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Comentario a las decisiones del Consejo de Europa

Equilibrios en el alambre en la UE

Fuentes: Gara

El Consejo Europeo de cierre de la presidencia francesa del Consejo de Ministros de la Unión Europea concluye hoy en Bruselas con una serie de acuerdos que, en teoría, servirán a los Veintisiete para presentarse ante las cámaras con una sonrisa televisiva. Pero serán sonrisas forzadas, porque lo único cierto es que la Unión camina […]

El Consejo Europeo de cierre de la presidencia francesa del Consejo de Ministros de la Unión Europea concluye hoy en Bruselas con una serie de acuerdos que, en teoría, servirán a los Veintisiete para presentarse ante las cámaras con una sonrisa televisiva. Pero serán sonrisas forzadas, porque lo único cierto es que la Unión camina con temblores y sin red sobre un fino alambre.

Por empezar por el final, afirmar que las medidas aprobadas en Bruselas permitirán a la UE cumplir con sus compromisos de reducir las emisiones de dióxido de carbono en un 20%, mejorar la eficiencia energética en otro tanto y apostar por las energías renovables hasta el punto de que el 20% de la energía consumida proceda de fuentes renovables es mucho afirmar. La historia reciente está repleta de compromisos y medidas «ambiciosas» que luego se han quedado en nada, así que calificar a esta política 20-20-20 de histórica es, cuando menos, precipitado.

El paquete para hacer frente a la crisis financiera y económica, que supondrá a los Veintisiete un desembolso de 200.000 millones de euros, parece un plan común, pero no lo es tanto si nos fijamos en que se ha dejado plena libertad a cada Estado miembro para aplicar unas medidas u otras en función de sus intereses o su situación, en todos los ámbitos (gasto público, presión fiscal, cargas sociales, apoyos a empresas o a familias), y esto ha sido así para convencer a Angela Merkel de que apoye el plan. Berlín está harta de dar dinero a los planes comunitarios y si ha dicho que sí a este paquete ha sido porque se ve con las manos libres para hacer, en último término, lo que quiera (y no hacer, por lo tanto, lo que no le convence por mucho que tenga forma de plan europeo).

Por otra parte, lo habitual es que estas negociaciones sean terreno propicio para los habituales «cambios de cromos» en los consejos europeos, así que habría que preguntarse qué ha ganado Alemania, por ejemplo, cediendo aparentemente en la cuestión de las medidas financieras para hacer frente a las crisis. Y esto nos permite saltar al último punto de esta cumbre, aunque, en realidad, fue el primero en ser solventado por los jefes de Estado y de Gobierno.

Irlanda celebrará un segundo referéndum para tratar de ratificar el Tratado de Lisboa, y lo convocará porque Dublín ha recibido las concesiones solicitadas para poder presentarse ante sus ciudadanos con un segundo llamamiento, en lo que ya parece un método clásico de negociación en el seno de la Unión. El problema para la propia UE es que, cada vez que trata de ganar (o perder) tiempo de este modo desvirtúa un poco más las bases sobre las que supuestamente construye su arquitectura institucional y, por lo tanto, el reparto del poder. Lisboa -remedo del tratado constitucional- enmendaba la plana a Niza y al reparto del poder pactado a brazo partido en plena madrugada en la ciudad francesa. Y ahora llegan los Veintisiete y, como única salida al atolladero provocado -agravado- por el «no» irlandés, se cargan buena parte de las disposiciones acordadas en el texto de Lisboa para abrir la puerta a un incierto segundo referéndum en Irlanda. La Unión Europea navega sin timón, a golpes de mar o del viento, sin rumbo ni puerto. No hay visión ni idea de futuro, con lo que se asienta un creciente malestar en un grupo de socios que comienzan a plantearse si merece la pena mantener a flote el barco: Bélgica, Holanda, Dinamarca o Luxemburgo son algunos de ellos. Alemania aún sigue a la deriva, con Merkel y su partido mirando más hacia su propia casa que hacia Bruselas. Y Nicolas Sarkozy se dará por satisfecho con los aparentes resultados del Consejo Europeo y de su presidencia, aunque, en realidad, ha sido más activa que efectiva.

¿Y qué pasará si no lo aprueban en Irlanda? Que el Tratado de Lisboa quedará definitivamente enterrado y los Veintisiete ya no podrán hacer más equilibrios sobre el alambre para enfrentarse a una crisis institucional, y de modelo de integración, en toda regla. El primer pulso lo echarán los irlandeses -y el resto de ciudadanos europeos- en las elecciones al Parlamento Europeo de junio próximo.