Las protestas de Colombia nos hacen vivir un momento histórico en América Latina, un momento de cambios irreversibles. Vemos de frente la perversidad mortal del sistema neoliberal que prefiere la muerte de un pueblo a su vida digna. Eso es la esencia del neoliberalismo: vive de la muerte de les pueblo para perpetuarse en manos de unos pocos privilegiados.
En medio de las numerosas fotos e informaciones que circulan en las redes sociales, me llamó la atención la del “Gavroche colombiano”. Es la foto de un niño colombiano envuelta la cabeza en la bandera de su país y el puño en alfo, alzando la tricolor colombiana en medio de las manifestaciones callejeras. Su mirada feliz y decidida no deja de impactar. Acabo de leer un cartelón en mano de otra joven colombiana, que decía: “Si la vida no tiene valor, este país no tiene futuro”… Claro, en Colombia “el futuro es ahora”.
‘Gavroche’ es el nombre de un personaje de ficción en la novela francesa ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo, del siglo 19. Se trata de un niño de 12 años que vive en las calles de París porque encuentra allí mejores condiciones de vida que en su casa. Por las circunstancias participa de las manifestaciones callejeras y asume la ideología revolucionaria del momento. Pronto morirá abaleado en las barricadas.
No hay duda que estamos en un momento de cambios necesarios en América Latina. No podemos seguir más en las crecientes desigualdades sociales y las destrucciones escandalosos provocadas por el sistema neoliberal. A pesar de los golpes de Estado, los pueblos eligen gobiernos progresistas: Perú es el último ejemplo. Cuba abrió el camino hace más de seis décadas y todos los demás países latinoamericanos han intentado emprender ese mismo camino… y lo siguen intentando. En Ecuador nos han robado ese futuro o nos hemos dejado robar ese futuro. Pero, en nuestro mismo país, la disconformidad es la realidad y no faltan ni las protestas ni los ‘gavroches’.
Como en todas las épocas, los cristianos son parte activas de estas transformaciones. No son la mayoría que prefiere refugiarse en las iglesias, las prácticas religiosas individualistas y espiritualistas y una institución cada vez más obsoleta. Jesús de Nazaret no se conformó con las situaciones de explotación y opresión de su tiempo ni creó religión alguna que se hace la cómplice de sistemas que empobrecen la mayoría de la población. Todos los países latinoamericanos tienen su larga lista de héroes y mártires que han dado la vida lenta o violentamente para mejores condiciones de vida y de organización social respetuosa de los derechos humanos.
Hoy estamos en una nueva etapa de revolución social y religiosa. Los pueblos siguen protestando, eligiendo gobiernos progresistas y poniendo los muertos. El pueblo de los pobres ha tomado mayor conciencia de un sistema social que los deshumaniza descaradamente. Por eso surgen nuevas organizaciones que contestan este sistema de muerte, se unen para combatirlo y ya construyen una manera más armoniosa de vivir en sociedad y con la naturaleza. Es un proceso que no se detiene y más bien se perfecciona, abierto a espiritualidades liberadoras. Aprendemos a escucharnos porque nadie tiene toda la solución sino que todos aportamos a esta gran minga transformadora, nacional y latinoamericana. Aprendemos a “sumar más que restar” porque las diferencias nos enriquecen y la dignidad está en la unión de las diversidades. Aprendemos también a comenzar a vivir lo que soñamos porque una vida mejor no empieza mañana sino hoy mismo. Aprendemos a confiar en nosotros mismos y en nuestras capacidades porque, como decía Ernesto Che Guevara: «Los libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan a sí mismos».
Esas son las tareas en que estamos empeñados a lo largo y ancho del país, cristianos y ateos, humanistas y soñadores, indígenas, negros y mestizos, del campo y de la ciudad, porque no hay más que un camino: sustituir el sistema neoliberal que el papa Francisco califica de “asesino y terrorista”, escuchando, sumando e innovando. El mismo nos invita, desde las organizaciones populares, a poner en marcha nuevas estructuras económicas, políticas e ideológicas en nuestra propia vida, nuestras familias, nuestras relaciones y asociaciones “hasta que la justicia se haga costumbre natural”. Por eso que el mismo papa urge a los cristianos trabajar incansablemente por “la hermandad universal mediante la fraternidad sin fronteras, la amistado social y el amor político”. Es hora de decidirse en protestas, propuestas y apuestas, porque la vida es ahora y el futuro comienza hoy.