Aunque muchos berlineses coinciden en destacar el significado positivo de la noche del 9 de noviembre de 1989, otros muestran indiferencia y hasta tedio ante su simple evocación.
Nueve de noviembre, Bornholmer Strasse, Berlín. Son las tres de tarde, hace mucho frío y llueve. Después de 20 años, en los que el único papel que jugaba este lugar había sido el de una parada de subte y de un puente que conecta el barrio occidental de Wedding con Prenzlauer Berg, en el Este, hoy vuelve a ser centro de la atención global. Fue en este paso de frontera, a las 11.25 de la noche del 9 de noviembre 1989, donde Harald Jäger, oficial del ejército de la RDA, rompió su juramento de defender la frontera de su país a cualquier costo al dar la orden de levantar una barrera, cediendo así ante la presión de las masas que exigían paso libre al Oeste. Porque fue sobre este puente que se desataron los eventos que cambiaron el mundo, es acá donde comienzan los múltiples actos conmemorativos de este 20º aniversario de la caída del Muro.
«Y a mí, ¿qué me importa todo esto?», grita un joven, enojado porque, a causa del acto, hoy no anda el subte. Para la mayoría de los berlineses que nacieron después del ’89, la fecha no tiene mucho significado. Pero los que están sobre el puente son de otra generación, no vinieron por el subte. Algunos trajeron botellas de champagne y vasitos para brindar. Uno de ellos es Detlef, albañil de 62 años: «Hoy vinimos a celebrar. No-sotros vivíamos a la vuelta. Aquella noche yo ya estaba durmiendo cuando mi esposa me despertó y me dijo que la calle estaba llena de gente. ‘¡Dejame dormir!’, le grité yo -dice y se ríe, abrazando a su esposa-. Al final me convenció de bajar para ver qué estaba pasando. Si no hubiese sido por ella, me habría perdido la noche de mi vida». Sigue recordando Anneliese, la esposa: «Cuando llegamos al puesto vimos a los soldados con sus armas y esa cantidad de gente, que gritaba y reclamaba y ya no tenía miedo. Me quedé asombrada. Pero lo mejor se venía cuando de repente abren esa barrera. La masa empujaba para adelante, nosotros nos miramos y nos metimos. Era ahora o nunca. Casi todos los presentes simplemente queríamos dar una vuelta y volver a casa, por eso gritábamos ‘¡Volveremos!’. Al otro lado ya había gente esperando, desconocidos que nos dieron la bienvenida con besos y abrazos como amigos de toda la vida. ¡Increíble!». Y, una vez más, sus ojos se llenan de lágrimas.
En esa noche, cuando la multitud cruzaba al otro lado por primera vez, algunos se quedaron atrás. Mucha gente, sobre todo padres con hijos durmiendo en casa, no se animaban a pasar porque tenían miedo de que los dejaran pasar al Oeste y después volvieran a cerrar la frontera. En una entrevista reciente, el oficial Jäger confirmó que al principio existía el plan de dejar pasar a los que más parecían como agitadores, ponerles un sello en el pasaporte que lo invalidaba y después negarles el derecho a volver a su país. Así les pasó a algunos que al cruzar la frontera recibieron un sello en su pasaporte, sin saber que con éste ya no podían volver. Afortunadamente, con el correr de los eventos en la noche, el plan quedó obsoleto y todos pudieron volver a casa.
Los que crearon el ambiente necesario para que esa noche fuera posible también están presentes sobre el puente. Son los activistas de la oposición de la RDA -estudiantes, artistas, intelectuales, pastores-. Aunque coinciden en destacar los recuerdos positivos de la noche del 9 de noviembre, algunos hacen constar que la reunificación no fue la meta principal del movimiento opositor del ’89. Michael, de 45 años, explica: «Nosotros teníamos la idea de reformar la RDA desde abajo, darle estructuras democráticas e intentar algo nuevo. Imaginate, cinco día antes de la caída hubo una manifestación con un millón de participantes en el centro de Berlín Oriental que reclamaban reformas democráticas. Nos sentíamos muy fuertes y estábamos llenos de esperanzas. La libertad de viajar fue una de nuestras banderas principales, pero nadie hablaba de reunificación. La dinámica desatada por el 9 de noviembre cambió todo, de repente ya no quedaba nadie que estuviera interesado en nuestras utopías de democracia radical y pacifismo. En consecuencia, muchos de nuestros ideales quedaron en el camino a la reunificación, inevitable, pero precipitada para mi gusto».
Desde Berlín Occidental también se encuentran voces más críticas. «Te digo la verdad -dice Johannes, 38-. Para nosotros fue una pesadilla. Berlín Occidental, en su situación insular, separado del resto de la República Federal Alemana y con un status especial que implicaba libertad del servicio militar, era algo como el paraíso de los hippies, anarcos, punks y demás. Venían de todas partes para ser parte de esta experiencia, con muchas casas ocupadas, barricadas en el 1º de Mayo y un ambiente único. Con la caída del Muro todo esto se perdió. Para crear una capital de la Alemania reunificada que fuera limpia y representativa las autoridades destruyeron estos espacios alternativos». Y si le cayó tan mal, ¿qué hace acá en el día de hoy? «Me quiero tomar el subte», responde.
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