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Europa disminuida

Fuentes: La Estrella Digital

Por muchos tratados que los dirigentes europeos firmen solemnemente bajo las espectaculares bóvedas de los viejos monasterios del continente -como el manuelino del Belém lisboeta-, una Europa cuyo brazo militar es articulado y controlado desde fuera de ella no deja de ser una Europa inválida, coja, disminuida. Porque se trata de una Europa sin política […]

Por muchos tratados que los dirigentes europeos firmen solemnemente bajo las espectaculares bóvedas de los viejos monasterios del continente -como el manuelino del Belém lisboeta-, una Europa cuyo brazo militar es articulado y controlado desde fuera de ella no deja de ser una Europa inválida, coja, disminuida.

Porque se trata de una Europa sin política común de defensa, precisamente por haberla dejado en manos de la OTAN, que es lo mismo que en manos de EEUU. Y de su fiel escudero trasatlántico, el Reino Unido, cuya tradición de seguir lo que se decide en Washington ya había comprobado De Gaulle y ha confirmado, muchos años después, la participación británica en la invasión de Iraq, que fue causa de una grave división entre los miembros de la Unión Europea (UE).

Esto hace de la dudosa europeidad británica un factor problemático para el futuro de la UE, como ha vuelto a quedar de manifiesto en Lisboa la pasada semana, con la ostensible reticencia del primer ministro Brown a dejarse ver en la cumbre como uno más de los veintisiete. Un miembro casi tan problemático como ha sido -y puede volver a serlo- la Polonia de los pintorescos hermanos gemelos, felizmente en aparentes vías de retorno al sentido común. Dos países -Inglaterra y Polonia-, pero no los únicos, cuyas patentes de fidelidad y entusiasmo por la causa europea dejan bastante que desear, y cuyas vacilaciones también contribuyen a debilitar a la UE, tan empeñada en acogerlos en su seno.

Por otra parte, es deprimente la idea de una alianza militar cuyo enemigo desaparece sin más ni más, como le ocurrió a la OTAN al disolverse en 1991 el Pacto de Varsovia. Quizá no se haya reflexionado lo suficiente sobre este asunto entre los pueblos europeos. Desde entonces, igual que los seis personajes pirandellianos que salían en busca de un autor, los núcleos profundos de la OTAN están también a la búsqueda de un enemigo, lo bastante universal para que impresione a todos y de magnitud adecuada para volver a cerrar filas con entusiasmo en torno a las hoy deslucidas banderas otánicas.

Ahora parece haber dos aspirantes destacados al puesto de enemigo de EEUU, de la OTAN y, por tanto, de enemigo oficial de Occidente: Irán y Rusia. El primero, el que más ecos nocivos suscita hoy en los medios de comunicación occidentales, representaría al enemigo del siglo XXI, impredecible y con cierto aire exótico; la segunda, que provoca una reacción más ambivalente en los citados medios, supone la sensación de seguridad y comodidad de reencontrarse con un viejo conocido del que se saben sus hábitos y sus manías: hasta el número y situación de sus misiles.

Pero conviene saber que poco o nada podría hacer la OTAN en el conflicto originado por el programa nuclear de Irán, al que se opone de plano Israel y, por tanto, también EEUU. La OTAN, como tal alianza, nunca atacará a Irán, porque para ello habría que alcanzar la unanimidad entre los aliados, lo que es hoy en todo punto imposible. La concertación entre la UE, Rusia y China, que sí sería capaz de reconducir este conflicto y frenar en cierto grado la proliferación de armas nucleares en Oriente Medio, dejaría a EEUU sin voz ni voto en tan crítica zona del mundo, lo que Washington no puede tolerar, a pesar de estar sufriendo la resaca del fracaso iraquí. Irán podrá ser el enemigo necesario de EEUU y de Israel, pero la OTAN pierde el tiempo si pretende utilizarlo como tal.

Por otro lado, el rechazo de Putin al despliegue del escudo antimisiles estadounidense en territorio europeo se presenta en EEUU como si el gobierno de Moscú fuera un presunto aliado de Irán, y como si este país estuviera ya listo para lanzar sus misiles sobre Europa, ante la pasividad o la anuencia rusas. Tan distorsionado análisis prescinde del hecho de que Rusia tiene razones para considerar que el despliegue del citado escudo viola el Acta Fundacional OTAN-Rusia, firmada en 1997, y también varios procesos de desarme ya iniciados. Sea o no democrática la política interior de Moscú, lo que aquí no viene a cuento, sí es razonable entender que los dirigentes rusos reaccionen ante lo que estiman una provocación y el quebrantamiento de acuerdos previamente alcanzados con Occidente.

Llegados a este punto es cuando hay que lamentarse de la debilidad de la UE para hacer escuchar su voz en el concierto internacional, con los argumentos suficientes y con el respaldo político y militar que sería necesario para ejercer una influencia positiva, todo ello a causa de esa disminuida condición de que adolece y que aquí se comenta.

Militarizar, a través de la OTAN, conflictos que no pueden resolverse mediante las armas y deben ser abordados por otros medios, es el principal peligro que comporta la búsqueda de enemigos para mantener con vida a la Alianza Atlántica. Europa, limitada y maniatada en su política de defensa, deberá plantearse con seriedad nuevas vías para salir de situación tan poco deseable y resolver este problema antes de que sea demasiado tarde.