bruselas, y dentro del Banco Central Europeo, son los socialdemócratas y los socialistas los que en general defienden con más entusiasmo la ortodoxia macroeconómica y liberal. En este momento, por ejemplo, el ministro de Finanzas alemán, el socialdemócrata Peer Steinbruech, es considerado por todos como la autoridad financiera más ortodoxa y radical de todos los gobiernos de las grandes potencias capitalistas. Además de eso, los socialdemócratas y socialistas europeos no participaron del origen del proyecto de integración europeo, y nunca conseguirán formular una visión consensual del proyecto de unificación. Por tanto, en estas últimas elecciones parlamentarias los socialdemócratas y socialistas europeos no podían ser vistos como una alternativa frente a la crisis del modelo neoliberal, porque ellos son de hecho una parte esencial de la propia crisis. Es más: no disponen de ninguna propuesta específica para los atolladeros actuales de la Unión Europea.
Debe tenerse en cuenta, entretanto, que si ese resultado electoral era previsible, tampoco anuncia grandes novedades en el lado conservador. En primer lugar, porque no altera la correlación de fuerzas fundamentales que ya existían dentro del Parlamento Europeo. Y, en segundo lugar, porque la multiplicación de los votos de las organizaciones conservadoras aumentó en vez de disminuir las divisiones que ya existían dentro de la derecha y en el seno de los 27 países que componen la UE. Casi todos se oponen al ingreso de Turquía a la UE, quieren terminar con la dependencia energética de Rusia y defienden la represión a los inmigrantes islámicos. Pero, al propio tiempo, el grueso de la «extrema derecha» está contra la propia unificación europea, e incluso los conservadores ingleses son casi todos «euro-escépticos». Además de eso, no existe en este momento un acuerdo sobre la política económica para enfrentar la crisis, y se mantienen las principales divergencias estratégicas entre los actuales gobernantes conservadores. O sea, las fuerzas de la derecha que ganaron las últimas elecciones parecen una torre de Babel, tan confusa como la torre de Babel de los socialdemócratas y de toda la izquierda continental.
Sin embargo, y a pesar de toda esa confusión, Europa va siguiendo lentamente una senda que no es visible a los ojos del ciudadano común. El proyecto de unificación europea fue concebido originalmente, en el inicio de los años 50, en gran medida para incluir y desmilitarizar a Alemania y para contener a la Unión Soviética, todo bajo la batuta franco-norteamericana. Después de 1991, este proyecto cambió de la cabeza a los pies con la unificación de Alemania y el fin de la URSS. A partir de ahí, Alemania se aproximó de nuevo a Rusia y extendió su influencia a toda la Europa Central, ampliando su liderazgo dentro de la UE. Por eso, tras resultar electa en 2005, pudo la cancillera Angela Merkel armar un gobierno de «unión nacional» con los socialdemócratas, fortaleciendo al gobierno y al estado alemán en su trabajo continuo y silencioso a favor de la aprobación de la nueva Constitución Europea, el Tratado de Lisboa, y del control político de todos los nuevos estados que se asociaron a la UE. Más recientemente, Alemania asumió el liderazgo de las posiciones ortodoxas dentro de Europa, transformándose en una referencia mundial en la lucha contra el intervencionismo estatal y contra cualquier tipo de activismo del Banco Central Europeo. Decidió absorber su propia crisis, aceptando una fuerte recesión y transfiriendo para los grandes países importadores la responsabilidad de la reactivación de la economía mundial. Es más: viene utilizando al Fondo Monetario Internacional para auxiliar a las economías de Europa Central dependientes de su propia economía. Se mire por donde se mire, las pruebas son cada vez más evidentes: la Alemania de la señora Merkel está intentando reproducir la estrategia de Prusia, su antepasada del siglo XIX. En particular, la manera en que Prusia consiguió expandir su poder, integrando en su órbita de influencia, uno por uno, a todos los 36 estados y 4 ciudades libres de la Confederación Germánica creada por el Congreso de Viena de 1815: el procesó comenzó con la creación de una Unión Aduanera – el Zollverein– en 1834 y culminó con la formación del Estado Alemán en 1871.
Ello es, sin embargo, que el nuevo proyecto alemán del siglo XXI trae consigo una gran ideológica en relación con el «modelo original» del siglo XIX. En el mismo año en que resultó electa la demócrata-cristiana Ángela Merkel, el cardenal alemán conservador Joseph Ratzinger fue elegido Papa. Desde entonces, y a pesar de sus «enredos» internacionales, tienen un papel decisivo en la lucha ideológica en el seno de la UE. Defendiendo la necesidad de Europa de volver a sus raíces cristianas, para recuperar su identidad, su fuerza y su liderazgo mundial. De ahí su crítica al Islam y al ingreso de Turquía a la UE. Y su firme defensa de la cristianización del proyecto europeo. Hay una sintonía ideológica y religiosa cada vez más afinada entre Berlín y el Vaticano.
José Luis Fiori es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO .
Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez